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Uso político de la injusticia
¿Basta ya de qué? Esa es la pregunta del momento. Ese es el nudo de los diálogos de La Habana. Ese es el nudo de la discusión con el ELN. Ese es el nudo de la discusión que nadie ha querido dar con los defensores de derechos humanos, profesionales, líderes estudiantiles, feministas y periodistas, entre otros.
Jose Antequera Guzmán / Lunes 13 de julio de 2015
 

Independientemente de que los acusados resulten involucrados o no en los hechos objeto de juicio, ya eran culpables de algo. Sólo la fuerza de un apoyo social, al que se han sumado voces que ocupan buenas posiciones en la pirámide de la credibilidad, ha hecho que el carácter de defensores de derechos humanos, profesionales, líderes estudiantiles, feministas, o periodistas, resulte contradictorio con el modo como se quiso posicionarles desde el minuto cero en los medios de comunicación.

Normalmente estos títulos son en Colombia un motivo de sospecha, que resulta en chuzadas, seguimientos, estigmatizaciones, banalizaciones y hasta burlas. Y es esa normalidad perversa lo que ha permitido que en el ámbito público pueda desaparecer sin consecuencias el asunto de los petardos en las sedes de Porvenir como materia de juzgamiento.

¿Y ahora, quién podrá defendernos? La Procuraduría General de la Nación no fue creada en la Constitución del 91 como una silla donde el que se sentara tuviera por ello la legitimidad asegurada para decirse representante de los intereses del pueblo colombiano. Una historia muy concreta y muy trágica, también normalizada, de violaciones a los derechos humanos, de torturas, de Estado de Sitio, Estatuto de Seguridad, y tratamientos crueles, inhumanos y degradantes a defensores, profesionales, líderes estudiantiles, feministas y periodistas, entre otros, hizo necesario crear una institución que defendiera derechos humanos. Pero el encargado de la tarea está ocupado en otras cosas, y no ha tenido tiempo de acercarse a pedir el respeto a la presunción de inocencia, que sería lo mínimo. En cambio, quiere convencernos de que existe un complot entre el gobierno y las FARC para sacarlo del puesto.

El antiterrorismo se justifica desde siempre en el poder simbólico de las bombas. Se supone que esa perspectiva estaba superada en el mundo, pero la verdad es que no ha dejado de ser una carta conveniente cuando se trata de mezclar penas con manzanas.

Cuando agarran a alguien por algo, lo normal también es que uno prefiera meterse a su casa y ponerse a ver novelas. Con todo los luchadores que fueron mis padres, fue a un compañero del colegio, a quien todos considerábamos gay (y por lo tanto menos respetable), el que me mostró cómo se debe actuar si uno no quiere que le pase lo que al indiferente del poema de Brecht, que tuvo que terminar diciendo: “Ahora vienen por mi. Pero ya es demasiado tarde”.

El Presidente y el Comandante de la Policía Nacional nos dijeron que habían encontrado a los responsables de unos petardos y luego la Fiscalía dijo que los juzgaría por su participación en un tropel ocurrido meses atrás. ¿Qué clase de justicia es esa que se activa como espuma de favorabilidad y trofeo demostrativo, cuando resulta incapaz de clarificar si el Presidente de la Corte Suprema de Justicia es responsable por corrupción y paramilitarismo, o el ex Presidente de la República de crímenes de lesa humanidad? Una justicia injusta, por supuesto.

¿Basta ya de qué? Esa es la pregunta del momento. Ese es el nudo de los diálogos de La Habana. Ese es el nudo de la discusión con el ELN. Ese es el nudo de la discusión que nadie ha querido dar con los defensores de derechos humanos, profesionales, líderes estudiantiles, feministas y periodistas, entre otros. Más allá de las confrontaciones, hay una cultura normal, y una actitud normal, un comportamiento de la Policía normal, unas leyes normales y un uso político y mediático de la injusticia y del poder simbólico de las violencia normalizados, que tienen que terminar si algún día queremos ser un país decente, al menos.