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Los niños del mañana
Se solicitan padrinos para mejorar escuela en el departamento de Córdoba
Jorge Luis Espitia / Jueves 11 de septiembre de 2014
 

Introductoriamente quisiera comentar que esta historia de ninguna manera intenta plagiar alguna obra cuyo nombre guarde similitud con el título de la misma. Si así la he llamado, es tal vez producto del romanticismo que aguarda mi espíritu al momento de escribir estas líneas en las cuales intentaré describir una realidad, a mi juicio espantosa, porque se comete con una parte de la población cuyos derechos tutelamos, tal vez por la prevalencia anti kantiana de la mayoría de edad que aún nos rige y que nos sumerge en el iluminismo retardatario de la ilustración cuyas consecuencias deben soportar nuestros protegidos. Por supuesto aquí no me refiero a los humildes toros que con ahínco defiende el alcalde Gustavo Petro en Bogotá ante una sociedad carnicera que los quiere ver sangrar en el ruedo lleno de espectadores encorbatados, tampoco es por los miserables caballos cartageneros que por décadas les ha tocado soportar el romanticismo histórico que maravilla a los turistas cosmopolitas que visitan la heroica ciudad y que los pierde en las encantadoras historias del realismo mágico Macondiano, mientras las desdichadas bestias desgastan su aliento sin lograr imaginar su muerte, tal vez porque no tienen la facultad de autopensarse o simplemente no tienen tiempo de hacerlo ante la necesidad de sus dueños por agotar el presupuesto de los visitantes acaudalados.

En fin, sí me gustaría hablar de eso, pero tal vez la demagogia que ello pueda involucrar me avasalle (y eso me genera temor), por tanto mejor abordo el tema que quiero tratar; en tal sentido ya todos sabrán que voy a hablar de los niños… Sí de ellos, pues no sé si Jesús lo consideraría aquella vez que cariñosamente lo visitaron y en la cual carismáticamente les ofreció el reino de los cielos de acuerdo a la versión bíblica, sino, lo cierto es que desde siempre los han señalado de ser el futuro del mañana, y creo que aquí me toca usar ese estilo coelhiano (supongo que así se puede llamar a la corriente literaria que ha surgido de los escritos producto de la pluma prolífica de este brasilero) que detesto y a la vez admiro por la capacidad de captar lectores. Antes que me juzguen por lo disperso del texto, quisiera que entendieran que se me hace difícil señalar, o tal vez comprender por qué en este país pasan tantas desgracias o actos deplorables y entre más intento, término ilógicamente en un absurdo: entendiendo por qué les encanta leer a Paulo Coelho (sin pretender emular a Héctor Abad).

Pues bien, sin dar más rodeos, quise titular este escrito tal vez mediocre de esa forma –como ya lo señale: por los niños… Los niños de una vereda que viven las consecuencias del despotismo ilustrado de nuestros tiempos, representado en el olvido Estatal: la inclemencia de la ignominia de quienes administran los impuestos en momentos en que se habla de inclusión y protección con base a las garantías que atañe al estar cobijados por los derechos constitucionales y que resulta pura paja –como decimos los costeños.

Soy del municipio de San Pelayo en el departamento de Córdoba, quizás conocido en el ámbito nacional por las folclóricas fiestas del festival nacional del porro, o por nombres como María Varilla, en fin; en ese orden jerárquico de la división política-administrativa, mi dirección específica corresponde a una vereda llamada San Francisco de Asís, perteneciente al corregimiento de Bonga Mella de dicho municipio y es allí, en ese lugar es donde quisiera guiar sus ojos amigos lectores, -sé que como ellas hay muchas en Colombia- pero por menos desgracia para mí, es la que más conozco porque allí nací, me crié y me eduque, y tal vez por eso me duele más lo que viven a diario sus niños que, llenos de vida, al calor del cariño que en medio de la pobreza le dan sus padres, no tienen una escuela para educarse, o bueno si la tienen, pero se constituye en un campo de tortura bajo la modalidad de hacinamiento forzado (como les dije al principio el romanticismo me embarga). Es una lamentable realidad y me llama la atención, espero que a ustedes también, porque a diferencia de otros lugares de este país inmensamente feliz, acá el no tener escuela -y por alguna razón coelhiana –aclaro- que tampoco baterías sanitarias, parque de juego o algún claro donde jugar futbol- no es por culpa de la guerrilla o de la maldita niña como alguna vez llamase el mandatario nacional a la anomalía climática que arrecia la temporada de lluvias. No, no son estas las causas. Las razones por las que flagrantemente el Estado viola sistemáticamente este derecho constitucional fundamental y aun amparado desde un mandato internacional, en realidad la constituyen la rapiña política, la corrupción, la mediocridad administrativa, la politiquería y en consecuencia el irrespeto por la cosa pública de los mandatarios locales con el beneplácito del gobierno nacional, que estos ejercen sin ningún atisbo de vergüenza sobre los ciudadanos de a pie, desprotegidos jurídicamente por la incapacidad que el mismo contexto social les genera para entutelar sus derechos y hacerlos cumplir.

Los toros y los caballos en Bogotá y Cartagena han encontrado valientes defensores, pero nuestros niños en estos apartados rincones de nuestra patria, no cuentan con tanta gracia divina y el único potencial que les queda es seguir engrosando las cifras de asiduos lectores de Paulo Coelho, claro si aprenden a leer, pues más allá de eso, la generosidad y el espíritu de superación de este señor aún no están orientados. En ese entendido, somos pocos los que en medio de ese costumbrismo espeluznante, nos proponemos cambiar la realidad y en esa excepcionalidad hoy denunciamos y pedimos de la solidaridad de los colombianos responsables con su país, que creen en el futuro de los niños del mañana, a que nos acompañen, a que nos colaboren para cambiar esta deprimente realidad.

Son 28 niños los que reciben clases en una tienda con dimensiones de 2X4 metros, sin ventilación alguna, bajo el sol inclemente que azota a la costa con temperaturas de hasta 38 grados, sin una letrina, sin posibilidad de recrearse -esto de verdad que resulta realmente tortuoso- sin embargo ellos acuden, quizás porque sí tienen amor por el estudio, otros tal vez sus papás les obligan a asistir, pero lo cierto es que son niños con sueños, con ilusiones, que tienen el derecho a educarse, a educarse con calidad como el resto de los niños.

La comunidad ha agotado todos los recursos exigiendo mejoras, pero éstas han sido nulas, puesto que allá no hay carreteras para bloquear, toca entonces apelar a la solidaridad departamental y nacional, para que ayudemos a estos infantes a ser parte del futuro de este país, a que construyan paz desde la educación, porque ya se ha reiterado: la paz no es solo dejar de disparar balas, también es cumplir derechos y deberes y todos los colombianos somos responsables de ello.

Ya tenemos un terreno donado para construir la escuela, ahora nos faltan los materiales básicos y bueno, todos, hasta el dinero para pagar la mano de obra, varios periodistas locales nos están ayudando, pero hace falta mucho y necesitamos de todos, porque aquí un grano de arena de verdad que sirve para ayudar a levantar una pared. En ese sentido cualquier contribución, por pequeña que sea, ayudará a estos niños y a la comunidad en general a superar las barreras de la pobreza y la miseria que en síntesis son las que mantienen a este país sumido en un profundo conflicto social que no se supera con negociaciones solamente, sino con inversión social del Estado entre los más pobres.

Yo en lo particular pienso que Coelho tiene derecho a escribir y que lo hace bien y bonito literalmente, pero los colombianos podemos soñar en el marco de las posibilidades y oportunidades reales y entre todos podemos cumplir y hacer cumplir los sueños de los demás, así que empecemos por contribuir a esta causa.

Pueden escribir al correo electrónico unamuno2234@gmail.com o comunicarse al celular 313 531 0648 para ofrecer su ayuda, o para conseguir padrinos que apoyen esta causa.