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La paz de Colombia en la geopolítica estadounidense
Estados Unidos no ha renunciado al ejercicio de la violencia y la fuerza para llevar adelante sus intereses, los cuales se pliegan estratégicamente sobre la apropiación de los recursos energéticos y las rutas de transporte. En este sentido, no cabe pensar que el respaldo norteamericano a la búsqueda de la paz en Colombia responde a la adopción de una nueva convicción geopolítica
José Honorio Martínez / Sábado 1ro de noviembre de 2014
 

Desde sus orígenes, Estados Unidos proyectó a América Latina como su patio trasero y combinando diversos medios y formas de intervención apuntaló su poderío, el cual continúa siendo considerable en la región. Tal ejercicio de poder fue pocas veces cuestionado por las oligarquías y las elites gobernantes de los países latinoamericanos, en cambio fue abiertamente confrontado en numerosas ocasiones por parte de las clases subalternas a través de diversas estrategias de lucha. En Cuba (1959) y Nicaragua (1979) llegó a producirse el triunfo de revoluciones antiimperialistas.

Después de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el campo socialista, tal dominación geopolítica pareció irrebatible; sin embargo, la crudeza con la que se aplicó el recetario neoliberal avalado por el Consenso de Washington (1989) suscitó numerosos movimientos de inconformidad popular que a la postre fraguaron el terreno para una nueva irrupción del progresismo en América Latina.

La grave situación social dejada tras de sí por la aplicación de las políticas de ajuste neoliberal concitó una y otra vez el repudió popular, al cual se sumaron sectores medios e incluso estamentos otrora identificados con el poderío norteamericano. El acrecentamiento de la expoliación y la pauperización generó contradicciones políticas que derribaron a numerosos gobiernos proclives a la continuación de las políticas de ajuste y afines a la geopolítica norteamericana; de tal modo, surgió y se desarrolló con relativo éxito en la región un proceso político tendiente al progresismo. La extensión del progresismo a la mayor parte del continente ha trastocado la tradicional incondicionalidad con la que los gobiernos seguían los mandatos norteamericanos. El ejemplo más nítido de confrontación geopolítica lo constituyó la extensión del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) sobre América Latina. Tal proyecto, dirigido a asegurar el continente bajo los intereses comerciales de Estados Unidos, sufrió un duro revés en la Cumbre de Mar del Plata (2005).

El progresismo ha venido abogando por una geopolítica favorable a la unidad latinoamericana, la contención del poder norteamericano y por un orden mundial multipolar. En Suramérica, la excepción al reciente proceso de reconfiguración de la relación geopolítica mantenida con Estados Unidos lo constituyen Colombia, Perú y Paraguay. En estos tres casos la aplicación del neoliberalismo ha precisado el desenvolvimiento de un prolongado y cruento militarismo.

El progresismo ha marcado un moderado cambio de orientación geopolítica hacia China, lo que ha redundado en la reorganización de la proyección de la hegemonía norteamericana sobre América Latina. Dicha reorganización ha implicado el fortalecimiento de su poderío en los Estados más sometidos y un replanteamiento de los planes con vistas a recuperar los espacios perdidos en el resto de la región. Es decir, la relativa perdida de injerencia en gran parte de la región ha sido contestada con el fortalecimiento del dominio en países como Colombia.

La tendencia al desmarcamiento de la región suramericana de los lineamientos estadounidenses hace que Colombia adquiera mayor relevancia en la geopolítica desplegada por Estados Unidos en la región. En este contexto, cabe preguntar por el papel del Estado norteamericano respecto a la histórica búsqueda de la paz en Colombia.

La trayectoria de la dominación estadounidense

Colombia ha sido un país largamente sometido a la geopolítica norteamericana. Dicha geopolítica, que ha sido profusamente agenciada por los gobiernos de Estados Unidos en función de los intereses de sus grandes compañías, ha tenido por objeto la viabilización de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, las materias primas y el mercado interno en condiciones prácticamente coloniales.

En el desenvolvimiento de esta geopolítica durante el siglo XX y XXI se cuentan numerosos acontecimientos, entre los que se pueden enunciar los siguientes: la sustracción territorial de Panamá, la fraudulenta apropiación de los yacimientos petrolíferos por parte de la Troco (Tropical Oil Company), la aceptación y obediencia de los dictados monetarios y financieros de la Misión Kemmerer, la ejecución de la masacre de las bananeras para complacencia de la United Fruit, la obsecuente suscripción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), el envío del batallón Colombia bajo el mando estadounidense a la invasión de Corea, la fidelidad a los anticampesinos consejos de la Misión Currie, la implementación de la anticomunista Operación LASO (Latin American Security Operation), la adscripción a la doctrina contrainsurgente de la Seguridad Nacional, el paramilitarismo y la formación de las Fuerzas Militares bajo el pensamiento estratégico y los métodos genocidas del Departamento de Defensa, la postración ante la moralina e hipócrita política antidrogas y la renuncia al ejercicio soberano de la justicia mediante la aceptación de la extradición de connacionales, la implementación del Consenso de Washington y el neoliberalismo y, al despuntar el siglo XXI, el desenvolvimiento del criminal Plan Colombia, el posicionamiento de bases militares norteamericanas, el ingreso en la Alianza del Pacífico y la suscripción del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en 2012. La dominación estadounidense sobre Colombia ha sido tan sostenida, vasta y profunda que cabe preguntar si la paz que reclama Colombia es la que están dispuestos a apoyar el gobierno norteamericano y las transnacionales.

La trayectoria de dominación ejercida por Estados Unidos sobre Colombia deja como balance un país desindustrializado, maquilado, informalizado, que entregó su mercado interno a las grandes cadenas comerciales, saqueado y desposeído de sus recursos mineroenergéticos, doblegado ante los acreedores e instrumentalizado por la financiarización, con un aparato de Estado volcado y sobredimensionado sobre lo militar y con una aguda problemática social en materia de alimentación, salud, educación, empleo, vivienda, territorialidad y seguridad social. El cercenamiento de los derechos de los trabajadores y las laxas normas tributarias y ambientales hacen de Colombia un país modelo en el otorgamiento de garantías al capital.

Los diálogos en la geopolítica actual

La apertura de diálogos de paz no representa en sí una novedad respecto a la estratega militarista desenvuelta por Estados Unidos en Colombia; ya en anteriores oportunidades se han producido procesos de diálogo, el último de ellos Caguán (1999), como lo reconoció el expresidente Andrés Pastrana, enmarcado en la reconfiguración estratégica de las fuerzas militares.

La búsqueda decidida y comprometida de la paz representaría un viraje sustancial en la política agenciada históricamente por los Estados Unidos en Colombia; sin embargo, hasta el presente no se denotan signos que indiquen una reorientación en tal sentido. Los resortes que han movido hacia el actual proceso de paz hay que buscarlos en el agotamiento estratégico de los planes norteamericanos de guerra, en la presión social por la solución política del conflicto armado, en la urgencia del capital por financiarizar el territorio, las materias primas y los recursos naturales y en la necesidad expansiva del “nuevo” imperialismo en el contexto de la crisis sistémica.

En sus planes, el Estado norteamericano contaba con la derrota militar de la insurgencia al cabo de una década de escalamiento e intensificación de la guerra. Sin embargo, la pervivencia de la insurgencia ha determinado la conservación de un enorme aparato militar que no es posible continuar sosteniendo y menos acrecentando, como lo supone la expansión territorial del extractivismo y lo reclama la facción militarista de la clase dominante colombiana.

La expectativa bajo la que se agenció la ofensiva militar de la última década fue la de propiciar una derrota relativamente rápida a la insurgencia y, posteriormente, transitar hacia una paulatina transformación del andamiaje militar hacia un formato más liviano en cuanto a hombres, operatividad y, en general, gastos de seguridad y defensa. Ha sido la frustración de dicha expectativa una de las razones que obligó al gobierno Santos a abrir la puerta a la búsqueda de una solución política negociada.

Por otra parte, se puede hablar de las necesidades espaciales y territoriales que plantea la reproducción del sistema mundial. En otros términos, el patrón de acumulación dispuesto actualmente para las regiones periféricas del sistema mundial está basado fundamentalmente en la valorización territorial y la incorporación de sus recursos a la financiarización planteada por el capitalismo en las regiones centrales del sistema mundo. Dicho patrón no puede viabilizarse sin que haya clarificación de la propiedad territorial y sin que haya condiciones operativas de seguridad para llevar a cabo los grandes proyectos que reposan en los portafolios de las transnacionales. Sin satisfacer estos dos requisitos, las posibilidades de especular con los commodities y de incrementar o mantener el valor bursátil de las acciones de las empresas beneficiadas por las concesiones territoriales (minero-energéticas o agroindustriales) se hace inviable. Existe una relación en la que están implicados conflicto armado, presencia territorial insurgente, avance de los megaproyectos y financiarización de commodities y empresas. En este sentido, la continuidad del conflicto armado representa un obstáculo para la reproducción de un sistema mundial volcado sobre la captura de rentas.

La paz del capital

Las intervenciones militares de Estados Unidos en Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen, Libia, por mencionar solamente las oficialmente reconocidas, denotan que Estados Unidos no ha renunciado al ejercicio de la violencia y la fuerza para llevar adelante sus intereses, los cuales se pliegan estratégicamente sobre la apropiación de los recursos energéticos y las rutas de transporte. En este sentido, no cabe pensar que el respaldo norteamericano a la búsqueda de la paz en Colombia responde a la adopción de una nueva convicción geopolítica.

La paz propuesta por el Gobierno de Santos (quien sigue el libreto norteamericano y su envolatada estrategia de guerra) no remite a la superación de las condiciones de injusticia, antidemocracia y subordinación geopolítica hondamente arraigadas en el Estado y la sociedad colombiana, aparece más claramente enmarcada en sacar adelante la geopolítica norteamericana y los intereses del capital. En lo inmediato, la preocupación del gran capital reside en lograr una paz rentable para proseguir la sobreexplotación y el saqueo de forma más intensa.

La paz que requiere Colombia precisa de una generosidad que no asoma en el accionar de la clase dominante colombiana ni en el gobierno norteamericano y menos en las transnacionales, al fin y al cabo quienes continúan muriendo en la confrontación militar son los desposeídos.

¿Es posible que la sociedad colombiana transite hacia la paz cuando las políticas que se desenvuelven acentúan la desposesión y la sobreexplotación? En la construcción de la paz lo primero que debe reconocerse es que Colombia ha sido un país prolongadamente devastado por la violencia del capital. El desangramiento del país no ha sido gratuito ni es fruto de odios patológicos; por el contrario, ha ocurrido por cuenta de los sectores más poderosos de la burguesía local y el capital transnacional en pos de conservar sus privilegios y acrecentar su riqueza.

Para los intereses geopolíticos del gobierno norteamericano y las transnacionales la búsqueda de la paz parece fundarse en el criterio contable de costos y beneficios monetarios: ¿cuánto cuesta la paz, cuánto cuesta prolongar la guerra y en qué escenario pueden fluir mayores ganancias? La paz planteada como una operación contable de costos y beneficios, de modo que los “adelantos” a que regateramente haya lugar serán recuperados con creces en “el posconflicto”, corre el riesgo de nacer extraviada. La paz exige más que un regateo en torno a programas y proyectos de “inserción social”: la finalización del conflicto armado no puede tasarse en términos de costos y beneficios monetarios como parecen pensarlo las compañías trasnacionales y el gobierno norteamericano, la paz debe partir de reconocer las históricas injusticias e iniquidades políticas, económicas y sociales que están detrás del conflicto colombiano y de asumir sus grandes responsabilidades en su surgimiento y desenvolvimiento. La paz de Colombia tiene que encararse como un problema político, esto es, un problema de poder y de horizonte social.