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La paz es la victoria, la victoria es la paz
El Acuerdo Final de La Habana abre el camino para profundos cambios democráticos y sociales en el país. Es clave la unidad de la izquierda
Carlos A. Lozano Guillén / Domingo 2 de octubre de 2016
 

Tras casi cuatro años de diálogos directos en La Habana, Cuba, y seis años desde que comenzaron los acercamientos y conversaciones secretas, el gobierno de Juan Manuel Santos Calderón y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –Ejército del Pueblo- llegaron al “Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, el cual fue refrendado por la Conferencia Nacional Guerrillera, reunida del 17 al 23 de septiembre en los Llanos del Yarí y suscrito por el presidente Santos y el comandante en Jefe de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, el pasado 26 de septiembre, en Cartagena de Indias.

Acuerdo histórico que le puso fin a 52 años de conflicto, desde cuando el gobierno conservador de Guillermo León Valencia del antidemocrático Frente Nacional, ordenó el bombardeo aéreo y el ataque militar a Marquetalia, en 1964. Un largo conflicto de más de medio siglo, que tuvo el antecedente en las luchas de resistencia armada campesina a mediados de la década de los años cuarenta del siglo pasado, cuando el Estado dominante y los latifundistas desataron la violencia contra las movilizaciones agrarias que demandaban el derecho a la tierra y reclamaban la reforma agraria. Un conflicto político, social y armado de profundas causas que restringían la democracia, fomentaban la violencia y afectaban el tejido social en un país de enormes carencias y desigualdades.

Las FARC-EP surgieron como una organización política y militar que no tenía como finalidad la guerra revolucionaria, sino la transformación de la sociedad, es decir, conquistar un país democrático y de mejores condiciones de vida para la población. Cambios políticos, sociales y económicos avanzados. Por esta razón, desde cuando el régimen bipartidista amenazó a Marquetalia y a otras regiones agrarias con la invasión a sangre y fuego, los campesinos, liderados por Manuel Marulanda, llamaron al diálogo y a buscar un acuerdo político del conflicto. El comandante de las FARC-EP Manuel Marulanda siempre dijo que la “paz es una bandera de los revolucionarios”.

Las guerras no son eternas

La búsqueda de la paz fue una constante de principios en la política guerrillera, en el entendido que las guerras revolucionarias no son infinitas, y que también pueden resolverse mediante acuerdos políticos y sociales democráticos. Una y otra vez, Manuel Marulanda, como también lo promovieron Alfonso Cano y Timoleón Jiménez, los otros dos comandantes de las FARC-EP, acudió a los diálogos y a la búsqueda de soluciones políticas de consenso.

El momento de la paz llegó 52 años después de iniciada la confrontación armada y su logro es la victoria, que beneficia a toda la sociedad colombiana y le pone punto final a una larga guerra no exenta de hechos crueles y terribles.

En el discurso de instalación de la Décima Conferencia Nacional Guerrillera de las FARC-EP, el comandante Timoleón Jiménez dijo: “Las FARC no sólo resistimos la más larga y violenta embestida emprendida por el poder imperial y sus aliados del capital nacional y el latifundio, contra un ejército guerrillero y un pueblo declarado en rebeldía, sino que hemos conseguido sentarnos a una mesa de conversaciones con ellos, y sacar avante un Acuerdo Final de Terminación del Conflicto, con el que queda definitivamente claro que en esta guerra no existen vencedores ni vencidos, al tiempo que nuestros adversarios se ven obligados a reconocer nuestro derecho pleno al ejercicio político, con las más amplias garantías”.

Efectivamente no hay vencedores ni vencidos en el campo de batalla. La victoria es de la paz, de todo el pueblo colombiano, de los hombres y las mujeres de tantas generaciones que verán a sus hijos e hijas crecer en las condiciones de una mayor democracia y sin la confrontación y la violencia que genera la guerra.

Un proceso difícil

El Partido Comunista Colombiano, aun en los momentos más difíciles y de la más aguda confrontación, planteó la alternativa del diálogo para buscar la solución política pacífica y democrática. “Esta vía no debe desaparecer nunca del horizonte de las opciones. En toda circunstancia, la salida requerirá diálogo, negociación y acuerdo con la insurgencia, es decir, su reconocimiento como un factor componente del nuevo país”, dijo Jaime Caycedo, en 2007, en pleno auge del gobierno guerrerista de la llamada seguridad democrática de Álvaro Uribe Vélez (“Paz democrática y emancipación: Colombia en la hora latinoamericana”, Ediciones Izquierda Viva).

El proceso de los diálogos de La Habana no fue fácil. Era previsible la contradicción permanente. En la mesa los protagonistas, las dos partes, representaban intereses distintos, eran dos cosmovisiones antagónicas. La controversia fue inevitable. Hubo momentos difíciles, casi que de ruptura. El Gobierno creyó que estaba ante una guerrilla derrotada y sería fácil dominarla y hacerla firmar un acuerdo de desmovilización. A la vez, el presidente Santos estaba bajo la presión de la extrema derecha uribista y de algunos mandos militares que se oponían al diálogo, pues ellos preferían la guerra con el argumento de que la insurgencia estaba derrotada militarmente.

Al final predominó la voluntad de las dos partes. Con la ayuda de los países garantes y acompañantes y de algunos facilitadores, lograron superar las adversidades y los momentos difíciles. La paz firmada es digna para las dos partes en el entendido que no hubo vencedores ni vencidos, fracasó, en definitiva, la vía militar para resolver el conflicto.

En la perspectiva quedan como imperativos necesarios la búsqueda de la Asamblea Nacional Constituyente y la unidad de la izquierda y de los sectores democráticos y sociales como condición para forjar una alternativa de poder popular para los cambios y transformaciones estructurales que el país requiere.

El Acuerdo Final de La Habana es la síntesis de tantas luchas y manifestaciones por la paz y los diálogos de amplios sectores democráticos del país y del exterior. El texto de 297 páginas resume las bases para erradicar las causas del conflicto y desarrollar el campo y la vida democrática del país, sin desconocer el derecho a la verdad y al reconocimiento de las víctimas, como de la presencia política de los insurgentes en el escenario político nacional.