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Los dicientes silencios de Peñalosa
Germán Ayala Osorio / Domingo 3 de enero de 2016
 

En su discurso de posesión como alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa no hizo referencia a la paz y al posconflicto. No se trata de un simple olvido. Por el contrario, esa consciente omisión nos puede llevar a pensar en la actitud y en la postura que en adelante asumirán la rancia élite y burguesía bogotanas que no acompañan y que mucho menos aceptan los acuerdos de La Habana.

Como ficha de una mezquina y anquilosada élite de poder económico, político y social, Peñalosa piensa que Bogotá, como ente territorial y centro de poder, no tiene por qué pensar, discutir o liderar ejercicios de paz, reconciliación y posconflicto. La visión maniquea e histórica que comparten el recién posesionado alcalde de la capital y quienes lo llevaron al palacio Liévano, les impide considerar temas públicos como la paz y el posconflicto.

Finalmente, desde cómodas oficinas y exclusivos clubes como El Nogal se acostumbraron a tomar decisiones sobre la guerra, consolidando ese centralismo bogotano que de tiempo atrás considera al resto del país como un gran baldío. Es decir, que Colombia es Bogotá, hasta Chía. Y lo demás, extensos baldíos que cualquiera puede ocupar y usurpar.

A esa acomodada élite y burguesía bogotana poco le interesa lo que suceda con el resto del país. Es decir, con eso que el periodismo bogotano llama las provincias. Eso sí, siempre y cuando en esas provincias las Farc (no la Far, como dice el exmesías) no afecten sus intereses económicos y los de las élites regionales que les hacen el juego con la corrupción, la desidia, la estrechez mental y la incapacidad de liderar un proyecto moderno de país.

Peñalosa es incapaz de hablar y de pensar en temas y asuntos relacionados con la paz y el posconflicto porque de tiempo atrás asumió el rol de ficha e instrumento de una élite corrupta y una burguesía permisiva que sigue pensando que Bogotá es el país. Sus dicientes silencios frente a esos cruciales temas se deben a que sigue las órdenes de Vargas Lleras. Un vicepresidente que guarda sospechoso silencio frente al proceso de paz de La Habana y quien en 2018 intentará llegar al Solio de Bolívar para desde allí torpedear la implementación de lo acordado con las Farc y de esa manera, evitar consolidar el posconflicto.

Peñalosa y Vargas Lleras no son más que dos peones de la derecha y de la ultraderecha.

Enrique Peñalosa no tiene el talante de un político moderno con el que es posible discutir asuntos públicos de especial interés: cambio climático, paz, reconciliación y posconflicto, entre otros. Ni siquiera tiene el carácter de un líder: es el mandadero de la derecha bogotana. Tampoco es un académico en su amplio significado. Es, si acaso, un acomodado técnico que con su arrogancia pasa por capaz e inteligente.

Durante mucho tiempo vendió la idea, con el apoyo de la prensa bogotana, de que sabe de urbanismo. Es posible que conozca de asuntos técnicos en temas de movilidad y expansión urbanística, pero sus inexistentes sentidos de lo humano y de lo ambiental permiten caracterizarlo como un simple burócrata. Uno más.

De esta manera, Peñalosa, como estafeta de la derecha bogotana, desde ya manda un mensaje claro a quienes desde otras esferas de poder vienen apoyando el proceso de paz de La Habana: lo que suceda en las provincias poco importa mientras el centralismo bogotano siga intacto y sus agentes puedan seguir tomando decisiones políticas y económicas desde exclusivos clubes sociales.

Más allá de las diferencias en sus proyectos políticos y convicciones ideológicas, siempre será mejor escuchar y discutir temas y asuntos públicos con Petro. Finalmente, este último se levantó en armas, fue rebelde, se desmovilizó y jugó con las reglas de la democracia.

Peñalosa ha vivido en una burbuja toda su vida. Y no tiene la culpa por ello, pero en lo que sí tiene responsabilidad es en la manera en la que “entiende” los problemas del país y los de la capital.