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San Quintín, el México feudal que nunca se ha ido
Alberto Buitre / Miércoles 25 de marzo de 2015
 

Estuve revisando algunas de las notas sobre la reciente represión a jornaleros agrícolas del valle de San Quintín, Baja California. Quería constatar el trato que el espectro periodístico nacional le ha dado al tema y no encontré ni un solo medio de comunicación institucionalizado que cuestionara la protección que brinda el Gobierno estatal (emanado de una alianza entre el PAN y el PRD) a los caciques de estos campos de cultivo; la utilización de armas de fuego, bombas lacrimógenas y golpes mortales contra los trabajadores, que estallaron en huelga contra los tratos inhumanos y esclavizantes a los cuales les obligan los contratistas. Indignante omisión mediática, pero de ninguna manera sorprendente.

Conozco a los jornaleros. Durante mi trabajo como reportero en Hidalgo conocí la situación de los campesinos de la Huasteca y Sierra de este Estado, y su infierno en los campos de chile y jitomate en el norte del país. Me tocó documentar en el año 2005, el caso de la familia Vargas, cuyos miembros –un hombre y mujer de 35 años y su hijo de 12-, murieron atrapados en una zanja, aplastados por dos toneladas de tierra, sin que hubiera responsable legal por su deceso. Ni el cacique, ni los enganchadores, ni las autoridades de las Secretarías de Agricultura y del Trabajo, quienes entonces, como ahora, prefieren dejar pasar los abusos, a pesar de las constantes denuncias ante las Comisiones de Derechos Humanos –instancias que también cargan su buen trozo de culpa, al no querer presionar a los gobiernos a actuar en consecuencia (claro, si los ombudsman son designados por los gobernadores…).

En San Quintin no ocurre algo distinto, pero la gota derramó el vaso. Los campesinos pararon el abuso. La respuesta del Gobierno fue la represión. La reacción de los medios fue el silencio, escudados en esa conducta cobarde a la que llaman “objetividad”. Pero estamos hablando de un régimen feudal que nunca se ha ido. Ironía propagandística a la mexicana. Con frecuencia se escucha a conductores de noticias vociferar sobre campos de concentración en países como Cuba o Corea del Norte, sin tener ni una maldita prueba al respecto. Pero cuando se trata de centros de explotación y esclavitud en México, de los cuales se tienen evidencias documentales y jurídicas, entonces todo les parece normal. Canallas.

Mientras tanto las negociaciones siguen. Al tiempo de esta publicación, el paro continúa y el próximo 25 de marzo se habrá de decidir qué sigue. Los jornaleros en paro, en su mayoría originarios de Oaxaca, se cuentan por miles. Hay más de 200 presos políticos. No me sorprendería que existiera un acuerdo por debajo de la mesa entre autoridades y caciques. Así son estos Gobiernos. Hacer como que se hace, para no hacer nada en realidad. Es el Leviatán de Hobbes. Aquel que decidimos alimentar en las elecciones y que en su demoniaca conducta se cree con el derecho de prescindir de la vida de los campesinos, los últimos, los sin voz; pero que, está visto, pueden cambiar la historia en un arrebato de rebeldía. Desde Ensenada hasta Ayotzinapa, los ojos del país también deben posarse en el valle de San Quintín y exigir el fin de la opresión de clase. Un país dominado por una plutocracia que no tiene justificación para seguir existiendo. El México feudal que nunca se ha ido.