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Columna de opinión
La educación: un campo de combate
Jorge Orjuela Cubides / Miércoles 20 de abril de 2016
 

Dedicado a todos los maestros dignos y comprometidos con su labor y, en especial, a mis estudiantes, quienes me han reafirmado que la educación es un acto de inmenso amor y respeto hacia su saberes.

Un combate contra el idiotismo tecnológico y la mercantilización

Hemos centrado nuestro análisis en los efectos negativos de la introducción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en el ámbito educativo, ofreciendo un contexto explicativo más amplio a partir del concepto de expropiación, el cual significa en términos sencillos, la apropiación de algo –en nuestro caso, los saberes– que pertenece a otra persona.

La elección se debe a que, en palabras de Silvio Rodríguez, he preferido hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado: de las bondades y beneficios de las TIC´S ya mucho nos han hablado: ministros, mercachifles de la educación, ‘expertos’ y vendedores. Tiene que haber espacio para la crítica y la duda, más aún en tiempos donde el pensamiento crítico está en vía de extinción.

Nuestro escrito no es alusión a la destrucción de las TIC´S, mucho menos una nostalgia trágica de un pasado mejor. Es ante todo una invitación a reflexionar sobre la influencia de la tecnología en nuestra sociedad, en nuestros hogares, en nuestra educación, en nuestra propia vida. Es saber que toda obra de cultura, es una obra de barbarie; como manifestó alguna vez Walter Benjamin. Es saber que no todo progreso técnico y científico es ineludiblemente un progreso social y moral.

Sin lugar a duda, hay que reconocer, las TIC´S han facilitado la comunicación entre personas y colectividades que de otra manera no hubiera sido posible, que pueden ser un instrumento didáctico valiosísimo, que un uso adecuado puede aportar tanto información como conocimiento y que pueden llevar la educación hasta lugares donde la educación convencional difícilmente lograría ir. Permiten consultar una enorme cantidad de fuentes: nuestro propio escrito fue hecho gracias, y a pesar, del computador e internet. La cuestión es que no deben convertirse en la panacea para todos los males educativos, que es sin embargo el argumento de los mercachifles de la educación y las empresas del conocimiento a través del cual amasan increíbles ganancias.

Las tecnologías de la información y la comunicación son las nuevas mercancías del negocio educativo. El argumento central de las políticas neoliberales sostiene que los sistemas educativos –públicos– son ineficientes y de baja calidad. Así en consonancia con los intereses de las ‘empresas del conocimiento’ se imprimen a los discursos pedagógicos su lógica económica, aplicando la ecuación costo-beneficio, de tal manera se mercantiliza la educación y se impone la jerga propiamente gerencial, en donde las palabras ‘calidad’, ‘eficiencia’, ‘eficacia’ están a la orden del día, además son convertidos los profesores, estudiantes –y su familia– en gerentes y clientes, respectivamente.

Además, el negocio es extenso si se tiene en cuenta que no sólo abarca la venta de material tecnológico dentro de la educación presencial, sino que también existen millones de potenciales clientes en la red. Por esta razón se venden paquetes de cursos y programas de toda índole que son ofrecidos virtualmente, los cuales pueden ‘empaquetarse’ como cualquier hamburguesa, y venderse cada vez que aparezca un nuevo consumidor.

El e-learning es un negocio que deja cuantiosas ganancias, a través de este tipo de educación universidades, institutos o particulares ‘educan’ a millones de personas en diversas partes del mundo y lo mejor, en términos económicos, es que no tienen que ampliar su campus e infraestructura física, ni contratar personal administrativo y docente, expropiando a éste último de sus saberes e incrustándolos en la ‘memoria’ de la computadora. Y esto no es lo peor, con la quimera de vender educación ‘innovadora’ se estafa a amplios sectores de la población: el e-learning ha convertido la educación en una venta de títulos de muy dudoso mérito, en donde no hay tiempo para el pensamiento lento, reflexivo y profundo.

La educación que requiere esfuerzo, dedicación y hasta obsesión es reemplazada por el vertiginoso y fugaz tiempo de la red, en donde no hay espacio para la concentración y el pensamiento profundo. Los profesores, y peor aún sus estudiantes, son incapaces de leer un libro completo, de sostener su atención durante largo tiempo. En el mundo contemporáneo, gracias a las “colosales” posibilidades de la tecnología, docentes y estudiantes se ahorran la angustia de pensar.

Un combate contra el autoritarismo

Con la expropiación del saber en general, asistimos también a una transformación de la profesión docente, ahondada con las políticas neoliberales, las cuales reducen los salarios, aumenta las horas de trabajo y elimina las garantías sociales. Esta precarización laboral en el ámbito educativo tiene la misma finalidad que en cualquier otro sector productivo: reducir costos, aumentar la productividad y elevar las ganancias.

Se ha implementado en la educación una especie de modelo taylorista, el cual ayuda a expropiar aún más el saber docente porque disocia la concepción de la ejecución. De tal manera, encontramos a unos pocos ‘expertos’ –en muchas ocasiones ajenos al saber pedagógico– quienes planean, conciben y proponen las políticas educativas y, por otro lado, a aquellos que aplican esas políticas, profesores universitarios y de escuela, a los cuales nadie tuvo en cuenta durante el proceso de planeación.

Lo más inaceptable, además de la escasa intervención de los docentes en la elaboración de las políticas educativas, es encontrar maestros tan frívolos y cómodos con la posición en la que se encuentran, quienes no se detienen a pensar sobre el sentido de su práctica pedagógica, el contexto social, económico, político y los intereses que moldean el sistema educativo. Estos maestros reprimen en un acto autoritario el pensamiento y reducen la educación a la simple y llana transmisión de conocimientos, datos y fechas, sin estimular el pensamiento autónomo del educando. El despotismo entonces es el único medio de exigir respeto y de transmitir los saberes. Así los educadores autoritarios, en palabras de Paulo Freire, “niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto de ser educados por los educandos”, truncando los diversos caminos que tiene el estudiante para desarrollarse y desarrollar al maestro que también aprende.

A estos docentes podemos catalogarlos, en palabras de Edward Thompson (2004), como un Academicus altanerus, el cual: “está henchido de autoestima y se congratula continuamente de sí mismo en cuanto a la alta vocación del profesor universitario; pero apenas sabe nada de cualquier otra vocación, y se tenderá en el suelo y dejará que lo pisoteen si llega del mundo exterior alguien que tenga dinero o poder o incluso una línea dura de palabrería realista […] Son las últimas personas en las que se puede confiar con seguridad, ya que el presente nunca es el momento oportuno para alzarse y luchar”. (B. Palmer. Objeciones y oposiciones, 2004)

En este modelo educativo, reproducido lamentablemente por la gran mayoría de educadores, la multiplicidad de inteligencias, artística, musical, visual, lingüística, queda reducida a resolver pruebas, en las cuales, al final, el estudiante vomita todo y se libera de tan pesada carga de información. Sin embargo esa reducción poco importa porque, como lo plantea Estanislao Zuleta, “la eficacia de la educación para preparar los futuros obreros, contabilistas, ingenieros, médicos o administradores, se mide por las habilidades que el individuo adquiera para realizar tareas, funciones u oficios dentro de un aparato burocrático o productivo. Su eficacia depende también del dominio de determinadas técnicas, poco importa que la realización de las tareas productivas coincida con los proyectos o expectativas del hombre que las realiza. Se trata en esencia de prepararlo como un empleado del capital, por lo tanto, no es muy importante que piense”.

Un combate por la esperanza

Desde la niñez, aprendemos a resolver problemas que no nos interesan, a memorizar fechas que nada tiene que ver con nuestro presente y a estudiar por miedo. El sistema nos educa en función de un examen, nos intimida con que podemos perder la asignatura y que debemos competir por una nota. La creatividad y la imaginación nada importan, obtener un cinco es el ideal que el sistema quiere que interioricemos. Así en la adultez se trabajará por miedo a perder el puesto, al igual que en su niñez estudiaba por no perder el año.

Por tal motivo la desmercantilización de la educación, y de la sociedad en general, es la condición sine qua non para hacer de la educación una herramienta que ayude al progreso social. Para que algún día enseñe a los jóvenes a pensar, a construir una sociedad mejor, que nos permitar –a jóvenes y viejos– tender manos que ayudan / abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno […] hacer futuro a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente.

La educación es un campo de combate contra la injusticia y la ignominia, un proceso de constante liberación, allí todo el mundo puede combatir, en palabras de E. Zuleta, “desde el profesor de primaria, pasando por el de secundaria, hasta el profesor de física atómica de la universidad. Combatir en el sentido de que mientras más busque la posibilidad de una realización humana de las gentes que educan más estorba al sistema. Por el contrario mientras más se eduque a las demandas impersonales del sistema, más le ayuda a su sostenimiento y perpetuación. Este es el campo de combate de los educadores, tienen un campo abierto allí y es necesario que tomen conciencia de su importancia y posibilidades”.

Así, ante la vertiginosidad del mundo actual, es momento de agregar a las luchas por los derechos sociales, económicos y culturales, la reivindicación del ‘derecho a la pereza’, ‘el derecho a dormir’, a hacer la siesta, el ‘derecho a perder el tiempo’, el derecho a una educación humanista y exaltar, como nunca, ‘el derecho a dudar y a actuar’.