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Opinión
El imperio y nuestra paz
El pueblo colombiano no espera del imperio limosnas sin reparación, condicionadas a la revisión del acuerdo, a la continuación de la contrainsurgencia y al enfoque de enemigo interno, ahora bajo el cobijo de una paz sin soberanía ni autodeterminación.
Jaime Caycedo Turriago / Miércoles 15 de febrero de 2017
 

El sábado 11 de febrero ocurrió la anunciada llamada de Donald Trump a Juan Manuel Santos. La prensa ha ensalzado el tono amistoso del yanqui hacia Santos, el reconocimiento del proceso de paz entendido como la prolongación de Plan Colombia, ahora Paz Colombia, y los compromisos militares del Gobierno en instrucción en países centroamericanos que subrayan, sin decirlo, el papel de Colombia como instrumento de la política intervencionista y de gendarme internacional de Washington, a la que nos incorporan, sin consultarlo, los acuerdos del Gobierno con la OTAN.

Esta postura de sumisión y lambonería, que en la actualidad se presenta como natural e indiscutible continuación del Acuerdo de paz, es en realidad una distorsión total del significado del mismo ya que se contrapone a sentimientos de hondo arraigo antiimperialista en América Latina y el Caribe que identifican como suya la esperanza de paz en Colombia.

El comunicado de Trump es aun más diciente. Exalta al régimen gobernante y lo define como su principal aliado en el Hemisferio Occidental. Ni un asomo de indemnizar o reparar al país por su intervención abierta en la promoción, armamentismo y dirección de la guerra contrainsurgente, responsable de miles de compatriotas muertos y lisiados.

Trump parece coincidir con Santos en esa caracterización de Colombia como “Estado vasallo” e incondicional que ya tuvo desastrosas consecuencias con Turbay Ayala, cuando la guerra de Las Malvinas o, más recientemente, con los caprichos agresivos y provocadores de Álvaro Uribe ante Ecuador y Venezuela. Por eso, tantos elogios deben ser motivo de preocupación y de indignación para el ciudadano común.

Contrastan con el tratamiento grosero, despectivo y arrogante con México y Venezuela, por no decir que con Cuba a raíz de la muerte de Fidel. Con México despiertan repudio las órdenes ejecutivas en materia migratoria y la construcción del muro en los dos tercios faltantes de la frontera que según Trump deben pagar los mexicanos.

Con Venezuela este lunes la administración del mandatario republicano decidió incluir al vicepresidente Tareck El Aissami en la lista de grandes capos de narcotráfico, también llamada lista Clinton. Esta clasificación abiertamente despótica e ilegal se añade a la de “amenaza a la seguridad nacional de EEUU” que ya había sido decretada y ratificada por Obama antes de dejar la Casa Blanca. El imperio acumula falsedades en búsqueda de pretextos para hostigar al gobierno bolivariano y propiciar su destrucción.

Ya la República Popular China le puso freno al frenesí de Trump al imponerle el reconocimiento de una sola China. Los jueces y cortes en su propio suelo se le están enfrentando.

América Latina está siendo sometida a una estrategia de subordinación, de humillación, de nuevo colonialismo y amenaza de anexionismo de manera selectiva para aupar las divisiones y el enfrentamiento entre países hermanos. Estamos llamados a la solidaridad, a la resistencia y a la rebeldía ante tales pretensiones.

Sin perder de vista que estamos en el ojo del huracán, en medio de las tensiones internas de quienes quieren hacer de la reversión del acuerdo, de la negación y boicot a su implementación o al diálogo con otras insurgencias, y de la recurrente invocación al genocidio como un proyecto de gobierno.

El pueblo colombiano, empeñado en el esfuerzo de implementación y realización del acuerdo, no espera del imperio limosnas sin reparación, condicionadas a la revisión del acuerdo, a la continuación de la contrainsurgencia y al enfoque de enemigo interno, ahora bajo el cobijo de una paz sin soberanía ni autodeterminación.

Tenemos que unir todas las fuerzas del pueblo y de la nación para defender, consolidar y construir la paz con justicia social. Un poder de transición no puede ser distinto de un Gobierno pluralista, dotado de un compromiso democrático y de un programa en cuyo corazón esté la materialización y cumplimiento de los acuerdos de paz y reformas avanzadas para superar el Estado decadente, sumiso y corrupto reacio al cambio.