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Guerrilla, mujer, sexismo y más
Yezid Arteta Dávila / Sábado 22 de agosto de 2015
 

En muchos casos la retórica académica y la ideología no alcanzan a explicar o interpretar a la realidad. Hay realidades que, como en las jugadas de ajedrez, no pueden deshacerse salvo que le pegues una manotada al tablero. Acabas de salir de la universidad con un laberinto teórico en la cabeza y lo que más deseas es comerte al universo a mordiscos. En una escuelita rural, la voluntaria de una oenegé cura las ampollas que le han brotado en los pies mientras recuerda a sus amigos que se quedaron tomando cervezas en un bar de Houston, Madrid o Dusseldorf. Las mariposas nocturnas revoletean alrededor de la llama hasta que uno de ellas se inmola y la vela se apaga. La escuelita queda en tinieblas.

El revolucionario lleva el programa de su organización enganchado a la memoria y salta, como un potro, a galopar por el retorcido mundo. Los maestros le han aclarado todas las dudas y está plenamente convencido del carácter infalible de su ideología. En los manuales ha encontrado las respuestas a todos los problemas económicos, sociales y culturales. Lleva algunos textos en su mochila de campaña para ir reforzando la conciencia en el camino. Desde los árboles una manada de monos ve pasar a los guerrilleros.

En la vereda El Desplayado, cabecera del río Iscuandé, un hombre negro de unos sesenta años te invita a entrar a su rancho, levantado con palma chonta, para que le eches el cuento de tu lucha. Vive con dos mujeres en el mismo rancho y tiene una tercera en un bohío no lejos de allí. Una de las mujeres trae una olla de chontaduros cocidos y un tarro con sal. Te rascas la cabeza y no sabes por dónde empezar. Recuerdas las cartas de Lenin a Inessa Armand sobre el amor libre o Las Peregrinaciones de una Paria de Flora Tristán. Observas a las dos mujeres y te vienen a la cabeza pasajes de El Retrato de Teresa, la película cubana de Ambrosio Fornet. Afuera miras a una media docena de niños, desnudos y felices, chapoteando en una charca. A la mierda la teoría, piensas, y sigues oyendo al hombre que explica cómo rezar una picadura de serpiente.

Años después. Corregimiento de Huisitó, Cauca. En el pórtico de un rancho de tablas aserradas y techo de cinc está la mujer separando la leña. Lleva un bebé atado con un poncho a sus espaldas. Dos pequeños comen arroz y un caldo hecho con las manchas del plátano. Miras. Una guerrillera conversa con ella. Fueron juntas a la escuela. Cada una cogió su camino. Son de la misma edad pero una parece la madre de la otra. A la que se ve más vieja la vida la ha castigado sin clemencia. El marido también la ha castigado. Sigues mirando a las dos mujeres mientras chupas el jugo de un trozo de caña. Ellas conversan animadamente sobre un chico que se disputaban. Un hombre llega a caballo. Se baja, retira la montura y dirigiéndose a ti, dice: qué los trae por aquí, compas.

Siguieron pasando los años. En Remolinos del Caguán más de un centenar de mujeres esperan con inquietud la llegada de la guerrilla. Son todas prostitutas y desean exponer sus reclamos. Entre ellas hay una que al caminar arrastra un pie. Es la más vieja de todas y lleva la vocería. La mujer se acerca sonriente y te obsequia un botón con la imagen del Che Guevara para que lo prendas en tu boina. La asamblea es dentro de un bar llamado Playboy. El sudor escurre por tu frente. Cuál es mi papel en este pequeño drama, te preguntas. Devuelves el rollo en tu cabeza y tratas de recordar si Alejandra Kollontai escribió algo sobre la prostitución. Los raspachines no quieren usar condón, se queja la vocera. Secas el sudor con la manga de tu camisa. Mire lo que me hicieron, vocifera una chica con un moretón en el ojo. Sientes que el sudor resbala por tus espaldas. Un bebé llora y la madre le clava la cabeza contra sus tetas.

Por estos días van apareciendo estudios, estadísticas y prontuarios sobre las guerrilleras y la relación de la guerrilla con las mujeres en las zonas de conflicto. Unas veces son encargos de afuera o de adentro en los que los analistas están obligados a extraer líquido de un balín y no tienen más remedio que emborronar páginas con información manipulada o extrapolando episodios de otros conflictos al nuestro. Es el problema de los estudios subvencionados en los que te exigen escribir ciertas cosas para que puedas cobrar. Algunos de esos informes hay que tomarlos con guantes para no untarse las manos.

No estamos en tiempos románticos para enaltecer la lucha armada pero tampoco podemos llegar al disparate de desnaturalizar a la guerrilla y presentar a su gente como una pandilla de depravados cuyo objetivo era procurarle daño a la gente y en particular a la población femenina. La única campaña sistemática de los rebeldes en Colombia fue la de tomar el poder por la vía de las armas. Esa campaña fracasó por razones que no voy a exponer en esta nota.