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Cese bilateral al fuego, un hecho esperanzador
Luis Jairo Ramirez H. / Martes 19 de septiembre de 2017
 

La perspectiva nacional de superar definitivamente la guerra, sustituyendo las armas por la fuerza de la palabra y el ejercicio de una nueva política para los cambios, descansa hoy sobre dos columnas vertebrales: la implementación de los acuerdos entre el gobierno y las FARC, de un lado, y del otro el proceso de negociaciones entre el gobierno y el Ejército de Liberación Nacional -ELN-. Decimos, además, que ojalá despunten también unas conversaciones con el EPL.

El pasado 4 de septiembre el país recibió con júbilo la noticia del acuerdo entre el Gobierno y el ELN sobre un cese al fuego, bilateral y temporal (del 1 de octubre de 2017 al 9 de enero de 2018) que reducirá la intensidad del conflicto armado y busca avanzar en el estudio de los puntos de la agenda pactada. El objetivo es la paz completa, que no se limita a lograr acuerdos del gobierno con el ELN y el EPL; la entendemos también en el sentido de que la paz no se reduce al solo silenciamiento de los fusiles. No será completa si no comprende la democratización real del país y la justicia social para que los derechos de la gente por fin sean una realidad.

Tanto el gobierno como los medios han querido invisibilizar el proceso de conversaciones en Quito y esto alimenta poco el entusiasmo ciudadano. Tampoco ayuda la crisis económica y política que golpea con rigor el ánimo de la población y mucho menos contribuye el incumplimiento del gobierno de lo pactado con las FARC. Eso no le envía un buen mensaje al ELN, como tampoco el asesinato continuo de dirigentes populares y guerrilleros amnistiados.

Un hecho muy significativo es que en 53 años de alzamiento armado del ELN contra el Estado es la primera vez que se logra un acuerdo para desescalar el conflicto armado. Sin duda se abre así una senda promisoria para avanzar en temas sensibles como el desmantelamiento del paramilitarismo, la protección de comunidades y líderes locales, el trato humanitario a los presos, la suspensión del secuestro, el desminado conjunto y desistir de los ataques a la infraestructura petrolera y energética.

Sin duda el cese bilateral al fuego va a generar un nuevo ambiente político para avanzar en la participación social y ciudadana. Los acuerdos deben facilitar el tránsito hacia las audiencias para que la gente asuma el protagonismo en la elaboración de iniciativas y propuestas que permitan la configuración de un acuerdo que fortalezca el anhelo de democracia, progreso, soberanía y paz integral para un nuevo país.

Hay signos positivos en los últimos días que nutren el proceso de Quito. El primero de ellos es la transformación de las FARC en un nuevo partido para los cambios revolucionarios. El segundo es el ofrecimiento del llamado Clan del Golfo o Autodefensas Gaitanistas de someterse a la Justicia, con lo cual se debilitaría el brazo armado de la extrema derecha y su proyecto de “hacer trizas” el proceso de paz. El tercer signo lo constituye el mensaje de afirmación a la paz y reconciliación que deja el papa Francisco en su reciente visita a Colombia, mensaje que significa una severa desautorización a los pregoneros del odio, la guerra y la muerte que aún hacen desesperados intentos de boicot al proceso de paz. Y el cuarto es una nueva disposición de movilización de la población contra la política anti-social, económica, extractivista y militarista del gobierno.

Esperamos que los mecanismos de verificación del cese al fuego, a cargo de la Misión de las Naciones Unidas, la Iglesia Católica y los delegados de la guerrilla y el Gobierno contribuyan para que el cese de hostilidades pueda prolongarse más allá del 9 de enero del próximo año.