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Análisis
El “congresito” de Santos
En los acuerdos de La Habana que restan no se debe discutir ya la necesidad de una constituyente que, como dice Serpa Uribe, es “impajaritable”, sino su temario preciso y su conformación amplia, popular y democrática.
Alberto Pinzón Sánchez / Viernes 14 de agosto de 2015
 

Justo cuando el debate en el país sobre la “caída” continuada de una serie de superaeronaves de guerra muestra la tradicional mendacidad del régimen que compromete el prestigio del empresario-ministro de Defensa Villegas y pone en evidencia las más graves fallas y la corrupción (¿colapso?) dizque del arma estratégica más importante, más cuidada y más favorecida por los “dólares” del Plan Colombia y que posee el bloque de poder dominante para ganar la guerra contrainsurgente, es decir, la esencia misma de su existencia, aparece la fuga hacia adelante, un poco humeante, de la propuesta presidencial de convocar un “congresito” con participación de algunos miembros de las FARC (sic) para ratificar los eventuales acuerdos de La Habana y la finalización del llamado conflicto interno colombiano.

Es una carta que Santos tira sobre la mesa de juego, que deja ver lo avanzado que está dicho proceso de paz. Y lo hace presionado:

1-Por la terrible realidad económica, jurídica y política en que se ha convertido el pesadísimo bacalao que el régimen contrainsurgente carga a sus espaldas (como el de la emulsión de Scott) de los 500 mil hombres/fusil, más los 110 mil militares en retiro que dirige políticamente de manera tan eficiente el general Ruiz y los 13.500 pensionados por invalidez o lisiados de guerra, quienes no tienen quién los defienda y están a merced de los buitres de las pensiones, que revolotean en los techos del Palacio de gobierno.

2- Por los costos exorbitantes en dólares que demandan los 4.173 militares, o manzanas podridas que llaman, investigados por la fiscalía de Colombia solamente por los falsos positivos.

3- Por el tremendo desgaste político diario, gota a gota, que está representando ante la opinión pública nacional e internacional esta inocultable realidad. Ay de Vivanco.

Y decimos solamente por los falsos positivos, porque no se conoce la cifra total de militares de todas las graduaciones y charreteras “enchiquerados” por la Justicia colombiana por haber ejercido el “legítimo y legal” derecho del aparato “legal y legítimo” de la violencia de las instituciones durante todas estas décadas de la “legitima, legal e institucional” guerra contrainsurgente en Colombia. Ay de los defensores liberales y conservadores de la “legitimidad y legalidad” de las FFMM y de la cadena de mando que los dirigió políticamente, no judicialmente, hacia tan terrible y bárbara atrocidad jamás conocida en el hemisferio occidental, que será siempre una cruz de ceniza en la frente de cualquier colombiano cuando presente su nuevo pasaporte globalizado Schengen.

Santos, como lo anota su amigo el jefe liberal Horacio Serpa Uribe en su última entrevista, “Si nos hemos de morir, vámonos enfermando”, publicada en su portal, sabe o está advertido de la “imposibilidad legal” de un “congresito” como el que propone y debe tener entre pecho y espalda la tradicional propuesta política de la insurgencia de realizar una constituyente amplia, popular y democrática (es decir bien definida y no reaccionaria como la que propone AUV) para refrendar los acuerdos finales que se logren al final de cualquier proceso de paz entre el Estado y la insurgencia, y que le fue presentada en su momento en Casa Verde a Belisario, a Gaviria y Serpa en Tlaxcala, a Pastrana en el Caguán y ahora se vuelve a presentar en La Habana.

Es decir que no es una idea improvisada o de última hora, y menos de ningún político tradicional en trance electoral, sino que obedece a una aspiración popular histórica para sellar políticamente un pacto vertical (es decir con los de abajo) diferente a los pactos horizontales y de silencio realizados entre fracciones de la oligarquía bipartidista a todo lo largo del siglo XIX y del siglo XX.

¿Desconfía Santos del Congreso “democrático” actual? No lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que el presidente, a más de tirar el globito de humo que hemos descrito, dada su falta de liderazgo institucional y sus bandazos acostumbrados, pretende que la insurgencia haga el “último” de los acuerdos con la casta política y parapolítica que “legal y legítimamente” se desempeña en el actual Congreso de la democracia colombiana y, de paso, valide o “legitime a los pupitrazos” lo que el pueblo de abajo no puede validar amplia y democráticamente en unas votaciones limpias y bien supervisadas por organismos internacionales competentes. ¿Por qué tanto miedo a la gente del común y a su expresión democrática directa?

En los acuerdos de La Habana que restan no se debe discutir ya la necesidad de una constituyente que, como dice Serpa Uribe, es “impajaritable”, sino su temario preciso y su conformación amplia, popular y democrática.

Creo que el dicho santandereano que más se ajusta no es el de la enfermedad y la muerte, sino aquel que dice que “lo que se ha de empeñar, que se venda”.

Santos, el pueblo colombiano, cuando sabe que el juego está terminando y ya entrado en gastos, ¡paga por ver!