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¿Por qué perdimos?
Leonardo León / Miércoles 5 de octubre de 2016
 

La estruendosa derrota que tuvimos los que creemos en la solución política tiene muchas causas pero entre las culpas más importantes están el exceso de confianza y Juan Manuel Santos. Si bien la diferencia fue mínima, así hubiera sido por un voto, el fracaso es rotundo.

Nos confiamos en las encuestas pues todas daban como ganadora la opción del Sí y con bastante holgura. Este tipo de instrumentos no solamente miden lo que la gente piensa en un momento dado sino que inciden realmente en los resultados aunque no siempre de la misma forma. Esta vez sirvió para que gente que quería que ganara el Sí pero tenía sus reservas no votara mientras que otra que quería castigar a Santos lo hiciera por el No pero sin querer incidir en el resultado final. Esto en últimas fue determinante en la pequeña diferencia que hubo entre las dos opciones.

Nos confiamos en el ánimo a nuestro alrededor pues la esperanza en el ambiente era evidente lo que significó que muchos de los convencidos no fuéramos a las calles a hacer propaganda con disciplina pues se daba por descontado que era un interés generalizado que ganara el Sí. De todas formas hubo gente que sí cumplió con la tarea de una forma excepcional a la que no le cabría ningún reproche.

Nos confiamos de la agenda mediática de un sector de los medios tradicionales pues varios de ellos se la jugaron con la paz, eso sí con ambigüedades. Creímos que porque ahora estaban mostrando un rostro mucho más humano de los guerrilleros, a diferencia de los monstruos sin corazón que por décadas nos vendieron, esto incidiría de forma determinante en el resultado. Sin embargo, décadas de propaganda mediática al servicio de la guerra no podían ser borradas en unas cuantas semanas. Además le siguieron dando espacios a los sectores más reaccionarios incluso dentro de los medios masivos más comprometidos con el proceso.

Nos confiamos en la politiquería tradicional a la que tanto hemos odiado y a la que siempre nos ha sido imposible ganarle. Pensamos que porque habían grandes sectores politiqueros apoyando a Santos, esto se iba a traducir en votos masivos en algunas regiones como el Caribe. Pero la maquinaria que en otros momentos usan para comprar conciencias, esta vez no la pusieron a andar pues no tenían nada que perder. Por otro lado, Cambio Radical, partido político corrupto hasta los tuétanos no incidió, se marginalizó e incluso muchos de ellos terminaron votando por el No en beneficio de su candidato presidencial Germán Vargas. De allí que la votación en sus feudos haya sido tan baja. Nos quedamos esperando y no fuimos a hacer campaña en esos poblados.

Nos confiamos de la firma del acuerdo en Cartagena. Ese hecho que para nosotros nos pareció grandioso, y sobre todo porque fue a pocos días del plebiscito, no caló de forma definitiva en sectores reacios que finalmente no salieron a votar. El discurso de la reconciliación se quedó en eso, en discurso. A millones no les conmovió y mejor se quedaron en la casa viendo televisión mientras oían la lluvia.

Nos confiamos hasta del mismísimo imperialismo. En Colombia prácticamente todos los presidentes, salvo algunas excepciones como Samper, han tenido el visto bueno de Estados Unidos además de las instituciones multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, todos ellos presentes en el evento de Cartagena. Por eso pensamos que esa bendición blindaba el resultado final en un sistema electoral en el que no confiamos mucho y que podría servirnos a nuestro favor.

El discurso de Santos fue ambiguo pues siempre ha querido quedar bien con todos los sectores de la clase hegemónica, lo que no generó confianza en millones de personas que lo ven (vemos) como un mal presidente, con políticas impopulares pues está más interesado en servir a los intereses del capital que de la sociedad en su conjunto.

Y lo más importante, Santos nos metió en ese plebiscito que nadie le pidió pero con el que se quería legitimar ante su clase y sobre todo ante la mayoría de la población. Esta jugada no le salió y hoy estamos pagando sus errores, con una incertidumbre terrible para el futuro del país.

Como elemento adicional, hemos subvalorado el poder que tiene la religión en este momento en Colombia. Luego de años de profunda crisis de la religión católica, a la que muchos veíamos que iba a ser reemplazada sistemáticamente con la disminución de la fe en la población, ha surgido desde las iglesias de garaje un sector poderoso que incide fuertemente en la política y que se puso del lado del No con la falacia de la "ideología de género". Esto caló en amplias masas desubicadas y manipuladas por sus líderes religiosos.