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Una guerrilla ambiental
Carlos Orlas / Jueves 20 de abril de 2017
 

Visité en semana santa la zona de concentración de las FARC-EP en la vereda Carrizal, de Remedios Antioquia. Allí se encuentran cerca de 400 guerrilleros de los frentes 4, 20 y 24, mujeres y hombres que recorrían la Serranía de San Lucas y las selvas del Magdalena Medio en tres departamentos: nordeste antioqueño, sur de Bolívar y Santander.

Haber recorrido por tanto tiempo la Serranía le da a los guerrilleros un conocimiento vasto de este territorio que les permite ser hombres y mujeres jaguar, selva, río, danta. Ser, en una palabra, guardianes del bosque. Tienen todos en su mirada algo animal, como la viveza del águila, la sospecha del zorro, la sutileza del felino, el silencio de los búhos. Una mística que da tanta noche, tanta selva, tanta guerra.

La Serranía se desprende del extremo norte de la cordillera central para confluir con las llanuras de la Costa Caribe, es un oasis natural que divide las aguas que van por el oriente y sur al Magdalena, y por el occidente al Cauca. Combina bosques tropicales y andinos, condición especial que la convierte en nicho de especies de flora y fauna aún desconocidas para la ciencia.

Estos hombres y mujeres concentradas en Carrizal me recuerdan a la Princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997), película de animación japonesa que se centra en la lucha entre los guardianes de un bosque y los humanos que necesitan sus recursos y minean a cielo abierto devastando la montaña y contaminando sus ríos. La mujer protagonista de la película es una aliada de los lobos para pelear a muerte contra una multinacional que explota humanos y selva por igual.

Carrizal

La Zona Veredal de Transición y Normalización (ZVTN) es un caserío a medio terminar donde suben y bajan camionetas de ingenieros y de funcionarios de la ONU, dejando un polvero que le tapa a uno la vista. Los ingenieros son contratistas de una obra que parece tendrá su culminación cuando ya los guerrilleros deban salir de allí, en uno de esos absurdos kafkianos a los que nos tiene acostumbrada la lentitud burócrata. También transitan campesinos aserradores en motos y algunos en mulas que forman una hilera detrás del jinete. Otros con ganado. Los mineros que el gobierno tilda de ilegales se ven más abajo al borde de quebradas rodeadas de muchas piedras y aguas estancadas, algunos sembradíos de plátano y yuca, selva recién tumbada y quemada para potreros y al fondo la espesura de la Serranía inabarcable con la mirada.

A los mineros informales el Ejército les quemó hace poco retroexcavadoras que les había costado mucho esfuerzo conseguir, porque como no tienen licencia ni trabajan en la multinacional, entonces hacen “minería criminal”.
Antes de entrar a la ZVTN hay un puesto permanente de la ONU y la comisión de garantes y un campamento militar. Más adelante otro puesto militar.

Allí está la Franja Amarilla

Teo, guerrillero desde los años ochenta y ahora comprometido con la causa ambiental, narra una historia para muchos desconocida. Se llama la Franja Amarilla pero no es la de William Ospina, aunque por ese hilo invisible que une a la belleza con la poesía, a las historias con los pueblos, a la selva con los sueños, estas dos historias tienen una resonancia común. Cuenta Teo que:

Cuando nosotros recorríamos la selva, encontramos animales que pocas personas han podido ver: el mono peludo colombiano que se le acerca al humano con una inocencia tremenda, la danta, el jaguar (al que hay que alzarle las manos y gritar para que no lo ataque a uno), serpientes, muchas aves, manatíes en las ciénagas. Somos conscientes de que en 52 años de guerra le hemos hecho mucho daño a la naturaleza. Pedimos perdón por ello y por eso queremos reforestar y restaurar. A raíz de identificar zonas que son corredores biológicos que nadie ha tocado, ni la minería, ni la ganadería, ni la silvicultura, nosotros cogimos un baldado de pintura amarilla a base de aceite y empezamos a demarcar lo que denominamos la franja amarilla. Se establecieron zonas de veda para la intervención humana que dañara o alterara el hábitat. Eso fue concertado con el ELN -desde la época de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (1987 – 1990)- y con las mismas comunidades, y hasta el día de hoy se lograron proteger miles de hectáreas de selva virgen.

Teo narra que en un año de guerra se destruyen hectáreas que tardan 80 años en recuperarse. Y, advierte, “nosotros tenemos algo de culpabilidad en eso, pero el ejército con un solo bombardeo provoca un desastre apocalíptico en términos de la biodiversidad que destruye en pocos minutos”.

El Nordeste antioqueño, desde la colonia, es una de las reservas de oro más grande del mundo. El pueblo de Remedios dicen que está hueco por debajo de todo el oro que le han sacado a través de la minería de veta y junto con Remedios y el Bagre son los pueblos con jurisdicción en la Serranía con más minería. Juan José Hoyos en la compilación Sentir que es un soplo la vida (Sílaba, 2015) relata cómo se construyó la primera carretera de Antioquia solo para sacar el oro. En esa fiebre del Dorado los mineros perseguían la misteriosa veta hasta romper pueblos enteros y fundar otros y volverlos a romper.

Y hablando de la minería, Teo advierte que la parte alta del Nordeste donde está ubicado Carrizal (y que comparte límites con Segovia, el Bagre y el sur de Bolívar) es una de las pocas partes del mundo donde el oro se encuentra en la superficie. Pero también, unida a la Serranía, es la única formación de selva que hay para oxigenar los ríos Cauca y Magdalena que reciben la contaminación de gran parte del país. Esta anécdota de Teo lo deja claro:

Imagínense cuánto oro hay, que en la mera construcción de este campamento, con dos paladas de la retroexcavadora se sacaron algunos castellanos de oro, y es apenas la superficie, entonces ¡cuánta gana le llevan a esto las multinacionales para extraer maquinaria! Nosotros queremos que los campesinos puedan hacer otro tipo de minería porque ellos a pequeña escala también contaminan, pero para eso debemos generar alternativas dignas. La idea es poder ampliar esa franja amarilla (con zonas de veda para la caza, la tala y limitar la explotación minera), involucrar a los campesinos en el cuidado de la biodiversidad y dimensionar al ecosistema como víctima la guerra.

Y ¿qué le dice uno a Teo? Pues, hermano, ¡se vale soñar!

Cabe anotar que de un millón de hectáreas de cobertura boscosa original subsiste un aproximado de 120000. “Hoy, la Serranía de San Lucas pierde bosques a ritmo récord. En 1995, mapas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi mostraban 500.000 hectáreas de bosques intactos, uno de los más grandes fragmentos de los Andes, según el Instituto. La degradación ha destruido el 60 por ciento de ellos. De continuar este ritmo de deforestación, en ocho años no existirá ningún bloque de bosque continuo en la zona”. (http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12243772).

Lo de la Franja Amarilla es un buen nombre para denominar a la Serranía, corredor que atraviesa el jaguar entre Centroamérica y Argentina para reproducirse. Según Teo, el jaguar es una especie “sombrilla”, porque protege la existencia de otras especies, controla roedores y mantiene el equilibrio de poblaciones de flora que mantienen los nacimientos de agua. Es una ráfaga de luz que atraviesa selva, bosques, llanuras y montañas.

Antes de terminar, quisiera darle la voz a Andrea, una guerrillera que no se dejó entrevistar con la cámara pero sí nos compartió un poema que escribe a dos manos con su hija, de unos trece años. Ambas tienen cabello largo y un porte como de Amazonas, según decían los cronistas españoles de unas mujeres grandes, fuertes y bellas que vigilaban el río al que dieron nombre y el que seguramente les dio su ímpetu.

El caso es que ella lo lee para todos en un acto cultural al que muchos de sus camaradas asisten con el fervor con que se va a un ritual, a una comunión, o, dice uno que es más citadino, al cine. Luego de leerlo le pido que me deje tomarle una foto a su poema y me presta un cuaderno azul bien sin arrugas donde leo estas dos hojas, con una “mala” ortografía que le da mucho más dulzor a su poema, y me hace pensar por ejemplo en la mayor belleza que hay a veces en la “mal” vestida, o en la anti poesía de Nicanor Parra, o en los malditos Cantos de Maldoror. Esas palabras así, escritas como se puede, o como le suenen, o como le nazcan, me recuerdan a Pessoa cuando dice: “obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente”. Va el poema, que en el más bello instinto de la pluralidad firma como Andreas:

Tierra amada

Andando por los caminos de mí amada patria Colombia
Conocí tus secretos, viví entre tus entrañas
Brazos abiertos de espesa montaña que abrigaste mis noches brindándome el descanso después de la larga jornada.
¡Manto verde como la colcha de la vieja Mamá!
¿Cuántas noches fuiste testigo de mis angustias, sueños, alegrías y parrandas?
¿Cuántas noches y días fuiste trinchera en la Batalla donde sin clemencia
la guerra te arrebataba el silencio plácido que brindas en tus entrañas, con bombas, cohetes y metralla?
Y aun así tú fuiste esa Vieja Mamá: abriendo tus brazos, recibiendo a tus hijos, aquéllos que nacieron entre Helecho y Palmas.
¡Tierra Amada!
Hoy te pido perdón por haberte herido
Cuando por ignorancia mutilaba y daba muerte a tus especies que en tu seno guardabas como aquella madre que celosa cuida de sus hijos: protegiéndolos del perverso que no duda en maltratarlos.
Te abrazo hoy con cariño expresándote desde mi alma:
-que haré de ti un gran monte verde
Tibio nido para todos
Como la colcha de la Vieja Mamá.

Andrea escribe lo que Alejandra Pizarnik denomina poesía al natural. Y porque no quiero dejar por fuera nada del poema que nos compartió, replico sus últimas líneas, escritas en la mitad de la hoja como cerrando un juramento o plasmando una consigna, lo que me recuerdan una cartelera de esas que hacen los niños en primaria:

Unidos por recuperar el medioambiente que es de todos: “ANDREAS”.