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Coexistencia imposible
Gustavo Duch Guillot / Miércoles 26 de noviembre de 2008
 

Durante 120 días los hemos podido encontrar en stands de fiestas mayores y de ferias agrícolas, a la salida de eventos solidarios y en comercios alternativos. Con el lema "som lo que sembrem" una colectivo de payeses (pequeños productores agrícolas) respaldados por cooperativas, entidades culturales, grupos ecologistas, ONG, asociaciones de vecinos, etc. se han desplegado para dar a conocer y buscar el respaldo a su iniciativa para declarar Catalunya libre de transgénicos. En esos mismos meses hemos presenciado el aumento del precio de los alimentos por todos los mercados del planeta suponiendo para muchas personas pasar de comer a no comer, de la pobreza a la hambruna. ¿Son dos realidades interconectadas?

Sí, a mi entender. Como explica la campaña, los transgénicos son una pieza que encaja perfectamente en un modelo de agricultura, en la agricultura industrializada. Las semillas transgénicas con su paquete tecnológico incorporado no están diseñadas para apoyar la agricultura campesina, orgánica o ecológica, sino para hacer más eficaz la agricultura industrializada. Esta forma de hacer agricultura fue promovida por los Estados Unidos y Europa después de la Segunda Guerra Mundial, garantizando la provisión de alimentos y creando un nuevo mercado internacional (también, todo sea dicho, permitió dar salida a buena parte de la industria de armamentos y reconvertirla en industria química y de maquinaria). Pero su implementación a escala global, a ritmos aceleradísimos, con una visión crematística y sin marco político que la regulara, la ha convertido paradójicamente en una de las principales causas generadoras de la pobreza y hambre en el medio rural. Los productores y productoras de alimentos a pequeña escala son el principal grupo de personas afectadas por la pobreza, bien porque no pueden competir contra tamaña agricultura; bien porque sus esfuerzos en seguir el modelo los han llevado al endeudamiento y al cierre de sus pequeñas explotaciones; además de haber provocado un agotamiento de los suelos con sistemas agrícolas tan exigentes y tan poco prudentes en el uso de fertilizantes y agroquímicos.

En síntesis, ocurre lo mismo con el campesinado que con las semillas: igual que se ha demostrado la imposibilidad de la coexistencia de campos transgénicos con campos de semillas tradicionales, las primeras contaminan a las segundas, se ha evidenciado que los pequeños campesinos y campesinas no pueden coexistir con una agricultura industrializada y monopólica, la segunda asfixia a los primeros.

Si queremos defender al pequeño campesinado del planeta como garantes de nuestra alimentación, produciendo en cooperación con la naturaleza (no mediante una conquista despiadada) y asegurando la soberanía alimentaria de cada territorio, es necesario que los parlamentarios acojan favorablemente la iniciativa legislativa popular propuesta por 105.896 ciudadanos y ciudadanas catalanes. En ella se solicita la declaración de Catalunya como Zona Libre de Transgénicos, al igual que Euskadi, Menorca, Canarias o Asturias, y muchas otras regiones europeas, lo que llevaría a prohibir el cultivo de transgénicos y a poner en marcha un sistema de etiquetaje claro de los alimentos.