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El pacto nacional por la paz
Campo Elías Galindo / Viernes 26 de febrero de 2016
 

Acaba de ser convocado por el presidente Santos un Pacto nacional por la paz, al cual respondieron todos los partidos políticos que tienen asiento en el Congreso de la República, excepto el Centro Democrático, del expresidente Uribe. Su finalidad es apoyar la solución negociada del conflicto armado, la refrendación de los acuerdos y su implementación legislativa.

Lo primero que es obligatorio para cualquier amante de la paz y la convivencia ciudadana es saludar la iniciativa y aplaudir que fuerzas de casi todo el espectro político, incluidas algunas de dudoso compromiso con el proceso de negociaciones, se dispongan a cumplir el mandato constitucional de que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. ¡En buena hora!

La paz tiene que convertirse en un proyecto nacional y en política de Estado, pues hasta hoy no ha sido ni lo uno ni lo otro. El llamado país “nacional” o país “real” no había sido convocado hasta hoy por la jefatura del estado para que tome en sus manos su propio destino en materia tan sustantiva como esta de salir de la guerra y construir la convivencia pacífica.

Solamente sectores minoritarios de la sociedad civil hemos tomado en serio el proyecto de una paz legitimada popular y democráticamente, que movilice no solo a las víctimas directas del conflicto armado sino a la sociedad toda, porque toda, de diferentes maneras, ha sido afectada durante décadas por las complejas expresiones y consecuencias de la violencia organizada.

Algunas de las fuerzas políticas que hoy rodean al presidente han representado en el congreso y en el gobierno a sectores sociales adversos y dubitativos frente al proyecto de terminar la guerra en una mesa de negociación. Le han temido más a la participación y la movilización popular que a la guerra misma, que siempre libran en cuerpo ajeno. La decisión de esas fuerzas es tardía pero la celebramos.

Según lo dicho por Santos, el pacto está concebido para mucho más allá de los partidos con representación parlamentaria, pues formula un llamado para que se unan al mismo los sindicatos, los intelectuales, los jóvenes, los campesinos y demás sectores de la diversidad nacional. Pero hay organizaciones como el Frente Amplio por la paz y otras que no necesitan ser convocadas porque, de hecho, vienen dando la lucha por la paz y por sacar adelante el proceso desde años atrás, haciendo una convocatoria permanente a la unidad, al cese bilateral del fuego y a los acuerdos.

En principio, el pacto es débil por su composición. Si pretende despertar entusiasmo y crecer, tendrá que jugarse a fondo recuperando el tiempo perdido en materia de pedagogía para la paz, fijando posiciones claras frente a la recomposición del paramilitarismo y preparando desde ya la campaña por el SÍ a los acuerdos de La Habana entre las FARC y el gobierno, mediante el mecanismo más democrático posible, que no es otro que la comparecencia directa de los ciudadanos ante las urnas, sin delegaciones a nadie de su propia voluntad.

El Pacto nacional por la paz es un paso adelante hacia la conclusión de la confrontación armada. Pero en relación a la construcción de la paz estable y duradera, es solo una cuota inicial, un compromiso frágil que pronto dirá quiénes buscaban solo la desmovilización y desarme de las guerrillas, y quiénes estábamos por recuperar los últimos 50 años perdidos de la historia de Colombia.