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Buceando en las profundidades de "Parar en seco"
Análisis del último libro del escritor colombiano Willian Ospina
Felipe Pineda Ruiz / Sábado 13 de mayo de 2017
 

Hace algunos meses William Ospina tuvo la gentileza de interrumpir su vertiginoso itinerario y aceptar la invitación que, desde Somos Ciudadanos [1], le extendimos para realizar un viaje intempestivo al departamento de Boyacá. El motivo, participar en la audiencia ambiental, realizada en el municipio Pesca por el Colectivo de la Protección de la Provincia de Sugamuxi. El objetivo principal, salvar el Lago de Tota de la insaciable intención de la petrolera francesa Maurel & Prom de hacer exploración y explotación petrolera en inmediaciones de su generoso caudal.

Allí cerca de 2000 asistentes tuvieron la fortuna de escuchar un texto preparado para la ocasión por el autor tolimense, la “Oración por el Lago de Tota” [2]. Uno de sus fragmentos se convertiría en el preludio de lo que Ospina había venido construyendo en sus cuarteles de invierno: “toda la ciencia de hoy sabe que el petróleo no es el futuro, toda la ciencia de hoy sabe que el petróleo es el pasado”.

La obra, que al poco tiempo saldría al mercado, titulada “Parar en seco”, condensa todas las inquietudes ambientales, filosóficas y ecológicas que durante décadas acumuló uno de los escritores más prolíficos y connotados del país.

En “Parar en seco” una tesis principal se convierte en el Ecuador de la obra: en el momento en que el hombre sucumbió ante la tentación de la depredación y el utilitarismo, y a los designios de los “gerentes de lo útil” por dominar la naturaleza, ésta misma se encargó de poner tan vanidosa tentativa en su lugar en forma de tsunamis, cataclismos, terremotos, desbordamientos de ríos y tornados.

Las coordenadas bibliográficas iniciales utilizadas por Ospina para explicar el ¿por qué llegamos a este punto? son las conferencias de Aldous Huxley (La situación humana, 1959) y las advertencias de Nietzche y Humboldt, o de Asimov y Pohl, condensadas en "La ira de la tierra" (1991).

El diagnóstico preliminar del escritor al respecto se clarifica cuando advierte "fue la obtención de poderosas fuerzas nuevas debidas a los combustibles fósiles, a la electricidad y al diseño de máquinas lo que disparó de repente nuestro poder de transformar el universo natural hasta hacerlo casi irreconocible” (p.24). La solución que Ospina plantea para hacerle frente a la crisis ambiental-ecológica es una sola: una agenda global de sustitución de las energías fósiles no renovables por una de energías limpias y renovables. En pocas palabras, acabar con la dependencia de los combustibles.

En el plano religioso, la ruptura de Occidente con la espiritualidad, y con el conocimiento del corazón, o cargiognosis, que el mismo Cristo ejemplificó, es otra de las explicaciones ontológicas que el autor de “El país de la canela” pone de relieve en su texto para entender la crisis de nuestra época.

Ospina hace hincapié en el proceso que el cristianismo decidió seguir para adoptar y adaptar la lógica formal de Platón e integrarla al concepto de "progreso", término que justifica el aprovechamiento utilitarista e irracional de la naturaleza.

El descubrimiento de las virtudes, que la filosofía revela paradójicamente, en lugar de conducir a las sociedades a una evolución espiritual, puso a la razón en función de la voracidad por producir y consumir. El ascetismo de Buda en la India y Diógenes en Grecia, sucumbió, en suma, ante la tergiversación del pensamiento platónico.

La desacralización de Cristo, y de la naturaleza misma, tergiversó la esencia de la convivencia armónica hombre-naturaleza ante la obsesión del hombre occidental por el progreso, cuyo punto de quiebre transversal ocurre en la revolución industrial. Para ello el cristianismo tuvo que construir el mito del dios castigador, en función de la guerra, el saqueo y la obsesión por la victoria, la opulencia y la venganza.

Y es precisamente en torno a la razón, la estética y la naturaleza, donde el autor recupera el pulso filosófico de principios del siglo XIX entre los alumnos, y amigos, de la Universidad de Tubinga, Hegel y Hölderlin. Ambos mantienen, en aras de la unificación entre sujeto y objeto, entre la estética versus la razón, entre el yo y el nosotros, una tensión alucinante que marcaría mucho más a un Hegel reacio a desprenderse de su visión kantiana del mundo. (p.55).

Ante la idea obsesiva de la transformación del Estado, enunciada por la obra de Hegel, y la ceguera de la primacía del ser humano sobre otras especies, Ospina vuelve a reivindicar a Hölderlin, quien sabiamente prendería las alarmas de tan caprichoso error "siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, ha construido su infierno" (Hiperión)

Dicha disputa la gana Hegel y su determinismo materialista durante los dos siglos siguientes. Sin embargo, las catástrofes ambientales, el extractivismo, y la revancha de la naturaleza contra la explotación humana, como bien lo desentraña el escritor tolimense, terminaron por otorgarle una victoria filosófica colmada de principios al poeta menospreciado por la utilitarista historia: el vilipendiado Hölderlin.

Ulterior a la era industrial, el autor hace un recorrido por la primera y la segunda guerras mundiales para concluir que la guerra acabó con todo resquicio de fe, y el nihilismo y el existencialismo hicieron lo restante: destruir la esperanza de las dos generaciones venideras.

Luego su narración fecunda se centra en dos corrientes que tenuemente intentaron traer un poco de esperanza planetaria durante la segunda mitad del siglo XX: el hippismo como oasis reconciliador del hombre con la naturaleza, y el ecologismo como oleada disipadora del antagonismo entre hiper-industrialización y preservación ambiental (desarrollo sostenible).

Es necesario mencionar el fracaso de ambas, en especial la segunda, por frenar el proyecto industrial y consumista que los suprapoderes tenían en mente para el futuro global. De ahí en adelante el texto advierte sobre el cataclismo de nuestra civilización actual: el consumo como religión; la globalización y la sociedad digital; y la destrucción de los Estados-Nación a manos de las grandes corporaciones y el lobby de las finanzas, los dos brazos del poder planetario.

Esa concentración del poder, enfatiza acertadamente Ospina, terminó por acaparar los bienes comunes de la humanidad (aire, agua, suelo y vegetación) para ponerlos en manos de usurpadores todo poderosos y llevarnos a este punto de mercantilización sin retorno.

La bibliografía ambiental, dotada de tecnicismo y frases encriptadas, que solo sacian los egos de un puñado de especialistas, necesitaba realmente una obra como “Parar en seco” para respirar, para hablar de energías fósiles de la forma más vital posible y reconciliar, por pocas horas, a la literatura con la historia.

La tensión entre racionalidad y estética, encarnada en la dualidad filosófica latente entre Hölderlin y Hegel, hace un par de siglos, intenta responder a la pregunta principal que plantea el libro de Ospina ¿Por qué el hombre se obsesionó en querer a toda costa dominar a la naturaleza?. La siguiente frase del escritor nacional, extraída de esta maravillosa obra, aporta una nueva pista para realmente parar en seco y construir “mitos que no repugnen a la razón, e ideas razonables que no se riñan con el sentido estético de la realidad”.

@pineda0ruiz
pinedaruiz@hotmail.com

[1Somos Ciudadanos es un laboratorio de iniciativas sociales y ciudadanas creado a principios de 2015 a raíz de la conmemoración de los 80 años del natalicio y los 25 del fallecimiento del pensador Estanislao Zuleta.

[2Texto leído por William Ospina en la Audiencia Ambiental, convocada por la Agencia Nacional de Licencias Ambientales de Colombia (ANLA), realizada en el municipio de Pesca (Boyacá) el pasado 6 de noviembre de 2016.