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Acuerdo nacional para terminar el conflicto armado
Alejo Vargas Velásquez / Domingo 1ro de marzo de 2015
 

Tuve la oportunidad, con otros colegas de diversos sectores de la sociedad civil, de tener una reunión con el exsecretario general de la ONU, Kofi Annan, en su reciente visita a Colombia y quiero destacar las palabras con las cuales él empezó su breve intervención, porque su solicitud era que le hiciéramos propuestas acerca de en qué podía él colaborar a la paz de nuestro país. Empezó diciendo que un país que quiere construir la paz requiere un gran consenso acerca de ese gran proyecto nacional.

Y claro, ese es por el momento la gran carencia que tiene el esfuerzo que viene haciendo el Gobierno Nacional y las Insurgencias para construir unos acuerdos que pongan fin al conflicto armado y abran la puerta a la construcción de paz. Claramente hay unas mayorías, que fue las que le dieron el triunfo al candidato Juan Manuel Santos en segunda vuelta, después de que este había perdido en la primera vuelta frente al candidato del Centro Democrático; esa es la gran verdad, más allá de si se quiere maquillar a posteriori. Es decir, Juan Manuel Santos recibió un mandato de sus electores para hacer la paz, una buena franja de ellos electores de centroizquierda que poco comparten sus demás políticas públicas. El candidato del Centro Democrático obtuvo un millón de votos menos. Esto es holgado para un triunfo electoral, pero no es lo recomendable para adelantar un proceso de cierre del conflicto interno armado.

Ahora bien, nuestro país tiene una tradición de acuerdos entre elites políticas, el último gran acuerdo se dio para sellar la violencia entre liberales y conservadores y asumir una posición de ‘borrón y cuenta nueva’ con los inspiradores de esa violencia que dejó cerca de trescientos mil muertos; eso fueron los Pactos de Benidorm y de Sitges que dieron origen al Frente Nacional entre Laureano Gómez y Alberto Lleras. Allí los jefes de los partidos tradicionales acordaron distribuirse el poder por mitades durante dieciséis años.

Para los acuerdos de finales de los 80 con las guerrillas del M-19, el EPL, el Quintín Lame y el PRT, se dio la coincidencia de los mismos con la terminación de la guerra fría y el hundimiento del denominado ‘mundo socialista’ que generó un ambiente de optimismo en las elites dirigentes en la medida en que consideraban que el triunfo de la democracia y el mercado sobre el socialismo y las economías centralmente planificadas, las dejaba sin rival a la vista; eso contribuyó a generar ese consenso necesario. En las desmovilizaciones de los grupos paramilitares tuvo un gran impacto el amplio prestigio logrado por el Gobierno Uribe y eso hizo que las voces opositoras fueran minimizadas.

Hoy día hay una oposición política a las conversaciones del Gobierno Nacional con la guerrilla liderada por el Centro Democrático y sectores del Partido Conservador y unas críticas institucionales encabezadas por el Procurador, quien se ha denominado un ‘escéptico no hostil’, pero al mismo tiempo hay voces, incluida la del propio Procurador, que proponen un ‘Pacto por la Paz’. Y claro, la tradición colombiana es propensa a los acuerdos. Pero surge la duda de si realmente hay intención de llegar a un acuerdo nacional o más bien lo que se piensa es que hay que sumarse a las posiciones de los opositores, lo que algunos teóricos de la democracia han denominado la dictadura de las minorías, partiendo de que estas salidas a situaciones de conflicto armado son por esencia políticas. Creo que si bien los distintos actores relevantes de entrada ponen sus posiciones frente a la posibilidad de un consenso por la paz, deberían estar en la disposición de llegar a acuerdos –es decir dispuestos a ceder en sus posiciones, no pretender imponérselas a los otros-. Si esta es la actitud de todos, será posible el acuerdo nacional, de lo contrario será un tema de mayorías y minorías con las desventajas que esto tenga.