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La “Última Revolución” en América Latina y El Caribe
A propósito del libro del escritor Ángel Saldomando
Juan Carlos Gómez Leyton / Martes 5 de julio de 2016
 

“La revolución era una suerte de leyenda olvidada” Saldomando, 2016.

"Están los hijos de puta y los hijos de la época. Los primeros tienen el talento de sacarle el jugo a la vida, por cualquier medio. Los segundos la sufren, la viven y a veces tratan de hacerla mejor, como puedan. Se requieren talentos distintos qué duda cabe, sin embargo, cualquier consulta de libros de historia, incluida La Biblia, indica que los hijos de puta están infinitamente mejor dotados y son más eficaces que el resto a pesar de ser mayoría..." con esta brutal distinción Ángel Saldomando, da inicio a su novela, La Última Revolución (Ed. Forja, Santiago de Chile, 2016), en la cual narra las vivencias que experimentan unos y otros teniendo como telón de fondo la historia social, política y cultural de un país latinoamericano y caribeño, no nombrado, pero sí identificado por sus accidentes geográficos, clima y vegetación, como por su accidentada historia política reciente. País que tiene el privilegio de haber realizado la última revolución del siglo XX.

Por cierto, la novela la podemos localizar en ese amplio campo literario que constituye la novela histórica latinoamericana, en donde la ficción y la realidad se combinan con el objeto de reflexionar sobre el devenir político de nuestras sociedades, analizar el comportamiento ético y político de hombres y mujeres, especialmente de aquellos que se relacionan activamente con el poder. Con el poder hacer y deshacer. Por eso se trata de una novela histórica y política muy vigente y pertinente que ayuda a comprender los procesos revolucionarios, no sólo de ayer sino también los actuales. En esa dirección la novela de Saldomando hace parte de la novela histórica latinoamericana del siglo XXI.

Como digo, la novela centrada en los tiempos ulteriores y decadentes de la última revolución triunfante latinoamericana del siglo XX; “la última de la guerra fría”, le permite a Saldomando ir mostrando a través de un relato ameno y sencillo, cargado de reflexiones histórica y políticas, las transformaciones operadas en la existencia de hombres y mujeres que viven en un momento histórico extraordinario, complejo, difícil, turbulento, incierto, contradictorio, intenso, confuso como son los tiempos que se agitan durante una revolución y una posrevolución. Allí se constata como algunos “hijos de la época”, excombatientes de la libertad y dirigentes activos de la revolución, mutan en “hijos de puta”. Cuantas novelas históricas escritas para dar cuenta de las vicisitudes de la vida en tiempo de revolución hemos leído y en la mayoría encontramos el mismo “leitmotiv”: trazar, dibujar, recrear e inmiscuirse en la vida de los protagonistas de la revolución para marcar y subrayar la división social y antropológica anunciada, tal vez sin mayores pretensiones teóricas, al inicio de la novela: la distinción entre los “hijos de puta” y los “hijos de la época”.

Esta distinción está directamente vinculada con el ejercicio en sus distintas dimensiones sociales, políticas y culturales, ya sea micro o macro del poder. Es este ejercicio lo que lleva a Ángel Saldomando a identificar a los “hijos de puta” y a los “hijos de la época”. Los cuales, confrontados dialécticamente, algo semejante, diríamos, a la lucha de clases, constituyen, un nuevo motor de la historia en las sociedades de Nuestra América. Parafraseando a Marx y Engels, podríamos decir que la historia de Nuestra América, desde la revolución de independencia hasta nuestros días, es la historia de las luchas entre los “hijos de puta” y los “hijos de la época.

Por esto último, el inicio de la novela de Saldomando, interpela de inmediato al lector. Éste perplejo y sorprendido interrumpe la lectura. Y tal vez, por algunos largos segundos, piensa primero en qué grupo se ubica y luego piensa quiénes son los primeros y quiénes son los segundos. Pues la dicotomía presentada es una suerte de invitación a pensar nuestra historia. En especial en aquella revolución social fracasada o derrota de los años setenta. Suspendido de la memoria, el lector, se da al trabajo de identificar aquellos hombres y mujeres que ubicaría, por un lado entre los “hijos de puta” (HDP) y, por otro, aquellos que serían los “hijos de la época” (HDE).

Al contrario de lo que sostiene Saldomando, que los HDE son muchos menos que los HDP, éstos son los más. Pero en verdad tiene razón en un punto: considerar que "toda persona nace con el potencial de pasar de un estado al otro". Esto es muy cierto, pero tiendo a pensar que hay muchos que nacen HDP y que difícilmente a lo largo de su existencia pasarán a ser HDE. Histórica y sociológicamente ha sido más fácil que los que nacen HDE pasen a ser HDP que al revés. Piense y construya su propia lista. Podrá comprobar que tengo razón. Nadie podrá negar ni desmentir que es más fácil ser HDP que HDE.

En mi lista imaginaria, por cierto para nada objetiva (tal vez la suya sea muy distinta a la mía); todo depende de cómo miremos y con qué criterios seleccionamos a unos y a otros. Mi lista imaginaria crece, sin mayores problemas entre los primeros. Se vuelve pedregosa, avanza a tropiezos, con muchas dificultades, en la segunda. Al cabo de un rato me vuelve a sorprender, pues constato que muchos de los que he identificado como “hijos de la época”, con el transcurrir del tiempo fueron engrosando la lista de los "hijos de puta". Al finalizar el recorrido imaginario de varias horas nocturnas, la lista de estos últimos superaba ampliamente a los hijos de la época. Estoy seguro, si ya leyó el libro de Mónica Echeverría: Hágame Callar, tendrá una ayuda de memoria muy útil para identificar a muchos HDP actuales.

Al final, descontando a las mujeres y a los hombres que fueron asesinados, desaparecidos, exiliados, torturados, encarcelados en los primeros días, meses y años de la contrarrevolución de 1973, realizada y apoyada supuestamente por los verdaderos e históricos "hijos de puta” de este país; la lista de los "hijos de la época" vinculados con la revolución derrotada (1910-1973) quedó reducida, muy reducida, extremadamente, reducida. Qué decir de la lista que se puede construir, con los “HDE” que lucharon en contra de la dictadura. Ésta no es reducida sino mínima. A lo largo de los últimos 26 años, esos pasaron engrosar y abultar la lista de los HDP. Las transiciones a la democracia, como las actuales democracias neoliberales, fueron tiempos propicios para la transformación o mutación de los HDE en HDP, y ellos son los que están a cargo de la historia actual.

La novela de Saldomando se lee con pausa, con cierta lentitud reflexiva, pues muchos de sus párrafos invitan a pensar, uno se va deteniendo en “diversas estaciones reflexivas” y cómo no hacerlo cuando escribe: "Tulio era un peón de hacienda, no conocía otra vida. Cuando repartieron la tierra por la reforma agraria, se integró a una cooperativa, pero continuó siendo peón: hacía lo que le decían los encargados. Cuando estalló la guerra, siguió las órdenes de producir y defender la tierra. Era lo único que conocía. Cuando acabó la guerra, vino la paz como las estaciones. La cooperativa se disolvió y la tierra quedó en nuevas manos. Don Adalberto era su nuevo patrón, un hombre destacado porque con él comenzó la reforma agraria". Luego de leer este párrafo no puedo dejar de pensar en tantos “Adalbertos” chilenos que hoy se arrepienten de haber iniciado, hace 49 años, la reforma agraria en Chile. Sobre todo, el haber atentado contra la sacrosanta propiedad privada. Incluso no son capaces de nombrar dicho concepto cuando rememoran el proceso de cambio de la tenencia agraria en el país.

Este punto daría para escribir largo. Lo dejaremos para otra oportunidad. Me interesa dar cuenta de otras pausas reflexivas que Saldomando va introduciendo a lo largo de su relato, por ejemplo, el que da cuenta de la permanente y nunca resuelta tensión entre la América morena profunda, con la modernidad: "la historia logró a su manera mezclar el pasado profundo con los sedimentos más recientes, creando un mosaico de imágenes sin orden. Un orden sempiterno dictatorial había caído por un sismo revolucionario y luego había depositado su lava ardiente en una playa desconocida de democracia y modernidad importada, donde sus habitantes se consumían y gesticulaban".

En este párrafo el autor da cuenta del largo conflicto entre lo autoritario y lo democrático, en donde lo primero siempre ha llevado las de ganar en la región. ¿Acaso la última revolución acontecida, aquella que se hizo con las armas en la mano, no ha terminado en una suerte de dictadura democrática, a cargo de un HDE transformado en HDP? ¿En cuántos países de Nuestra América la “desconocida democracia” sólo ha sido un espejismo, una utopía traicionada, una doncella violada, ultrajada y prostituida por los HDP?

En efecto, la democracia en Nuestra América, ya sea que emerja desde violentos procesos políticos revolucionarios insurreccionales o desde “pacíficos” procesos institucionales, se ha transformado, por la decisiva intervención de los HDP, en corruptos regímenes políticos. Ejemplo de ello es la ruta política seguida por la mayoría de las democracias latinoamericanas constituidas durante la década de los años ochenta del siglo pasado. Éstas tuvieron diversos adjetivos que calificaban sus distorsiones como por ejemplo la democracia protegida, la democracia delegativa, la pseudo-democracia, la democracia híbrida, y un largo etcétera.

A pesar de que desde finales del siglo XX se inició en algunos países de la región un nuevo proceso revolucionario de carácter institucional con el objeto de democratizar las malas democracias latinoamericanas. La revolución bolivariana en Venezuela; la ciudadana en Ecuador y la democrático-cultural en Bolivia, que instalaron la democracia social participativa como la configuración de nuevas formas estatales como el Estado plurinacional, no han podido demoler los profundos cimientos y pilares que sostienen la arraigada cultura política autoritaria; que practican tanto las clases dominantes como los sectores subalternos. En otras palabras, la cultura autoritaria une tanto a los HDP como también a los HDE.

Por otro lado, muchos de los gobernantes y actores políticos que asumieron posiciones políticas progresistas durante el ciclo anti-neoliberal latinoamericano (1998-2015), iniciaron la metamorfosis que los convirtió, para desgracia de sus pueblos, en HDP. La lucha política entre unos y otros, el drama político expuesto en los últimos años en algunos países del Cono Sur -pero también en el mundo andino y Centro América- evidenció que los HDP que conducen el actual proceso de recuperación del poder político para las tendencias conservadoras y neoliberales, aprovechan las oportunidades políticas que construyen los HDP, supuestamente progresistas. La destitución de Dilma Rousseff, anteriormente de Fernando Lugo y un poco antes de Manuel Zelaya, son expresiones de la fuerza política que los HDP despliegan por la región.

América Latina y El Caribe son las regiones de los sueños, de las ilusiones posibles y de ensayos. De solidaridades. Se trata de un continente de la incertidumbre. Donde todo puede cambiar en breve tiempo, pero con la misma velocidad puede también volver a ser todo lo mismo. En una dialéctica histórica sin síntesis. Donde no queda otra cosa que adaptarse para sobrevivir. “Las cosas han cambiado para todos. No sólo aquí. Hay que adaptarse. En todas las épocas turbulentas pasan estas cosas. Grandes sueños, grandes desilusiones, porque no se puede realizar todo. Es la ley de la historia”. Eso, más que adaptación, es el conformismo tradicional; es más que una ley histórica, puesto que estás no existen. Actualmente el conformismo o la adaptación se traducen en aquello tan extendido para justificar lo existente: “es lo que hay”. Cuánta mierda hay detrás de esa afirmación. Todos los días la escuchamos. Y, todos los HDP, lo repiten una y otra vez para convencer a los HDE que no se puede hacer nada contra la inercia política e histórica.

Las revoluciones son los momentos políticos e históricos excepcionales que buscan justamente quebrar la tendencia secular al conformismo, especialmente cuando los HDE deciden asumir, en conjunto con los subalternos, y modificar la estructura de los sempiternos dominadores. Son los momentos de los Zapatas, de los Sandinos, de los Castros, de los Allendes, de los Chávez y un largo etcétera. Ellos expresan las ansias de libertad, igualdad y solidaridad. Hace doscientos años que los subalternos de Nuestra América luchan por lograr aquello que los HDP han expropiado y monopolizado en su beneficio propio.

En la medida que se avanza por la novela de Saldomando, que narra la historia política y de los hombres de carne y hueso del país que realizó la última revolución de siglo XX; no dejo de pensar en Gabriel García Márquez, quién narra a través del realismo mágico los cien años de soledad. Saldomando narra con profundo “realismo político” la soledad de la revolución y de los revolucionarios. Especialmente de las dos últimas revoluciones del siglo XX. Una nacida a punta de votos y la otra punta de tiros. Paradójicamente la primera fue derrotada a bombazos y a tiros y la segunda a punta de votos. Habrá que sacar las lecciones de esa historia. Pues no se construyen revoluciones sólo a punto de tiros, ni tampoco a punta de votos. La óptima combinación entre “tiros” y “votos” deben darle continuidad a los actuales procesos revolucionarios que hoy por hoy se encuentran estancados o sofocados por la arremetida de la reacción neoliberal y conservadora en la región. Pero también deben evitar que dichos procesos sean capturados y conducidos por los HDE que, corrompiéndose ante el poder de los HDP empresariales, militares, comunicacionales, mercantiles, religiosos y políticos; terminan entregando el poder a los de HDP de siempre. Esa ha sido la dialéctica histórica de Nuestra América. Pues “las historias del poder ¿son siempre las mismas en todas partes? El poder de unos sobre otros es una vieja historia, sólo cambia el tiempo, la manera y las justificaciones”.

Es justamente esta vieja historia la que nos hace sostener categóricamente que, en Nuestra América, aun no se ha producido la última revolución, a pesar de lo que digan y sostengan los HDP, que hoy dominan y tienen el control del poder en nuestras sociedades. Aún es tiempo para los perdedores.