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La reincorporación: Una tarea política para la reivindicación de la vida colectiva
Esteban Sendic / Miércoles 6 de diciembre de 2017
 
Foto: Bibiana Ramírez, Agencia Prensa Rural.

La historia de nuestra organización, desde su origen en Marquetalia, pasando por su desarrollo a través de las conferencias guerrilleras y los procesos fallidos de paz, ha sido una búsqueda permanente de mejores condiciones de vida para nuestro pueblo. En la actualidad atravesamos una grave crisis posterior a la firma del acuerdo de paz, la cual tiene que ver con un Estado carente de voluntad para llevar a cabo su implementación. Sabíamos que no sería fácil, que la oligarquía no dudaría en poner trabas a lo acordado, pues lo suyo nunca ha sido el juego limpio.

El marco de los acuerdos y la implementación ha servido para que tanto los sectores que ven con muy buenos ojos este paso hasta aquellos que con cierta arrogancia se aventuran a señalar que esto es totalmente novedoso, ya que nuestra organización “nunca fue política”, o que no tenemos experiencia en el trabajo de partido, puedan reflexionar sobre el tránsito de lo militar a lo político. De cualquier forma, tienen algo de razón, aunque por motivos distintos a los que se cree, si se tiene en cuenta que nuestro partido ha estado ligado a la organización popular y no a las lógicas clientelares de los partidos tradicionales enquistados en el poder. Hay que reconocer que no tenemos experiencia en el plano electoral porque no hemos hecho parte de esa élite corrupta de delfines que ha gobernado el país desde antes de la independencia, como los Lleras y los Santos; pero sí hemos entendido el poder creador de la organización y la movilización social.

Sin embargo, hay que dimensionar este tránsito no solamente en sus aspectos generales, sino en lo que atañe específicamente al impacto que tiene en la base guerrillera pasar del escenario rural al escenario urbano desde la perspectiva del cambio de ambiente, de la posibilidad de movilización y de la cotidianidad de la ciudad. Cualquier desprevenido pensaría que esto no tiene que ver con lo político, aunque en realidad, la relación es inmensa, en primera medida, porque la gran mayoría de guerrilleros y guerrilleras en proceso de reincorporación quisiera quedarse en el campo, de donde surgieron. Ahí aparece el primer obstáculo, teniendo en cuenta las posibilidades reales de sostenimiento económico para mantenerse y generar oportunidades en el campo, a lo que debe sumarse el aspecto referente a la propiedad de la tierra. Un asunto “cotidiano” e histórico para los campesinos y los indígenas en Colombia, que refleja la ausencia de reforma rural integral que merme el desplazamiento violento de pobladores rurales a la ciudad y la explotación de cultivos de uso ilícito como única oportunidad de sobrevivencia.

Un segundo elemento de esa reincorporación a la cotidianidad social y que tiene efectos sobre lo político, es la separación geográfica de tareas y proyectos de vida que se ha venido generando luego de los procesos de agrupamiento, ubicación de Zonas Veredales Transitorias de Normalización y adecuación de los ahora llamados Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, que en su desarrollo han sido una suma de errores, obstáculos y dejación del Estado, por una parte, y la paupérrima implementación de programas de educación e inclusión laboral, por otro. Ello no solo ha puesto en riesgo la seguridad y sobrevivencia individual, sino que ha permeado a nuestro sujeto colectivo como organización.

Y un tercer elemento ha sido el rápido advenimiento de cambios en las formas de hacer, construir, tomar decisiones estratégicas y tácticas como un gran partido político nacional. Uno que, además de tener un reto de consolidación para la incidencia política y electoral, ha tenido que sobrellevar los tránsitos de desclandestinización, el reconocimiento de apuestas y formas diferentes de hacer entre guerrilleros y militantes de la ciudad, amén de otros tantos elementos que nos permiten llegar a pensar que finalmente el gran reto sigue siendo poder construir colectivamente una Colombia nueva y mejor.

A partir de lo anterior, quisiera proponerle a mi partido algunas reflexiones sobre el momento histórico que estamos viviendo en el país y, sobre todo, en relación con nuestra apuesta política. Así que iniciaré a partir de mi propia experiencia como militante urbano del PC3, cuando conocí por primera vez a la guerrilla y lo ejemplificante de su cotidianidad en un mundo social tan complejo y competitivo, para luego proponer algunas discusiones sobre lo que ha generado el tránsito a una vida menos colectivizada y los retos para avanzar.

Cuando íbamos como citadinos (muy pocas veces se atrevía uno a meterse solo a las zonas guerrilleras) a conocer la experiencia de vida allí, había choque de mundos. No era por las armas de mujeres y hombres, pues de alguna manera en nuestro país estamos acostumbrados a verlas en la televisión o en la calle. Bien es sabido que el problema de las armas no es que existan, sino quiénes y con qué fines se usan. Al conocer a la muchachada y su calidez, no se podría dudar que el uso de sus armas se limitaba a la defensa de los intereses del pueblo, a la preservación de la vida. Tampoco era sorprendente la disciplina militar, pues tratándose de un ejército se asume que existen los mandos, el orden abierto, el orden cerrado, las voces, los himnos: La dinámica de la guerra, despiadada y cruel contra una fuerza más débil en tecnología y recursos, pero más fuerte en voluntad y humanidad que el ejército oficial.

Por supuesto, no se puede negar que daba curiosidad pensar qué sería de la vida de uno metido en el monte: tomando tinto a las 4 am, formando en la mañana para hacer la relación, partiendo leña, ranchando, levantando cambuches y caletas, haciendo exploraciones, haciendo guardia, emboscado, marchando, borrando trillo, bañándose en el río y observando disimuladamente a la guerrillera de sus amores, pescando, viendo un documental en la hora cultural, recitando poesía o bailando, recibiendo en orden público un fresco en una casa civil, interviniendo en nombre de la organización en una reunión comunal, radiando, descansando en una hamaca, rompiendo un cerco militar, quemando tiros. Rápidamente esa ilusión se rompía con las categóricas palabras de la dirección, las cuales señalaban que cada quien debía responder por sus tareas, que un muchacho de ciudad no aguantaba ese trote, y claro, ¡daba miedo también!

Lo más importante, sin embargo, siempre estuvo por encima de las armas y lo militar. Por un lado, estaba el deseo permanente de superación de los guerrilleros expresado en las lecturas realizadas durante el tiempo libre, en las charlas, sin distingo de edad, acerca de lo que quisieran o les hubiera gustado estudiar a estos jóvenes, cuya mayoría, por otro lado, provenía de un contexto de inmensa pobreza, muchos de ellos aprendieron a leer y escribir en la misma organización.

Lo más importante de la vida guerrillera fue y ha sido la construcción permanente de comunidad. Todo era compartido. Por tanto, no imperaba el concepto de propiedad privada: en la guerrilla las cosas eran de quien las necesitaba y todos los actos eran desinteresados. Para qué apegarse a un objeto si se está en permanente movimiento. Si alguien se enfermaba era atendido por el personal de salud y, después de recibir su tratamiento (médico o quirúrgico), disfrutaba de las atenciones de el o la enfermera, quien debía hacerse cargo de todos los aspectos de su paciente hasta que pudiera retornar a sus actividades normales.

A su vez, la organización se convertía en una gran familia, en un gran grupo de terapia psicológica frente a las decepciones y las afecciones emocionales propias de la guerra: “más de una persona se salvó de enloquecer porque tuvo siempre a un grupo de compañeros dispuesto a escucharla”. En esa familia escogida, los mandos hacían las veces de padres de los más jóvenes, muchos de los cuales provenían de hogares disfuncionales, en los que habían sufrido maltrato infantil o nunca tuvieron una figura paterna.

En materia de educación se organizaron cursos de todo tipo en lo técnico y lo político: medicina, enfermería, cirugía, ortopedia, odontología, oftalmología, radiología, bacteriología, ingeniería, pedagogía, comunicaciones, confecciones, informática, encriptación, inteligencia y contrainteligencia, paracaidismo, entre otros. Muchos de esos compañeros y compañeras que se capacitaron en este escenario quisieran hoy aplicar su conocimiento a la solución de las necesidades de la población. En ese sentido, una de las grandes dificultades de la actualidad tiene que ver con la ausencia de modelos pedagógicos que permitan validar estos conocimientos para transitar rápidamente hacia el escenario laboral. Un ejemplo fehaciente de esta problemática lo constituye la escasa cantidad de guerrilleros que fue a cursar estudios de medicina en Cuba para aprovechar las becas ofrecidas por este país, el hecho de no tener un diploma de bachillerato o no aprobar un examen no hace menos médicos a los compañeros y compañeras que llevan más de 20 años en esta labor. Una de las tareas fundamentales de nuestro partido es acompañar el proceso educativo de los excombatientes, entendiendo la relación profunda que existe entre la educación, el trabajo y la militancia partidaria como opción de vida. Si no está claro a qué se va a dedicar cada compañera y compañero, con seguridad los perderemos para nuestro proyecto político. Por tanto, este aspecto requiere la más precisa planeación y coordinación para asegurar la reincorporación.

También había espacio para la recreación y el ocio mediante la práctica de varias competencias deportivas y el departir con los camaradas con juegos de mesa, como el ajedrez, el parqués y el dominó. En términos de la alimentación cada militante tenía derecho mínimo a 3 y máximo a 5 comidas al día, dependiendo de cada momento de la confrontación: muchos aprendieron a comer más en la guerrilla que en la casa, pero también aprendieron a racionar y compartir. En la guerrilla se aprendió el respeto por el compañero, la compañera, la población civil, los sabios ancianos de la comunidad. Incluso en las relaciones amorosas la organización fue un ejemplo de respeto a las decisiones autónomas de hombres y mujeres y del ejercicio de su libre derecho a elegir a la pareja, eliminando poco a poco los rezagos de propiedad existentes en el resto de la sociedad.

En fin, lo que hacía realmente increíble la experiencia de un campamento guerrillero era el nivel de organización de la vida en comunidad. El verdadero choque de mundos era la profunda distancia entre la vida citadina, mezquina e individualista, y la vida guerrillera colectiva y desprendida. La organización funcionaba como un cuerpo que estaba pendiente de cada una de sus partes, pues la clave de la victoria en muchas batallas era entender la humanidad de propios y enemigos. Se creó una propuesta de vida similar al socialismo, en el que cada campamento era un falansterio y cada frente una comuna de París.

La ciudad, eterno monumento a la tristeza, escenario de disputa de las más agudas contradicciones del capitalismo salvaje es, por decir lo menos, el lugar más hostil para la vida colectiva. Para hacer menos conflictiva esa adaptación es muy importante tener en cuenta a la mayor cantidad posible de militantes de nuestra organización, quienes como antigua base guerrillera han recibido el costo político principal de la incertidumbre general. En la actualidad no se ven alternativas a la maniobra gubernamental centrada en generar incumplimiento a los acuerdos para disolver la fuerza política que representamos. El momento exige que como partido tengamos la capacidad para recoger a toda nuestra militancia, guerrilleros, milicianos, colaboradores, amigos, a todos los que creyeron y aún creen en nuestro proyecto político. Esto se debe hacer entendiendo las particularidades de la gente: si algunos no quieren revelar aún su identidad por miedo a la represión paramilitar, ello no quiere decir que no puedan trabajar y colaborar con el partido.

Hay que respetar las decisiones de migrar hacia lugares donde los compañeros consideran que pueden aportar más. Hay que generar las posibilidades de recrear las formas de acción política en la vida comunitaria, entre otros propósitos. Es decir, seguir buscando la mejor forma de construcción colectiva de esta apuesta política y proyecto de vida común.

Nuestro partido debe ser reconocido por ser ejemplo de solidaridad al asumir la reincorporación como una de las tareas políticas fundamentales. De nada sirve quemarse las pestañas durante horas dando la discusión sobre los retos electorales, cuando tenemos un pueblo que no cree en nosotros, que reconoce en los primeros pinitos del partido legal a una estructura burocratizada, que descree de la capacidad transformadora de nuestra militancia. Debemos hacer los mayores esfuerzos porque nuestro pueblo nos crea, empezando por nuestra propia militancia, porque de allí saldrá la fuerza política que nos respalda. La lucha electoral es importante, pero para dar la batalla debemos prepararnos y planear mucho más. Es así como se debe garantizar la participación política de los jóvenes del campo y la ciudad a través de planes de formación permanentes en busca de renovar nuestra organización.

Por su parte, la reincorporación como tarea política se debe expresar también a partir de la solidaridad nacional e internacional, a través de giras por las regiones en las que se impulsen proyectos productivos y educativos viables. Una forma de organización que puede funcionar para las comunas es la estructura por unidades productivas, por grupos de estudio de carreras afines o por territorios; la secretaría política deberá hacer el seguimiento de la actividad productiva o educativa de cada compañero. La misma forma organizativa se puede adoptar para extender el ejercicio de la comunicación alternativa y popular a nivel nacional, creando corresponsales para radio, televisión y prensa escrita. Si existen dificultades para la realización de alguna de las actividades se deben relacionar en el presupuesto del plan político, y el Departamento Nacional de Solidaridad buscará la forma de garantizar las mejores condiciones.

La experiencia de otros países en materia de reincorporación exitosa implica la generación de condiciones económicas, sociales y culturales específicas. En todos los casos el proceso se planteó de forma individual, mientras en nuestro caso se hizo de forma colectiva. Tenemos que hacer dos esfuerzos importantes en esa dirección: el primero por parte de la dirigencia, de no dejar pasar por alto las necesidades de la base; el segundo por parte de la base, de no decepcionarse y apartarse de la organización, pues somos una de las fuerzas que puede contribuir en mayor medida al cambio social. Este es un momento de criticar y trabajar con empeño, de asumir las críticas y modificar conductas, de ganar la disputa política hasta en los pequeños detalles. Defendamos la vida en comunidad como alternativa al capitalismo, no dejemos perder nuestros más de 50 años de lucha y los muchos más de resistencia de nuestro querido pueblo. Nuestros hijos y el país nos agradecerán por no claudicar.