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Debate
Una Comisión Benetton
Grupo Espiral / Viernes 3 de octubre de 2014
 

La conformación de la Comisión Histórica sobre los Orígenes del Conflicto y sus Víctimas ha sido un hecho muy significativo, pues pone los discursos oficiales sobre la historia de la violencia política en Colombia al debate público, abriendo un espacio a investigadores cuyas posiciones hasta este momento han sido marginadas e ignoradas, sino atacadas. Las versiones oficiales se pondrán al debate con las otras versiones del conflicto, versiones que representan las voces de los olvidados de siempre. Quienes mejor comprendieron la naturaleza de esta comisión fueron los uribistas recalcitrantes, como lo dejó bien en claro la columna de Rafael Guarín de Semana, fechada 23 de Agosto: “De cómo se describa el pasado depende cómo se interpreta el presente y cómo se proyecta el futuro. (…) ¿Por qué se originó la violencia? Si la respuesta es por la codicia de una clase terrateniente explotadora, apoyada en una fuerza pública cuya política fue la sistemática violación de los derechos humanos, luego, lo que se debe pactar para “terminar el conflicto” tiene que ser acabar con los terratenientes y reformar, depurar y cambiar la doctrina de las Fuerzas Militares y de Policía.”

Elegir a los 12 académicos que participan en esta no ha debido ser una tarea fácil: a parte de los criterios académicos, han pesado criterios institucionales y también, por qué negarlo, políticos. Una comisión de estas características, bastante restringida, no podía dejar contentos a todo el mundo. Y los primeros en expresar su molestia han sido ciertos violentólogos y algunos personajes del progresismo socialbacano. En prácticamente todas sus críticas, que van desde que la comisión no sirve para nada hasta que no es representativa (porque yo no estoy en ella), se revela que muchos de ellos quedaron ardidos por no estar en ella. Escriben por la herida, y se les nota. Pensaron que años de elaboración de reflexiones académicas serviles al establecimiento les garantizarían un lugar en esta comisión y no fue así, porque no entienden que los tiempos están cambiando y que, esperemos, la hora de los camaleones haya quedado atrás.

Sin embargo, creo importante referirme a las críticas de Rodrigo Uprimny, representante de este progresismo de formas más que de fondo. En una columna en El Espectador del 7 de Septiembre dice que la Comisión hará una “historia de hombres”. Evidentemente, existe un “desequilibrio de género” como se dice en el mundillo de las ONGs, ya que la única mujer es María Emma Wills, del Centro de Memoria Histórica. Acto seguido, enumera un número de mujeres que podrían estar en la comisión, sin entrar a considerar los múltiples factores académicos, políticos e institucionales que también deberían entrar a considerarse. Su conclusión es lapidaria: “Por eso molesta la insensibilidad de las Farc y del Gobierno en este campo. ¿O será que ambos ven la guerra como un asunto puramente viril, por lo cual creen que su documentación e interpretación es una historia de sólo hombres?”. Yezid Arteta también se hizo eco de las críticas de Uprimny en la coletilla de una columna suya en Semana “Algunas amigas han comentado que la equidad de género quedó en mero blablá luego de la conformación en La Habana de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. De los 14 miembros sólo hay una mujer”.

Dudo que Uprimny hiciera estas críticas si hubiera sido escogido en la comisión. No lo fue, le duele y se le nota. Sin embargo, tiene algo de razón. Sí, es verdad, no hay suficientes mujeres en la comisión. Otros dirán que faltan las regiones, otros dirán que faltan negros, indígenas y no nos olvidemos de las lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero y por supuesto, de los intersexo. Sin entrar a considerar los factores institucionales, académicos y políticos, se necesitaría de una comisión de por lo menos 320 personas, partiendo de la base que en Colombia hay 32 departamentos y que se necesitaría un representante de cada sector mencionado. Y eso que ni siquiera nos metimos con los jóvenes y los viejos, con los discapacitados y los migrantes. Ni tampoco con las clases sociales, pues el progresismo ha naturalizado totalmente la existencia de clases en Colombia, una división socialmente construida que atraviesa el género y todo lo demás. Pues no se crea que María Emma Wills, por ser mujer, representa a las campesinas y mujeres pobres que son las que han vivido el conflicto en carne propia. Esa desigualdad de clases no parece importarle a Uprimny (ni a Arteta). Si debiéramos meter además marginales, campesinos, obreros, clases medias, pobres, ricos, ultra-ricos, etc, la comisión ya tendría más de 3.500 personas. Son evidentes las dificultades prácticas de hacer una comisión a la medida de todos y todas.

Tal comisión podría ser muy del agrado de quienes tienen esa mentalidad oenegera de las cuotas, de la igualdad de fachada pero no de fondo, de que todos nos vemos iguales sin serlo. Uprimny habría estado contento con una Comisión Benetton, donde se viera feliz al negro, al indio, al blanco. Sin embargo, tal inclusión formal no es garantía de que vaya a haber una versión de la historia pluralista e incluyente. La mentalidad Benetton lleva a la perversión del sistema actual en el cual la cooptación se confunde con participación: meter un indígena al gobierno, significa que el tema de los indios ya está resuelto. Incluir una mujer en el gobierno, significa que el género ya está resuelto, sin importar lo machistas que ideológicamente puedan ser. Dicho sea de paso, las líderes de las campañas anti-aborto suelen ser mujeres.

De esto se da cuenta Arlene Tickner en una columna en El Espectador el 9 de Septiembre, quien, quizás por ser mujer, no debe probarle al mundo lo progresista que es en cuestiones de género. Agudamente, dice que “al sugerir que si más mujeres participan en la interpretación de la guerra la historia dejará de ser de los hombres, el argumento de Uprimny se queda corto. Lo que pierde de vista — igual que las leyes nacionales de cuotas y las políticas de género de muchos organismos internacionales — es que la inequidad tanto de género, como por extensión de raza, clase y etnia — está asociada no solo a la falta de representación, sino a estructuras sociales, económicas, políticas y epistémicas que asignan roles jerarquizados a hombres y mujeres y que pasan por lo general desapercibidas”. Finaliza con una propuesta metodológica: “Usar el género como lente crítico exige tomar “partido epistémico” con aquellos grupos más vulnerables y oprimidos por encima de los que han gozado de mayores privilegios. Utilizar las vivencias de los primeros como punto de partida para criticar el conocimiento dominante sobre la guerra, basado principalmente en la experiencia de los hombres hegemónicos (léase blancos y heterosexuales), puede reducir el carácter sesgado de éste”.

Una aproximación crítica a la historia, o a cualquier disciplina social, no significa que solamente los negros pueden hablar de negros, que sólo los trabajadores pueden hablar de asuntos de trabajadores, o que sólo las mujeres puedan hablar de género. Una aproximación crítica significa ser conscientes de los sesgos propios, sea de naturaleza ideológica, de género, social, etc. Significa entender la manera en que esos sesgos afectan la investigación y buscar las maneras de mitigarlos, sea por la búsqueda del punto de partida en la vivencia de los oprimidos, sea por la problematización epistemológica del punto desde el cual el investigador o la investigadora desarrollan el conocimiento. Ese es el problema de fondo: lo demás son meros formalismos que cuando no son irrelevantes, ocultan las desigualdades estructurales tras un ejercicio de relaciones públicas.

Uprimny haría bien en mirar la viga en el ojo propio. Si tanto le gustan las comisiones Benetton, quisiera saber cuantos negros, cuantos indios, cuántos pobres, cuantos campesinos hay en la ONG que él dirige, Dejusticia. Me parece que ninguno. ¿Cuántas mujeres de extracción popular hay? Todas son mujeres de élite, que no son representativas de la inmensa mayoría de mujeres colombianas. Y ni mencionar que, aún así, los jefes de esta organización son hombres. Uprimny debería partir predicando con el ejemplo.

Espuma

Coletilla.- Chocante, por lo demás, que mientras Rodrigo Uprimny posa de progresista, haya apoyado la destitución del profesor Miguel Ángel Beltrán de la Universidad Nacional por parte del rector Mantilla y que lo haya aconsejado en este sentido, como él mismo lo reconoce en un artículo titulado “Atacable pero Acatable”. En base a una serie de sofismas jurídicos, fundamentados en el supuesto “Estado de derecho” que reina en ese imperio de la arbitrariedad llamado Colombia, pretende justificar lo injustificable, posando a la vez de defensor de la libertad de cátedra, mientras en la práctica colabora con sofocarla. ¿En qué quedó entonces todo el discurso de la inclusión?