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La historia a contrapelo
La hora constituyente
La crisis colombiana afecta todos los poderes públicos. No puede ser comprendida como unas manzanas podridas o decisiones corruptas de algunos individuos.
Sergio De Zubiría Samper / Viernes 3 de abril de 2015
 
Foto: Lorenzo, Wiwa via photopin (license)

Frente a una institucionalidad moribunda existen diferentes actitudes políticas y filosóficas. El gran pensador argentino José Luis Romero, en El pensamiento político de la derecha latinoamericana (1970), elabora una compleja caracterización de la derecha en nuestro continente, entre ellas los “grupos señoriales”, las “oligarquías liberal-burguesas” y el “populismo de entreguerras”.

Su preocupación por el pensamiento político de la derecha nace de la constatación de que, en rigor, “la estructura socioeconómica colonial no ha desaparecido del todo en ningún país latinoamericano, tan importantes como hayan sido las transformaciones que han sufrido. El signo inequívoco de su permanencia es el régimen de la tierra, el sistema de las relaciones sociales en la áreas rurales y mineras”.

Considera el filósofo Romero que, aunque no agote la caracterización de la derecha, la idea de una profunda resistencia al cambio y a las reformas está unida a la identificación del pensamiento político de la derecha latinoamericana. Se acompaña también de la certidumbre en la legitimidad de los privilegios, la inmutabilidad del orden universal y la ilegitimidad de todo cambio en la estructura socioeconómica. Ante la urgencia de las reformas estructurales, la derecha actúa con dos procedimientos.

El primero, el rechazo directo a las transformaciones y una discursividad que intenta demostrar su impertinencia. El segundo, lo que la teoría política ha denominado el “gatopardismo”, utilizando la paradoja planteada por el escritor italiano G. Lampedusa al afirmar en su novela: “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. En términos filosóficos, la utilización de apariencias de cambio o pequeñas mutaciones que no tocan la estructura del todo.

La crisis colombiana afecta todos los poderes públicos. No puede ser comprendida como unas manzanas podridas o decisiones corruptas de algunos individuos. Tratar de persistir en la sensación de que se trata de “casos aislados” es simplemente una estrategia de la derecha para evitar reformas estructurales o perpetuar un gatopardismo cómplice, que culmina incrementado la violencia y la injusticia en Colombia. El presidencialismo patógeno, el desmonte de la descentralización, la ilegitimidad del poder legislativo, el antidemocrático régimen electoral, el modelo extractivista destructor de la naturaleza, el aplazamiento indefinido de una reforma agraria, la educación, etc., son manifestaciones de una crisis sistémica.

En el horizonte se sitúa con fuerza la urgencia de un proceso constituyente, la voluntad política de cambios estructurales y la convicción ética que la mayor impunidad es dejar intactas las causas fundamentales de nuestro conflicto. Es la hora de desatar desde el campo popular un proceso constituyente.