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Benjamín Guzmán Rodríguez: Un hijo de la violencia en Colombia
Conoció de cerca al legendario comandante fariano Manuel Marulanda Vélez. Mejor dicho: compartió con él una verdadera jornada azarosa bajo el estruendo de las bombas, los ametrallamientos y los crímenes más horripilantes contra indefensos campesinos y campesinas.
Nelson Lombana Silva / Miércoles 25 de enero de 2017
 
Benjamín Guzmán Rodríguez. Foto Nelosí.

Por estos días publicamos un perfil del campesino tolimense Benjamín Guzmán Rodríguez. En esa oportunidad destacamos su vocación artística. El juglar que va de pueblo en pueblo con su guitarrita llevando alegría y esperanza en la construcción de una nueva sociedad en Colombia, sin ricos exageradamente ricos ni pobres exageradamente pobres.

En esa oportunidad indagamos sobre su vida en el sur del Tolima. Su lucha para sobrevivir en medio del horror de la violencia desatada por los dos partidos tradicionales: el Liberal y el Conservador. También la criminalidad del general Gustavo Rojas Pinilla, quien no ahorró energías para llenar de sangre humilde, sudor y lágrimas la república en nombre de la oligarquía, la clase dominante.

Según Benjamín, nacido en el pequeño corregimiento de La Herrera, municipio de Rioblanco (Tolima), en 1947, solo tuvo tres añitos de paz. Fueron los primeros. De ahí en adelante el rostro macabro de la violencia desatada por Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, entre otros, nubló el ambiente en el sur del Tolima.

Prácticamente, esta extensa región fue convertida en teatro de guerra. La chulavita, llamada también policía política, arremetió con todo furor contra los campesinos, primero por los malditos colores rojo y azul, y posteriormente por los bienes de uno y otro bando, especialmente las finquitas.

En esas condiciones, los campesinos, cansados de huir de un sitio para otro y enterrar familiares, amigos y paisanos, decidieron organizarse en un movimiento de autodefensa campesina. Con palos, azadones, palas, machetes y una que otra escopeta de fisto y de cápsula, un grupo se armó no para hacer violencia, como suele decir cínicamente el Gobierno nacional, sino para defender la vida y sus escasos bienes de las garras imperiales de la chulavita y los matones adiestrados por el régimen.

Benjamín Guzmán Rodríguez fue protagonista. Tuvo al parecer nueve años en las toldas de la resistencia, llegando al Davis siendo un niño y posteriormente, más grandecito, a Gaitania y otras regiones distantes del sur del Tolima.

Conoció de cerca al legendario comandante fariano Manuel Marulanda Vélez. Mejor dicho: compartió con él una verdadera jornada azarosa bajo el estruendo de las bombas, los ametrallamientos y los crímenes más horripilantes contra indefensos campesinos y campesinas.

Una hermanita suya, de escasos once años, fue brutalmente violada por un grupo de 30 a 40 hombres del Gobierno en La Herrera. Apareció moribunda, desangrada y con su pequeña matriz destrozada y por fuera. Los hermanos de su padre habían sido cobardemente asesinados. En esas condiciones, no había otra alternativa que divagar por trochas, riscos, hondonadas, ríos y riachuelos en busca de salvar su vida, la vida de sus padres y demás hermanos.

Según Benjamín, en toda la región retumbaba la consigna de Laureano Gómez, el monstruo: “Matar un liberal era poner una bandera en el cielo”. La resistencia se concentró en El Davis y, a pesar de la brutalidad con que el Gobierno atacó la región por aire y tierra y a pesar de la división interna entre limpios y comunes, el calor de la lucha no feneció y se vino a cristalizar el 27 de mayo de 1964 con el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

“La gesta de los campesinos de El Davis se regó como pólvora por todo el país”, señala Benjamín al recordar esos momentos históricos. Brilló en esa lucha el temple de Manuel Marulanda Vélez, entre otros. Un campesino cuya familia también fue asesinada por el simple color rojo. Tuvo que armarse y asumir la guerra de guerrillas.

Benjamín lo describe como un hombre sencillo, conversador, charlatán, de buen humor, paisa, que nunca se veía bravo. “A él fue que le aprendí la necesidad de una paz con justicia social”. La última vez que lo vio fue en la zona de distensión del Caguán, ocho días antes de instalarse oficialmente los diálogos. Para entonces –cuenta Benjamín– el comandante sabía que en la zona había agentes de la CIA y que se estaba planeando un atentado para el día de la inauguración de los diálogos.

Dejó entrever que si asistía a la ceremonia sería hombre muerto. Según Benjamín, le escuchó en esta oportunidad dos frases lapidarias: una, “yo nací para defender el pueblo. Hay unos que no van a defender el pueblo, van es a defender sus intereses”. Segunda: “Apenas yo no exista, la guerrilla durará diez años. Se acaba”.

Este reportaje que ofrecemos a nuestros gentiles lectores es realmente un testimonio de vida apasionante y dramático que aporta pistas sobre la verdadera historia de Colombia y particularmente del sur del Tolima. No es la historia oficial puesta al servicio de los victimarios. Es decir, la clase dominante. Es un relato desgarrador que permanece en el anonimato, olvidado y, en muchos casos, tergiversado. Este reportaje es el siguiente:

—Compañero Benjamín Guzmán Rodríguez, ¿cómo fue su infancia?

—La infancia mía fue cuando llevaba Colombia 50 años de guerra. Era una violencia violenta contra el campesino instalado por los partidos que han venido manejando a Colombia: el Liberal y el Conservador.

No estoy contra nadie, pero sí contra los crímenes representados en desapariciones, asesinatos, quema de casas, quema de fincas, destierros. Esa fue la violencia de los 50 una vez se produjo la muerte de Gaitán en Bogotá. Yo con mi guitarra me muevo por el país llamando a la paz, a la reconciliación y a parar este baño de sangre en que nos ha sometido esta oligarquía y el imperialismo norteamericano.

Mis primeros tres años de vida fueron sabrosos, muy buenos. Yo había nacido el 4 de abril de 1947, en el corregimiento de La Herrera, municipio de Rioblanco (Tolima). Mi papá tenía buenas fincas, tenía bastante ganado. Pero al terminar el 49 y comenzar el 50, comenzó para mí un verdadero calvario. No he tenido tiempo de reposo. La violencia ha sido la constante. Los hermanos de mi papá fueron asesinados. Nos tocó salir para un sitio llamado La Profunda. Allí comenzamos a ser perseguidos por la Policía asesina, títere de los Estados Unidos y mandada por el monstruo Laureano Gómez, que decía abiertamente que matar un liberal era poner una bandera en el cielo.

Yo sufriendo, siendo un niño, sin tener ninguna política. Correr de un sitio para otro en huida de la chulavita, hasta que un grupo de familias dijo: No nos vamos a dejar matar más, trasladándonos nuevamente, en esta oportunidad para la región de El Davis, el epicentro de la violencia, pero no por nosotros, sino por el Gobierno que se convenció que acabando con esta región acababa con toda la violencia en el país. Se equivocó. La gesta de los campesinos de El Davis se regó como pólvora por todo el país, desembocando muchos años después en la guerrilla de las FARC-EP.

Debo decir honradamente que mi infancia fue una verdadera catástrofe, gracias a la obra miserable de esos dos partidos tradicionales.

—Durante su infancia, ¿qué otros lugares visitó?

—Nací en el sur del Tolima. En un pueblito que se llama Herrera (Tolima). Herrera era un pequeño caserío, yo vivía en el pequeño marco de la plaza. Eran cuatro pequeñas calles y cincuenta casas. Eso era Herrera. Era remanso de paz. Fui a la escuela, sabrosito, muy bueno. Ser niño en el campo es como ave que puede volar libremente. Mi papá era muy alegre. Tomaba trago, montaba a caballo. Mi mamá hacía arepas y yo le robaba una y me ganaba una cachetada. Me decía: “Benjamín, esas arepas no es para que se las coma todavía”. Yo era picarito en ese asunto. Una paz muy hermosa esos primeros tres años de vida. De ahí en adelante, mi infancia fue otra.

Con todas las dificultades, el corregimiento de La Herrera tiene mucho futuro. Hay gentes buenas, aunque aporreadas por la violencia y la pobreza, pero son tierras fértiles.

—Los primeros tres años de su vida fueron de alegría. ¿Cómo comienza a deteriorarse su existencia?

—Se deteriora cuando comienza la violencia en la zona y cerraron las vías de penetración para entrar la comida, las mulas, los arrieros no podían entrar fácilmente. De Herrera a Chaparral eran cinco días con mulas. Fue cerrada en el sitio Guadualejo. Para poder viajar tenía que irse una caravana hasta de 30, de lo contrario, era mejor no meterse porque ahí salían la chulavita y los civiles y mataban a los arrieros. Herrera quedó aislado. Creo que duramos tres años comiendo sin sal, sin una esperma, sin una aguja para remendar un pantalón. La vía se cerró por todos lados. Por la vía del Huila, por la vía del Valle. El cuento era que asfixiando por hambre a la población se mataba la subversión. Pero en realidad el Gobierno estaba acabando con las familias.

—Siendo un niño, ¿qué escuchaba? ¿Qué le decía su papá?

—Uno no entendía el fondo del problema, pero lo sentía. Escuchaba los lamentos de los campesinos en voz baja, con miedo y terror. Todos los días era el ruido ensordecedor de los aviones, eran aviones que les decían trimotores. Mi papá tenía la casita en Herrera y la acabaron estos aviones. El finado Peligro mandó a hacer trincheras y yo de niño me zampaba en esas cuevas como gurre. Yo preguntaba por qué nos hacían meter allí. La respuesta era la misma: Viene la avionada avienta bombas, metralla y resulta que ustedes son el futuro. Hoy pienso que en esa época no éramos el futuro, éramos la carnada de las balas del Estado. No éramos ningún futuro para Colombia, pues no nos respetaba la vida. Claro que ahora está lo mismo con diferente máscara.

—Usted y muchos niños más iban y se metían en esas cuevas…

—Apenas rumbaba un avión, corra para allá. Ahí nos estábamos. El día antes llegaba una avioneta llamada “La Sapa”, era de color blanca con una trompa roja. Esa avioneta pasaba y donde veía unas vacas en una finca o veía humo o ropa de hombre, era seguro que al otro día llegaba la avionada; entonces uno ya sabía y sin que lo mandaran escondía uno las vacas y corra por una quebrada llevándoles un poquito de sal, una banderita para que se estuvieran todas ahí. Cuando la avioneta venía no hallaba nada. La candela tenía que ahogarla con hojas para que no diera visaje. Había un avión que volaba de noche y donde veía el fuego ahí caía a bombardear. Eso lo aprendí.

Cuando vino la balacera, mi papá compró una estera y yo corría con esa estera para dormir donde íbamos. Ese era el equipo mío. En cualquier momento tocaba salir con lo que prácticamente se tenía encima. Entonces yo siempre tenía lista la estera, la cogía y corra. Siempre la cogía para dormir. ¡Por eso es que soy dormilón! (Risas).

—¿Estos hechos ocurrieron después de los 50?

—Sí. Eso fue hasta el 13 de junio de 1953, cuando Gustavo Rojas Pinilla dio el golpe de estado y tomó el poder. Claro que al decir verdad no fue propiamente un golpe de Estado, realmente fue un golpe concertado con los partidos tradicionales. ¿Por qué sucede? Porque el pueblo se había organizado militarmente. Ya no eran chirosos como les decían, sino guerrilleros bien organizados sobre todo en los Llanos Orientales con Guadalupe Salcedo. Ya peleaban de tú a tú en cualquier parte. El conservatismo se vio acorralado y como Rojas venía de Corea, era la ficha clave para el golpe de opinión.

En el 53 yo tenía seis años. Ya estaba más grandecito, ya empezaba a “emplumar”. Rojas Pinilla anuncia con bombos y platillos la paz. Al otro día de tomar el poder, la misma avioneta botando papeles: la paz, la paz, la paz. Nosotros contentos, pensando que ahora sí nos iban a llegar maestros, salud, vivienda, caminos, mejor dicho: de todo. Nos pusimos alegres. No volvimos a pensar en la guerra, porque la guerra no la hacen los pendejos, la hacen son los avispados para coger el poder de la nación y robarse todo. Nosotros los campesinos solo sabíamos defendernos, jamás estimular la guerra.

—Tengo entendido que una familiar menor de usted fue violada por el Ejército Nacional. ¿Es cierto?

—Ya tenía una edad de 16, 17 años. Salieron dos grupos, llamados subversivos. Eran campesinos a los cuales les iban a robar sus fincas. Uno era Marco Guaraca, en la vereda La Estrella, que es hermano de Jaime Guaraca, pero él no tenía nada que ver, cómo sería que él hizo un grupo pero nunca se quiso ir para donde los comunistas, él dijo que no era comunista. El hermano lo mandaba a llamar de por allá de Riochiquito (Caquetá), pero él siempre se negó a asistir.

Decía: El que quiera irse que se vaya, pero yo no. Yo estoy peleando simplemente es porque me están quitando la finca, me están robando. No quiero la guerra. Con ese dicho siguió hasta que lo mataron. Entonces quedó Wilson Rubiano que era de La Herrera. Se la montaron a él también. Al papá de Rubiano lo mataron como en el 51, don Pedro Rubiano, en la esquina de la plaza pequeña que tiene Herrera. Siguieron con la bronca. Ahora contra Wilson.

Entonces Wilson formó una guerrilla también. Por capricho de la vida mi papá tenía una hija y la hija se juntó con un hermano de Wilson Rubiano. Se fue motivo para nosotros tener una hermosa finca que le cogíamos unas 400 cargas de café, era en frente de la finca de los Rubiano, que se llama El Crimen, donde pasa el puente para Berlín. Por eso nos tocó a nosotros sufrir y en cualquier día cayó una comisión preguntando por los Rubiano.

Por la noche me llevaron para Puerto Saldaña y me iban a matar, pero yo no me di cuenta que habían cogido a una hermana de once años y la violaron tremendamente, unos 30 o 40 varones. Mamá pensó que se la habían llevado para Puerto Saldaña y una señora de un contratista que nos sembraba un café por la mañana fue y preguntó: ¿Y Rosita? Seguramente se fue con Benjamín, pues se lo llevaron anoche. No, por allá abajo donde es la molienda lloraba una niña. Fueron y estaba botada, se le había salido la matriz, toda sangrada. Papá la trajo a Chaparral, en ese tiempo había un doctor Díaz y dijo: Aquí no se le puede hacer nada. La trajo a Bogotá y a los días murió.

Eso fue uno de los primeros motivos que me da el Gobierno para decir que yo no quiero el Gobierno, porque el Gobierno es un títere de los Estados Unidos y cree que acabando con los campesinos, unos campesinos y una niña, una niña ya sufriendo la cruda violencia de una clase dirigente indolente y salvaje. La corrupción del mundo creo que está retenida en su totalidad en Colombia. Todo lo que viene de otros países esa clase dirigente se lo roba y después montan la idea de que los niños campesinos no tenemos derecho al estudio, ni los jóvenes a la universidad, tampoco a salud, ni derecho a tierra, ni tenemos derecho a tener vida libre. Ese es el problema latente que hay hoy en Colombia.

—¿Recuerda la fecha de este macabro crimen y quienes fueron los autores materiales?

—Eso fue en el 64. Creo que durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo. El chiquito Lleras. Ese viejo no sé qué le pasó. Antes estaba Guillermo León Valencia. No estoy seguro, sé que fue durante el gobierno de alguno de los dos. No se pudo reclamar nada, el crimen quedó en la impunidad, porque eso fue una comisión de tropa, como se dice ahora: soldado profesional. Eran unos barbuchos. El que no tenía barba se pegaba. Era un grupo de 70, 80 barbados. Era una tropa barbada. Ellos fueron lo que hicieron eso con civiles de Puerto Saldaña en el 64.

—Deja su infancia, entra a la juventud. ¿Cómo fue? ¿En dónde estuvo?

—Me volví rebelde. Me detuvieron y me iban a lanzar de un helicóptero. Me logré volar de la vereda La Estrella en Planadas, pues me iban a matar. Fui a la casa. Sin deber nada cayeron a cogerme y como no me dejé iniciaron la persecución más verraca, entonces me fui para Bogotá dos años. A los dos años se la montaron al otro hermano y al llegar a la vereda El Paujil yo al reparar qué pasaba porque había una gente llamada autodefensa. Eran civiles del mismo territorio, pero pagos por el Gobierno. Nos la montaron con el cuento que quien no firmara un acuerdo con ellos tenía que irse. Yo fui uno de los que dije: firmo y nos vamos. Fueron nueve años sufriendo lo indecible en una violencia sin deber nada.

Yo era el motivo pero el Gobierno decía que el del motivo era yo por haber huido y porque no me dejaba matar. Eso fue a partir de los 15, 16, 17 hasta los 25. Eso fue gravísimo. Yo soy un hombre muy honesto. Me llaman a pelear y hasta de pronto peleo, pero me llaman a la paz y estoy ahí en primera fila. Por eso estamos con la paz, queremos la paz. No quiero guerra para ninguna persona de cinco sentidos que piense que acabando con un campesino indefenso se puede llegar muy lejos.

No se compone Colombia matando el hijo de un guerrillero, Colombia tiene que tener es una paz social, ayudar a la gente para que el campesino salga adelante, darle estudio y no coger al niño y amenazarlo porque así será un adulto frustrado y resentido tomando otros caminos delincuenciales que no son caminos de humanismo. Un niño levantado así, fácilmente se puede convertir en un asesino de su misma clase social.

—¿Qué estudios tiene usted?

—Yo hice primaria en Herrera y secundaria en Cali, sexto bachillerato. Pero mi papá me trajo para la finca y no pude seguir estudiando. Realmente tampoco quise porque pensaba: Arrancar a correr y dejar mi familia, pensé que eso no se podía hacer. Para mí la familia es el primer tesoro, es la patria chica, pensé que no podía marcharme y dejar a mi papá, ni mamá, mejor dicho, mi familia. Me tocó que aguantar una vida de delincuente por el solo hecho de vivir en esta zona del Tolima.

—¿Cómo nacieron las FARC en 1964? ¿Qué sabe usted?

—Hay gente que cuenta cosas sin haber sufrido la guerra. Habla por hablar. Cuentan lo que realmente no es y de todo culpan a las FARC. Hay que mirar el principio. El comienzo de las FARC fue matar a Gaitán para callar al pueblo. Gaitán iba a ser presidente. La oligarquía pensó que al matar a Gaitán callaba al pueblo. Pero la muerte de Gaitán desató una violencia terrible. Ahí comienzan las FARC porque los viejos que han pasado tenían familiares o les había tocado la misma corrupción que hubo de asesinatos contra ellos del 50.

Por decir Tirofijo. Tirofijo sufrió la muerte de su familia, incluyendo la mamá y don Gerardo Loaiza. Era un solo grupo. Era la lucha contra la chulavita que iba arrasando el campo sin ningún labriego tener culpa. Entonces, cuando se abrieron los comunes de los limpios, el grupo de comunes donde iban don Gerardo, Charro Negro, Isauro Yosa, Yunque, Richard, Ciro Castaño, iban los Trujillo, Palmera. Un grupo de unos 40 hombres. Los comunes eran unos 150 a 200. No eran más, en ese tiempo que se partieron. Ese grupo fue perseguido por el mismo grupo limpio. El Gobierno apoyó a los Limpios. Eso dañó gravemente. Por pronunciar usted la palabra comunista era asesinado. Teniendo en cuenta que ni el que moría ni el que mataba sabían a ciencia cierta qué era el comunismo (risas).

Entonces, la violencia siguió su curso. Cuando mataron a Charro Negro a manos de Mariachi. Mariachi fue comunista en el Davis. Era guapísimo, gran pensador, lo que decía eso salía. Pero, cuando dieron la famosa pacificación de Rojas Pinilla y a cada comandante le asignaron un pueblo, a Peligro le dieron a Herrera, a Vencedor le dieron El Limón, a Arboleda le dieron Las Hermosas, a Mariachi le dieron a Planadas, a Charro Negro y a Isauro Yosa les dieron a Gaitania. Esa repartición la hizo el Gobierno.

A Mariachi le tocó por el río Atá arriba por la cuchilla hasta la cordillera y todo el corregimiento de Rioblanco le tocó a Peligro. El corregimiento de Las Hermosas le tocó a Arboleda. Mariachi se sintió grande y le pareció que era mejor matar a Charro Negro para quedarse con todo. Pero el Gobierno le dio pedal. Unos muchachos de apellido González apodado policía, una mañana fue y lo mató con una descarga de M1 a Charro Negro, a las cinco de la mañana lo mató.

El hombre tenía un negocio y una mulada y siguieron persiguiendo a Tirofijo. Para entonces Tirofijo no tenía ningún mando, Tirofijo no era nadie entre el grupo, sino una ovejita de trabajo, una hormiguita. El que comandaba era Jaime Guaraca, Isauro Yosa, Charro Negro. Se inició la persecución, ya no propiamente del Ejército Nacional, sino de Mariachi y sus hombres, con Ejército Nacional camuflado hasta Gaitania. Tirofijo comenzó a pararlos.

La gente dice que la guerrilla nació en Marquetalia. Hay que mirar la raíz y su origen. En Marquetalia fue donde se iniciaron las FARC en el 64. El 1 de enero de 1960 mataron a Charro Negro y a los cuatro años siguientes surgen las FARC. La persecución fue intensa. Entró José Joaquín Matallana con gran cantidad de Ejército, caían en paracaídas, arrasando con los cultivos, dándole machete a las plataneras, a las maiceras dizque para que se muriera la guerrilla de hambre.

Eso envenenó a Manuel Marulanda Vélez gravemente y mandó a Ciro Castañeda para Riochiquito a ir haciendo una hoguerita allá, eso es Cauca. Allá se estuvo con los Páez y mandó un grupo. Cuando Tirofijo se vio perdido, se fue con 47 hombres huyendo de Marquetalia resultando después el nombre de las FARC.

El Gobierno creyó que corriéndolos se achicaba. Pero fue al contrario. Eso se agrandó y se inundó por toda Colombia. El verdadero ejército del pueblo tuvo un cambio grande en cantidad y en calidad. Se planteó la toma del poder. Se disparó. Es una guerrilla heroica, no se arrodilló ante el poderoso enemigo, le hizo frente y resistió heroicamente durante más de 52 años. La guerrilla sigue siendo una realidad concreta.

Lo interesante es que las FARC han tenido como centro de su preocupación la paz. Toda la vida ha sido su consigna principal. Ha hecho esfuerzos pero el Gobierno les ha incumplido, ojalá ahora sí les cumpla y no tengan que retomar las armas. Sería una desgracia para el pueblo colombiano, una frustración más. La guerrilla nunca se ha arrodillado y menos ahora. El que diga eso está muy equivocado. Que sepa Uribe que las FARC jamás se arrodillará, que la paz siempre sostendrá con dignidad y honradez la paz con justicia social. Eso es bueno entender. No es simplemente la paz por la paz.

Ellos quieren una paz sin hambre, sin pobres y mendigos, sin explotados y explotadores. Ellos quieren que todos los colombianos tengan su casita, su derecho a la salud, las tres comiditas del día, el estudio, la paz sin privilegios.

—Usted tuvo el privilegio de conocer al comandante Manuel Marulanda Vélez siendo ambos jóvenes. ¿Cómo era?

—Marulanda era un hombre como paisa. Él es del departamento de Quindío, Génova. En unión con otra familia que era los García. Los García también son quindianos, donde iba Leopoldo García (Peligro). Pero Peligro era sobrino de don Gerardo Loaiza, otro paisa. Al estar ahí, trabajaba Manuel como ayudante de carreteras, era cuando las carreteras se hacían a punta de pica y pala.

Manuel Marulanda, no sé si realmente nació en Génova, pero él decía que era de Génova con su familia. Entonces comenzó la matanza de liberales. Manuel era ayudante de carretera. Era un obrero. Comenzaron a matar liberales, vecinos y amigos de Manuel. Había una máquina de lavar ropa, que era de manubrio, de madera. En ese tiempo los alcaldes eran nombrados a dedo, nombraron a Floro Yépez Gómez, jefe conservador, como alcalde. Era muy jodido. Nadie sabía quién ordenaba la matanza de liberales.

El señor alcalde, en cierta oportunidad, mandó un saco a lavar. El dueño de la lavadora era liberal. Tuvo la precaución de revisar los bolsillos encontrando la lista negra. Estaba el listado de todos los que iban a matar y el que ya estaba muerto le iban poniendo una tacha. Ahí estaba el nombre de Manuel y ese aún no tenía la tacha. Estaba para matarlo en esos días. El dueño de la lavadora llamó a Manuel y le informó y le mostró el listado. Estaba en la lista del alcalde y de la policía chulavita. Era el alcalde de Génova. Inmediatamente Manuel le dijo a su familia: “Nos vamos”.

Manuel, que era muchacho y tenía una “guerrillita”, ya lo estaba el Estado persiguiendo no para corregirlo sino para matarlo. Entonces Manuel mataron el alcalde y se vino y se unió con Peligro, Leopoldo, con don Gerardo y se vinieron para Roncesvalles, cruzando por Barragán. Ahí estuvieron un tiempo. Creo que allí tenía un familiar.

Cuando entra la chulavita y mató 80 liberales, ellos alcanzaron a escapar. Fueron a ubicar a la quebrada por encima de Rioblanco para salir a Gaitán. Por encima hay una quebrada.

Pero realmente la guerrilla se inició en la Profunda con Hermógenes Vargas, que era Vencedor. Él fue el primero que dijo: No nos vamos a dejar matar y comenzó a llamar muchachos de la región: llamó a Canario, llamó a los hijos de don Gerardo Loaiza que tenía siete hijos, llamó a Peligro, llamó a los hermanos de Peligro, llamó a Arboleda, un indio de las Hermosas. Allí son nuevamente atacados. Entonces se organiza la salida para El Davis, pero sin nada. Tirofijo venía cruzado de brazos sin nada de armamento. Mientras estuvieron en la zona tuvieron en la finca La Lindosa, yendo para Herrera y llega a la quebrada La Sardina, una quebrada por donde se sube para la Lindosa, esa quebrada nace como en un pando encima donde es el Davis.

El que dio la idea de eso se llama: Tirofijo. Él había visto en ese pando un roblal, entonces, cuando los sacaron de allá, dijo vamos para allá: para El Davis. Es una parte buena, es un cerro. La idea fue de Manuel. Eran las familias que iban en huida. Pero no había armas. don Gerardo Loaiza compró cuarenta escopetas en Tuluá (Valle), de partir 16, una de ellas le toco a Manuel, otra le tocó a mi papá. Ese fue el ejército. Mi papá al matarles sus hermanos también se fue para El Davis y yo niño. También mi mamá.

Mi papá se casó con esa muchacha que era de Tunja, se la consiguió en el hospital San José en Bogotá y se vienen y le matan los hermanos. Mi papá no pudo echarla nuevamente para afuera porque la pasada de colache, el que era liberal lo mataba ahí. Entonces se fue para El Davis y resultó siendo la enfermera como con diez hijos. La gente se moría no solamente por heridos, sino porque había muchas plagas, no había vacunas, ni nada. Mi mamá era la enfermera. Comenzaba su labor de mañanita.

Lo malo fue la partida del grupo porque nos tocó en el bando comunista, era el más pequeño y el Gobierno en contra. Esa es mi niñez. Sufriendo y todavía estoy sufriendo. Todavía no ha habido un descanso para el pueblo, la violencia persiste de diferentes maneras. Sé que con este relato estoy corriendo peligro, me pueden matar porque estoy contando la verdad, la verdadera historia de Colombia. País que ha estado en manos de una oligarquía salvaje al servicio de los Estados Unidos.

Manuel antes de entrar a esta guerrilla estuvo en una guerrillita en el Valle, como con los sevillanos.

—¿Cómo recuerda usted su primer encuentro con el compañero Manuel Marulanda Vélez?

—El primer encuentro fue allá en la Quebrada. Había unas tres fincas, ahí fue donde nos zampamos. Ahí estaba ese grupo. Manuel no sonaba. Yo vine a ponerle cuidado en El Davis. Ya tenía una cachuchita en forma de taleguito y pichito adelante y pichito atrás, pero ya tenía un escudito de cobre, en el pichito de la cachucha, hoz y el martillo. Ya él andaba con ese distintivo. Usted lo veía y sabía que era Manuel. En ese tiempo era Marulanda y su nombre era Pedro Antonio Marín, don Pedro.

Era un muchacho que salía a comisiones. Él cogió el mando cuando fuimos a Gaitania, nosotros nos fuimos en ese grupo, y cuando la pacificación, mi papá se fue para Herrera. Una vez íbamos nosotros para El Carmen, sale uno a Gaitania, Planadas, Colegurre que se llama Sur de Atá, un pueblito antes de llegar a Gaitania. De Gaitania iba un camino real para salir al departamento de Huila. En ese sector era inspector de carreteras Manuel.

Llegamos esa noche a Gaitania, eso echaba casi el día de Planadas a pata para llegar a Gaitania. Lejos. Al llegar, me dijo papá: Vaya y pregunte en dónde nos hacen un documento, eso fue en el 54, pues ya estaba la pacificación, yo tenía unos seis o siete años. Fui y le pregunté a un señor. Yo no me acordaba que era Charro Negro, que era la mejor tienda. Pregunté: ¿Dónde se hace un papel? Yo lo firmo, pero tiene que ir allá abajo para que lo haga el secretario. Me devolví y le dije a mi papá. Mi papá le preguntó a una señora. Era de noche. Y el documento era para salir a las cinco de la mañana. Papá se fue para allá. Ahí había un hombre. Fue a prender una petromana y se enciende esa hijueputa petromana y la tiró para la calle.

Ese hombre hizo el documento en lo oscuro en una maquinita de escribir. Me dijo: camine que se lo firme el comandante, dijo el hombre. Cuando fuimos a lo claro me di cuenta que era Manuel, era el secretario. Con la cachuchita sería otra pero tenía el escudito. Me dijo: Mire, aquí está el papel. Charro Negro lo firmó. Manuel era mandado por Charro Negro y el otro de que era de Irco Dos Aguas. El comandante era Charro Negro, porque arriba en El Carmen había una guardia de los comunes. Allí tocaba presentar ese papel, era como un permiso.

Eso pasó así. Cuando mataron a Charro Negro, al que le tocó enfrentar fue a Manuel. De ahí en adelante se hizo el jefe. Todavía sigue siendo jefe. Murió pero sigue siendo.

—¿Qué diálogo tuvo usted con Manuel Marulanda Vélez?

—Fue harto el diálogo en muchas veces. No todo se puede contar. Una vez le dije: ¿Se acuerda usted de la enfermera del Davis? Ella era mi mamá. ¿Usted era ese monito? Sí señor, yo era. Qué bien. Conversábamos de lo que era la guerra. Le pregunté una vez: ¿Por qué a usted le gustó la guerra? Me dijo: A nadie le gusta la guerra, lo obligan a uno a que viva en guerra. Son palabras propias de un sabio. Me obligaron a vivir en guerra, porque cuando estábamos convencidos de la paz con Rojas Pinilla mataron a Charro Negro y luego, se me pusieron a mí. Dijo: El mismo compañero Mariachi fue el que lo mató y se me puso a mí. Le dije: ¿Y usted anhela la paz? Desde un principio siempre es pensando en la paz.

A él fue que le aprendí la necesidad de una paz con justicia social. Esas eran palabras de Manuel. Era suave para hablar y de pronto decía, camine tomamos tinto. Él usaba una toallita y le hacía señas a la que tenía el tinto así con la toallita. Y decía, mire para él. Él sí fue amante de la paz. No hay que culparlo de la guerra. Lo que pasa es que los gobiernos han sido corruptos y no cumplen. Si a Manuel le hubieran cumplido allá en el Caquetá, hacía tiempo teníamos la paz. Ese día lo iban a matar. Cuando dejó la silla vacía.

Yo conversé con él ocho días antes. Fui en representación de Las Hermosas que me mandaron unos amigos. Yo salí y eché un discursito, unas pocas palabras, hablé que debería ser una paz verdadera, que nosotros queríamos que el guerrillero llegara a la vida libre, que el que no tuviera estudio se lo dieran, pero comienzan es a matarlos. Eso se lo dije al ministro y a otros. Estaba el presidente. En un rato me perdí y fui a dar a un puerto, cruzando un río, sobre un puente de madera, y ahí estaba Manuel. Hablamos eso. Él me dijo.

Yo le dije: ¿Cómo ve la paz? Me dijo: Mala. ¿Cómo así, usted va a volver a la guerra? Iré hasta donde yo pueda, porque apenas salga de aquí, la primera charla que tiene el presidente es con los Estados Unidos. Eso no quiero yo. Yo no voy a ir porque aquí está la CIA, dijo Manuel. Me lo dijo a mí. Lástima que no esté vivo para que me dejara quedar mal. Aquí el presidente viene y habla, dice que me suelta, pero lo que está esperando es qué digo yo para irse a decirle a los gringos.

A mí lo que me quieren es matar. A ellos, no les importa matar al presidente, lo que importa es que caiga yo. Presidente hay muchos pero como yo muy pocos. Así lo dijo. Apenas yo no exista la guerrilla no durará diez años. Se acaba. Yo nací para defender el pueblo y hay unos que no van a defender al pueblo, van es a defender sus intereses, me dijo Manuel.

Yo creo que él olía que lo iban a matar. Por eso quedó la silla sola. Yo di mi discursito y me vine. De Chaparral fue un vergajo y yo no quería dejarme ver. Así me dijeron: No se deje ver. Yo fui ligerito y no volvía a los cuarteles. Me estaba afuera. Pero sí vi al hombre. Él dijo que para que hubiera una paz buena, había que principiar primero oyendo al campesino, al de abajo, que es lo que tenemos que hacer nosotros. Hay que ir a la base, como dice usted, periodista.

Esa fue la última vez que lo vi allá en Los Pozos. Era un hombre sencillo, conversador. Estaba usted hablando y cuando menos lo esperaba lo pellizcaba diciendo: Mire, para que uno estuviera alerta. No se duerma. Era charlatán. Era de humor. No se veía bravo. Entre nosotros llegaba una muchacha y decía: Camarada que tal cosa. Delante de mí le dijo: Venga, delante de mí, no me vuelva a gritar así, porque si esto lo hace conmigo, qué será con los suyos, gritándolos.

Cuando usted tenga una cosa mal con alguien en una empresa o aquí en el mando, que porque tiene el mando, no grite, llame a la persona y dígale, lo está haciendo mal o bien, pero no grite, porque si esto lo hace conmigo: Que venga camarada, cómo será con los que están bajo su mando. No se hace gritería. Nosotros no somos quién para gritar a otro.

Cosas bonitas de fundamento enseñaba Manuel para una organización que construye un futuro. La de ahora tiene un futuro, pero las ideas de Manuel no se reponen. Lo que es a Manuel, a Gaitán y a Jesucristo no lo repone nadie, así salga parecido. No vuelven a haber tres hombres iguales de estos quilates (risas).