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¿En dónde salta el Conejo?
Diego Fernando Marín / Martes 23 de febrero de 2016
 

“Conejo es un pueblo campesino y somos los primeros que anhelamos la paz; porque estamos entre la espada y la pared, porque somos los paganos de todo. Ese fue el tema que ellos trajeron. Vinieron a hablarnos como iba el proceso de paz y por eso fuimos a la reunión (...) Ellos solo vinieron hablar de paz, pero no se metieron con nadie, ni ofendieron a nadie. Eran los 30 guerrilleros armados, entre ellas unas 20 mujeres, el resto eran de civil y no tenían armas”. [1]

Esto no es tomado de un diario de izquierda ni de un comunicado de la guerrilla, es lo que se escribe en un periódico local de la Guajira, que no es conocido en Colombia por ser un departamento especialmente democrático.

El diario local continúa con otro artículo que reseña cómo todo el mundo sabía lo que pasaría en Conejo. Con la franqueza caribeña que tanto molesta a los cachacos, los mismos pobladores aclaran cómo el miércoles en la noche se retiraron los militares y el jueves en la mañana entraron los guerrilleros; los periodistas que llegaron de varias partes del Caribe afirman que el protocolo y la logística estuvieron mejor que en las entidades gubernamentales; un habitante continúa señalando que todo el pueblo la pasó mejor que en los días del carnaval local y sin trago, en paz; mientras que otro remata diciendo “Que vuelva la guerrilla para que el gobierno nos atienda”. Esto es lo que debe causar tanto ardor en el ego de la godarria de saco y corbata y por eso no se registra en la prensa nacional, ocupada de morbosos escándalos homofóbicos y el próximo partido de la selección de fútbol.

Yo sigo examinado los titulares de la versión electrónica del diario guajiro, rodeado de nieve a las 4:30am hora local de Oslo, y el calor caribeño que irradian las fotografías contrasta con los escalofríos que produce la realidad regional: “Robo millonario en el Banco Popular de Riohacha”, “Afrodescendientes reclaman inclusión en programas del gobierno”, “Asesinado de un tiro en la cabeza menor de tres meses en Ríohacha”, “Con la llegada de las FARC se movió la economía en el corregimiento de Conejo”. Me acuerdo de mis amigos costeños, de Guillermo Baquero y mi ahijada Inés en Estocolmo, de Johan Mosquera en sus cursos de sueco, de Yezid Arteta Dávila en Barcelona y sus cuentos, y me avergüenzo de lo lejos que hemos dejado a estos pueblos en la historia y los corazones del resto del país.

No fueron las FARC las que le metieron conejo al gobierno, somos todos los que le estamos metiendo conejo al tema de la paz si seguimos pensando que el cuento de lo territorial es una frase bien acuñada para engalanar artículos y solicitudes de proyectos. Es allá en esos pueblos donde el país debe aprender de reconciliación y paz, dejando a un lado la doble moral y la mojigatería de la política tradicional. El sábado pasado, luego de un debate en el festival de cine documental de Oslo al que me invitaron para hablar de Colombia, me preguntaba un periodista noruego bien informado sobre las posibilidades de la paz y el fuerte rechazo de los colombianos a las negociaciones, y aún sin haber visto los videos de La Plena - Prensa Alternativa y Popular del Caribe le respondí lo que hoy deja ver el diario guajiro: la famosa oposición de las ciudades es la radicalidad irresponsable de los que no han vivido la guerra, en las regiones, en los pueblos que sí la han padecido, es donde entienden mejor el cuento de la paz. Imposible no hacer una pausa para recordar cómo hace diez años teníamos que lidiar con el mismo radicalismo pero de parte de algunos “camaradas”, que con el rollo de la insurrección enredaron a más de uno en las cafeterías de Bogotá mandándolos para el monte o dividiendo la izquierda. Hasta el día de hoy jamás se les vio con el overol puesto y ahora andan de embajadores de la paz o acomodados en Bogotá con salarios millonarios y varios posgrados debajo del brazo.

A la gente en las regiones no se les puede meter conejo, menos a los de Conejo que como muchos otros han visto correr la sangre por disparos de fusiles de uno y otro bando. Espero que al menos, tanto los indignados por el “atrevimiento” de las FARC como los que festejamos estos ejemplos de paz, se hayan tomado el trabajo de mirar en el mapa donde fue que saltó el conejo. Todo el que cuente con la fortuna de tener amigos costeños, especialmente guajiros, reconocerá la zona de inmediato gracias a los interminables debates sobre el vallenato al que nos tienen acostumbrados. Conejo queda en la esquina nororiental del eje Valledupar-San Juan-Fonseca, con Villanueva incluido. Es como un embudo al revés, que se cierra hacia la Guajira y se abre hacia el Magdalena, incrustado en la geografía colombiana entre la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá. Conejo queda recostado contra esta última haciendo frontera con Venezuela.

No hay pueblo de esa zona que no esté nombrado en un vallenato famoso, Diomedes Díaz nació por allí en La Junta, y por allí queda también Badillo, el pueblo de la custodia famosa de Escalona, mejor dicho, es la propia Meca de la cultura vallenata. Pero es también un foco candente del paramilitarismo, por ese embudo invertido hacia el interior del país se vertió gran parte de la violencia de la motosierra y las masacres, subiendo a contra-corriente por el cause del Magdalena. También por eso es que arman tanto escándalo los compatriotas del Centro Democrático, de Fedegan y el procurador. Es que, como se dice popularmente, se le metieron a la cocina, hicieron fiesta y no se dieron cuenta ni cuándo salieron. A los amantes de la guerra, enemigos del proceso de La Habana le pasaron la paz por las narices demostrando que allá, en su patio trasero, también la gente quiere la paz y que su discurso de guerra es un embeleco oportunista e irresponsable desde las alturas de la capital.

Allí reside para mí la verdadera importancia estratégica de lo que sucedió en Conejo. Es un golpe da mano de la paz a los señores de la guerra. ¿Cómo se explica que en la propia cuna del paramilitarismo y cuando todos sabían lo que pasaba, nadie diera aviso oportuno a la caverna de Medellín y Bogotá? ¿Dónde quedaron las filtraciones del ejército hacia el Centro Democrático y Uribe? Esta vez nadie reveló coordenadas, nadie alertó del movimiento de tropas, ni de la presencia de la guerrilla. Por primera vez en la historia del gobierno de Juan Manuel Santos quedó demostrada una real unidad de mando y total acatamiento de la autoridad presidencial, no hubo ni ministros, ni oficiales, ni soldados o funcionarios que le hicieran el juego al procurador o a Uribe y su Twitter. Esta vez se quedaron solos. Cabe anotar que “coincidencialmente” el presidente Santos también estaba en La Guajira.

Esta historia quedará marcada por el espíritu macondiano del que tanto nos enorgullecemos, y es que como diría Trespalacios El Propio no puede haber paz sin bacanería, la paz es una cuestión de bacanes y bacanas. Pero en el fondo lo que sucedió en Conejo fue el primer gran ejercicio público de confianza y coordinación entre las FARC y el ejercito colombiano, de cara a un cese de fuegos bilateral y definitivo. Fue también un golpe de alto valor simbólico para demostrar el apoyo popular a la paz y sobre todo fue un golpe a la imagen y la moral de los enemigos del proceso de paz, quienes cada vez están más solos y con mayores dificultades para atajar el tren de la paz, aunque este atraviese por sus propias fincas.