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Opinión
Un apretón de cincuenta años, según Andrés Gil
El dirigente de Marcha Patriótica relata lo que sintió frente al acuerdo de La Habana
Andrés Gil Gutiérrez / Jueves 24 de septiembre de 2015
 

No sé si a ustedes les pasó lo mismo, pero a mí se me rompió un paradigma cuando Santos y Timochenko se dieron la mano. El de ayer fue quizá el mayor choque contra el escepticismo que Colombia haya tenido. Un país que miraba la paz con desconfianza, incluso con fastidio. Ayer la paz pasó de ser algo impensable, inviable, a una realidad probable que incluso ya tiene hasta fecha. El país que le había comprado a Uribe su “paz sin impunidad” ayer comenzó a entender qué es eso de la “paz con justicia restaurativa”.

En el apretón de manos de Timochenko con Santos la gente por fin entendió de qué se trataba la cosa. Este no es un proceso de sometimiento, ni estamos hablando de justicia penal, esta es una negociación entre dos partes en el cual una parte no ha logrado vencer a la otra.

La gente corriente que sabe poco o nada de derecho pero que tiene sentido común comienza por fin a entender que es mejor un modelo de justicia donde el victimario (sea de las FARC o del Estado) repare a la víctima, diga la verdad y se generen las condiciones para que el sufrimiento no se repita, a que pase años en una cárcel sin nada de las anteriores.

En realidad la justicia restaurativa es buena para la víctima ya que recibe verdad, justicia y reparación; es buena para el victimario quien tiene una oportunidad para resarcir su daño y mirar hacia delante; pero, sobre todo, es sanadora para un país enfermo de guerra, intolerancia y odio. Esta justicia será restaurativa también para Colombia.

La justicia punitiva no es más que la arcaica ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente”, donde se parte del principio de que si se la causa el mismo dolor que el otro me ocasionó a mi, me sentiré mejor (vengado) o si no, “no hay justicia”. Esta justicia punitiva que está tan de moda en Colombia es medieval, costosa y en realidad no resuelve nada.

El debate está abierto, ¿qué paz necesita Colombia? Si la justicia punitiva y vengadora que tanto pregona Uribe o la restaurativa que repara, da verdad y garantiza no repetición.

A propósito de Uribe, ahora entiendo sus cuatro años de berrinches: se está haciendo realidad su peor pesadilla, está pasando de ser “el gran colombiano”, “el mejor presidente de la historia”, a un personaje que va repitiendo monótonamente los mismos dogmas mientas va languideciendo en las brumas de la historia, al tiempo que ve a Santos, su odiado judas, pasando a la misma historia como el presidente de la paz, caminando rumbo hacia el Nobel y de la mano nada menos que de Timochenko.

Sin guerra, Uribe y su discurso de seguridad justificado en el miedo ya no son vigentes, y sin Uribe tampoco hay Centro Democrático, aunque aún darán mucha lora. La paz es el fin de esta tendencia política como la conocemos.

El de ayer fue un día mágico. Cuando se terminó la ceremonia en La Habana, mi hija de ocho años antes de irse a dormir me preguntó: ¿por qué si la gente estaba alegre por la paz esta no se había firmado antes? ¿Qué otros países estaban en guerra? ¿Qué traería la paz para los niños y para nuestra casa? Traté de responder una a una sus inquietudes. Mientras mi hija se dormía recordé una breve conversación que recientemente sostuve con un familiar cercano, “cuídese primo, durante cuatro generaciones ningún hombre en la familia que se haya dedicado a las causas sociales o haya tenido filiación de izquierda ha muerto de viejo”.

La pronta firma de la paz y la construcción de un país incluyente permitirá que la historia de Colombia ahora sea distinta.