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Colombia: ¿Avestruces o hienas?
Alberto Pinzón Sánchez / Miércoles 8 de abril de 2009
 

La teoría de la resolución de conflictos sociales ha ido sofisticando sus herramientas teóricas y practicas. La antigua división esquemática y mecanicista de causas objetivas y subjetivas de un conflicto social y armado en un país dado, ha sido prácticamente reemplazada por el análisis objetivo de sistemas abiertos y dinámicos (estructura - proceso - resultado - retroalimentación), de complejidad creciente y sometidos a los cambios o “saltos” dialécticos.

El histórico conflicto social armado de Colombia no es una excepción. La “provinciana” idea oligárquica (Tíbet de Sudamérica) de que ese bloque de grupos privilegiados y familiares de latifundistas agroexportadores ligados a los modelos de vida del colonialismo europeo y norteamericano, conformado históricamente y caracterizado por su acceso privilegiado y conservación del poder político (definido por ellos mismos como “delfinato”); y que constituía el ombligo del mundo, hace tiempos ha dejado de existir.

Sin embargo, esto aún no ha sido reconocido por la clase dominante colombiana: en lugar de explicarse el conflicto colombiano a partir de lo internacional, siguen explicando lo que acontece en el mundo a partir del tradicional alero de la provincia. Incluso, como los avestruces, negando el conflicto social y armado que se desarrolla objetivamente por fuera de sus cabezas escondidas.

Los científicos sociales de las muchas y diversas disciplinas que estudian los conflictos armados del mundo (uno de ellos el colombiano), con la imagen de un gran árbol en la mente, que ha crecido durante muchos años, hablan de raíces profundas y superficiales, un grueso y rugoso tronco cubierto por una cáscara dura y áspera, de ramaje frondoso, tupido y diverso, de hojas de muchas tonalidades y hasta de frutos, la mayoría de las veces deletéreos.

Raíces profundas: La derrota de los comuneros de Galán en 1782 y del modelo ilustrado de Simón Bolívar a partir de 1825, para imponer de manera violenta y cíclica a los campesinos y trabajadores colombianos por la oligarquía arriba descrita unas relaciones de explotación despiadadas durante más de 179 años: Nueve guerras civiles en el siglo XIX y tres en el XX lo confirman.

Raíces superficiales: Las luchas obreras y campesinas comenzadas poco después del robo imperialista por Estados Unidos de Panamá y cuyos episodios más sonados fueron la masacre de las bananeras, la lucha de los trabajadores agrícolas por salario y tierras, la revancha terrateniente a las leyes agrarias del 36, la violencia conservadora y el estallido social del 9 de abril de 1948, la dictadura conservadora del falangista Laureano Gómez, la militar del general Rojas Pinilla, la junta de generales “bipartidistas”, el pacto del Frente Nacional, la guerra del Estado contra los campesinos en el sur del Tolima, Villarrica y Sumapaz, y la transformación de la resistencia campesina de gaitanistas y comunistas en guerrillas móviles, la implantación de la estrategia paramilitar y contrainsurgente del Estado dentro del esquema mundial de la guerra fría, el plan norteamericano LASO, la tregua de 1982 y el exterminio de la Unión Patriótica, la inserción plena de Colombia en la economía capitalista global a partir de la generalización del narcotráfico, la persistencia del conflicto, la zanahoria y el garrote de la geoestrategia de los EU para la región andina llamada Plan Colombia / Iniciativa Regional Andina. Seguido del tronco, el ramaje y los frutos diversos que cada día nos pasman más.

Tronco jurídico: Derechos humanos, responsabilidad del Estado, confundidos a propósito con el derecho internacional humanitario, todo bajo la mirada indiferente, cuando no cómplice, de la llamada comunidad civilizada de naciones.

Corteza: La insoluble “guerra sin reglas” desarrollada con toda la legalidad e impunidad posibles, dentro de la llamada “democracia más vieja del continente”, vivida por más de 60 años (aún se vive) como una repugnante degradación inducida del conflicto. ¡La verdadera historia de Colombia!

Ramaje ideo-filosófico: Las formas de lucha. El Estado y sus paramilitares desarrollan el terrorismo de Estado, y en oposición, la insurgencia adoptó sin mucha resistencia el modelo seudorrevolucionario del secuestro, impuesto sospechosamente por el nefasto y posiblemente policial grupo del M-19. Quien dude de esta afirmación, lo reto a que revise detenidamente la historia de ese grupo y mencione uno solo (¡uno solo!) de los hechos del M-19 que no haya tenido un origen oscuro y sospechoso, y hubiese sido revolucionario o hubiese hecho avanzar positivamente la lucha del pueblo trabajador en Colombia. “Esa que ves ahí, Pablo”, le dijo dolido el poeta Jorge Zalamea desde las escalinatas a Pablo Neruda, “esa es Colombia”.

Hoy el robocop estadounidense, el sheriff del mundo, el que después de la Segunda Guerra universal y a nombre del complejo militar-industrial y financiero de los EU se impuso triunfante sobre el concierto internacional de naciones, está quebrado y sin muchas posibilidades de imponer su omnímoda voluntad. Debe negociar y transar “multilateralmente” con el resto de sus socios imperialistas el reparto de la plusvalía mundial y descargar el costo de su monumental quiebra sobre los hombros de los trabajadores del mundo. Una nueva época diplomática con nuevas maneras y nuevo lenguaje, muy distinta a la del torpe criminal Bush, está en marcha en todo el mundo. El narcotráfico es la gasolina del conflicto colombiano, escriben en sus documentos oficiales, y ahora en tiempos de quiebra capitalista es probable que aumente su actividad internacional y desborde hacia México y Centroamérica; no solo porque va a aumentar su demanda entre los millones de angustiados desempleados del G8 imperial, sino porque en Colombia será la única actividad del “ombligo” que seguirá activa. Según el nuevo dios neoliberal del universo: si hay demanda, habrá oferta.

Pero bueno, en términos de taller: ¿De qué sirve la gasolina sin motor? O mejor: ¿De qué sirve el motor sin gasolina? La War on Drugs, disfraz del Plan Colombia / IRA, según todas las evaluaciones, incluidas las más proclives, ha sido poco menos que un fracaso. A pesar de la descarada extradición a EU de los principales capos narcoparamilitares, el narcotráfico en Colombia no se acabó y otros carteles más pequeños y experimentados con mejores vínculos internacionales los han relevado haciendo prosperar “el bisne”. Tampoco la guerra contrainsurgente ha logrado a la fecha la derrota de la guerrilla colombiana y el símil sociologista del motor del conflicto en Colombia sigue funcionando y con gasolina suficiente.

Por primera vez en siete años de gobierno, el Nº 82 de las listas secretas de la DEA, el presidente de Colombia, Uribe Vélez, está en una doble y real contradicción: una con sus patrocinadores de Washington, a quienes debe rendir inventario de su fracaso, sometido como está a una fuerte presión sobre sus fallidas y desacreditadas ejecutorias. No hay dinero de la metrópoli para más aventuras. Otra con sus sostenedores dentro de Colombia, pues el “ombligo” colombiano no está tan blindado como se dijo y, según sus propias y maquilladas cifras económicas oficiales, lo que se ve es una “hecatombe económica y social” que no deja más recurso que echar mano de los dólares del narcotráfico, único sector que va a seguir funcionando con ganancias, lo cual los enfrentaría con Washington.

En este contexto, y cuando la insurgencia de las FARC está dando pasos novedosos y audaces hacia la realización de un intercambio de prisioneros a causa del conflicto, Uribe Vélez, con premeditación y astucia, vuelve a confundir el nivel táctico de un posible intercambio humanitario de prisioneros de ambas partes con el estratégico de la paz (¿donde está su chisgarabís Rangel?) y hace la encomiable propuesta de ofrecer por radio, prensa, televisión y cine unas llamadas negociaciones de paz a “los bandidos de la guerrilla de las FARC” para que decreten una tregua unilateral y puedan sentarse a negociar su incorporación como compatriotas en la sociedad. ¿Quién que esté en el fin-del-fin y vaya ganado una guerra como la colombiana, hace una propuesta de esas?

Personalmente opino que si realmente el estado colombiano en su conjunto desea poner fin al desastre de la guerra negada en Colombia y buscar una solución política al terrible y enmarañado conflicto social armado que no parece tener una solución militar, debería mirar la situación con realismo, y tal y como lo dije en las Quintas Jornadas sobre Colombia convocadas por la Taula Catalana per la Pau en Colombia (Barcelona, 2005), proponerle a la insurgencia una tregua bilateral (dos partes) limitada, supervisada internacionalmente, tanto en el aspecto militar como en lo político-social, con el fin de avanzar aceleradamente en la solución de los otros aspectos en conflicto. De lo contrario, será el pavoroso aullido - risa de las hienas el que continúe orientando la dirección de la sociedad colombiana.