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Los medios más papistas que el papa
El desarme de los medios para dar el primer paso
Úrsula Alpi / Lunes 11 de septiembre de 2017
 

Los periodistas que viajaron con Francisco desde Roma convirtieron el avión Papal en un mercado persa en las alturas. Le pidieron milagros para la mamá, la suegra, los hijos. Bendiciones para los jefes, el perro, el gato. Le llevaron café, rosas, estampas, libros, empanadas, manjar blanco. Es el ambiente normal cuando viajas con el representante de Dios sobre la tierra, tan popular y cercano, o populista según sus críticos.

Pero exhibir la devoción particular en transmisiones nacionales e internacionales, como una noticia íntima es narcisismo informativo o provincialismo en “alta definición”.

Publicarlo en Facebook, Twitter, Instagram es un derecho digital. A nadie se le niega la “vanidoteca “personal. Pero presentar el momento en el cual el Papa hace la cruz a la foto de los hijos o a la de la mamá enferma en una transmisión aparentemente profesional, como lo hicieron los periodistas, además del mal gusto es falta de consideración por el resto.

Es un ostentación fastidiosa. Cuántos millones de colombianos deseaban hacer lo mismo pero no pudieron hacerlo porque no pertenecen a una estación de radio o de televisión o a un periódico que les pague los 5.700 euros (17 millones de pesos) por periodista que les costó el vuelo papal.

Los comunicadores desperdiciaron la experiencia de estar en el cielo con el Papa. Repitieron hasta la saciedad emoción, emocionante pero de ahí no pasó. Narraron el vuelo papal como una carrera ciclística. Mostraban las millas del recorrido. Pero no llegaron a la meta de contenidos.

Después de aterrizar, la verborrea barata en las transmisiones aumentó. Casi todos los medios contrataron sacerdotes que interrumpían los mensajes del papa para dar su interpretación. Se atrevieron a “comentar” la misas.

Los comunicadores también se pusieron la sotana, hicieron malabarismos y recurrieron a eufemismos para no admitir que el Papa apoya de manera clara y concreta este proceso de paz. Siempre lo ha sostenido, como lo repitió de forma contundente en sus discursos. La reconciliación a la cual se refiere su santidad no es abstracta. Es ésta que inició con los acuerdos en la Habana. Perfecta, imperfecta pero esa es.

En Villavicencio, mientras el Vicario de Cristo con su iluminación evangélica y claridad política ponía el dedo en las llagas abiertas de la sociedad colombiana, periodistas vestidas como de primera comunión preguntaban: ¿piensa que al Papa le gusta la música llanera?

En el palacio presidencial fue recibido en gran pompa por caballos y guardias de cascos dorados como si fuera el último virrey español. El Papa criticó la enyesada ceremonia. En el discurso en la Casa de Nariño dijo: “estos niños, señalando a los pequeños sentados en el piso, hacen este protocolo mas humano”.

Ahí los comunicadores hubieran podido recordar que por casi 10 siglos el Papa además de ejercer como vicario de cristo fue también rey. Además del Vaticano reinaba en algunos territorios del centro de Italia, como Toscana y Florencia llamados Estados pontificios. En sus dominios era a la vez papa y monarca con esposa, hijos y ejércitos sanguinarios.

El Papa Francisco, el sucesor de Benedicto XVI, le bajó el tono a la monarquía. No imaginaba que en Bogotá encontraría la pompa, los oropeles que él archivó en los museos vaticanos. Es todavía un soberano pero con opción por los pobres.

El absolutismo papal es cosa del pasado.

Un futuro iniciará en Colombia, cuando los medios se desarmen y den el primer paso.