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Informe sobre la floricultura colombiana en 2008
Condiciones laborales y crisis del sector floricultor
Omaira Páez Sepúlveda / Viernes 13 de febrero de 2009
 

La revaluación del peso colombiano dada entre 2004-2008 significó la pérdida de más de 22 mil empleos y el cierre de decenas de empresas floricultoras. En 2008, particularmente en el primer semestre, hubo gran difusión de los impactos que generó éste hecho, calificando la situación como crítica para el negocio.

Sin embargo, la floricultura había pasado antes por períodos críticos provocados por la fluctuación de la tasa cambiaria. En 1993-1997, a pesar de la revaluación del peso, pocas empresas cerraron y se perdieron dos mil empleos, cifras que, como puede observarse, revelan niveles de afectación mucho menores. Cabe entonces preguntarse por qué se dieron estos impactos tan agudos en los últimos cuatro años.

La respuesta está en la fórmula como se enfrentó y se sigue enfrentando la revaluación. Para esos años los productores entraron en la euforia de volverse más competitivos para aumentar las ganancias y resistir amenazas como la revaluación. Lastimosamente ésta receta (propia del modelo económico) es interpretada de manera unívoca como el aumento de la productividad de los trabajadores, subiendo sus niveles de rendimiento y reduciendo los costos laborales, aprovechando el aval de la flexibilidad laboral para explotar más la mano de obra.

Esta “productividad” ha derivado en sobreoferta de flores en los mercados importadores y sobre todo en el de Estados Unidos que representa el 80% del mercado para las flores colombianas. Como efectos de la sobreoferta está la situación vivida en los 90, cuando la sobreoferta generó que los claveles pasaran de US$ 0,30 y US$ 0,40 a US$ 0,06 y US$ 0,07 la unidad. A pesar de ser evidente la necesidad de reducir el terreno sembrado, siguió en alza la exigencia de productividad a los trabajadores que seguiría como hasta ahora, generando más producto del que se vende e inundando el mercado estadounidense.

El auge de otros competidores en los últimos diez años también ha contribuido no sólo con la sobreoferta sino también con la baja de los precios. Se trata de países “en desarrollo” que constituyen grandes exportadores de bienes primarios y que vienen enfatizando en la producción de bienes agrícolas suntuarios de contraestación. La entrada de Costa Rica, Kenia, Zimbabwe, Uganda, Etiopía, Tanzania, ha generado una batalla económica que impulsa la baja de los precios.

El ingreso de China y el auge en la producción de India también representa una preocupación para los floricultores colombianos. China actualmente produce principalmente para el mercado interno, sin embargo, el número de hectáreas cultivadas corresponde a cien veces las que tiene Colombia, además de la infraestructura y los bajos costos que representa la mano de obra lo potencian como un fuerte competidor dentro de un mercado ya saturado.

Ahora que la fuerte recesión en los países consumidores proyecta un oscuro panorama frente a la rentabilidad y la supervivencia del sector, se justifica aún más la necesidad de replantear el modelo de producción y propender por una reconversión.

El informe muestra que los impactos de la revaluación del peso en la floricultura, la desaceleración económica en los países consumidores y en general el comportamiento económico del sector, nos indican que, más allá de los ciclos que normalmente se dan en el comercio internacional, este modelo de producción es inviable en términos económicos.

Mientras se habla de la crisis de la floricultura y la preocupación se enfoca en los empresarios, los trabajadores de flores han vivido desde los inicios del negocio en una crisis permanente. Períodos de grandes ganancias, favorecidos por el valor del dólar e incentivos a las exportaciones, como el dado entre 1998 y 2003, no implicaron alza en los ingresos de los trabajadores, quienes siempre han recibido en promedio un salario mínimo.

Además de la baja remuneración, la crisis para los trabajadores también se ha expresado en violaciones sistemáticas de derechos laborales y libertades sindicales, alta incidencia de enfermedades profesionales, desempleo y empobrecimiento cuando cierran las empresas.

Es clara la relación entre competitividad, que como se anotó implica únicamente mayor productividad y aumento de la carga laboral, que en suma significa mayor explotación laboral. La variación en el número de trabajadores por hectárea, entre 1974 y 1993 pasó en el caso de claveles de 30 a 19, en crisantemos de 20 a 13, y de 18 a 11 para rosas, reflejando dicha relación.

La evolución del número de camas que debe atender cada trabajador refleja también el aumento de la carga: en los años 70 el tope de atención era de ocho camas diarias, en los 80 de 24 y en la década de los 90 se superaron las 42 camas. Hoy se habla de 60 y más camas que debe atender cada operaria, por el mismo salario y en la misma jornada de trabajo.

En 2008, por causa de la crisis, hubo muchos despidos sin justa causa en las empresas floricultoras. En el servicio de orientación legal con el que cuenta la Corporación Cactus en los municipios de Madrid, Tocancipá y Zipaquirá [1] se registró que el 24% de las consultas, 42 casos en total, se debían a despidos injustificados.

En un 20% (36 casos) hubo un retardo injustificado en el pago de salarios que incluye: el pago de horas extras, salario quincenal y las liquidaciones de acreencias laborales. En un 17% (30 casos) las empresas no pagaron los aportes a las entidades del sistema de seguridad social que fueron descontados de los salarios de los trabajadores y que corresponden al 8% del salario.

Los impactos a nivel local obligan a replantear los modelos de desarrollo adoptados en las regiones donde la floricultura ocupa el primer renglón de su base productiva. Madrid, ubicado en la sabana de Bogotá, es uno de los municipios que ha incorporado las agroindustrias de exportación como modelo de desarrollo, luego de desplazar la producción de alimentos. Actualmente este municipio depende directa e indirectamente de las decisiones privadas de los inversionistas, y de la demanda de estos bienes suntuarios en las “potencias mundiales”, mostrando gravísimas cifras de desempleo por causa de los vaivenes del negocio de la floricultura.

Si el sector floricultor se basa en un modelo de producción que no genera desarrollo social por sus impactos laborales, sociales y ambientales; y por otro lado muestra de manera fehaciente su inviabilidad económica, debe replantearse a partir de una construcción participativa del nuevo modelo de desarrollo y dejar de apoyarse por el Gobierno a través de los cuantiosos subsidios que entrega a los empresarios de manera periódica.

[1Municipios ubicados en la sabana de Bogotá en los que la floricultura representa parte importante de su base productiva y gran oferente de empleo formal.