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Cartagena
Cien años de la matanza de la Plaza de los Coches
Luis Tarrá Gallego / Sábado 13 de enero de 2018
 

“La matanza ocurrió como resultado del abuso del poder representado en una policía departamental que tenía más trazas de chusma partidista al servicio de los intereses de los ricos de la ciudad y de quienes ostentaban el poder público de entonces en manos del gobernador Enrique J. Arrázola” explica cien años después el señor Falcón.

“El movimiento obrero, que había empezado un día antes con una multitudinaria manifestación en la Plaza de la Proclamación, cuando al amparo de la entonces aglutinante y progresista Sociedad de Artesanos y Obreros de Cartagena que presidía Marcial Polo, solicitaron la mediación del gobernador Arrázola para que industriales, comerciantes y representantes de la ‘Colombia Raylways & Navigation Co. LTD’, beneficiarios de la concesión del Ferrocarril Cartagena Calamar y del Muelle de la Machina, accedieran al reconocimiento de conquistas laborales en boga desde hace muchos años en el mundo industrializado y que aquí sistemáticamente se habían negado conceder” advierte el dirigente sindical.

Eclosión obrera

El movimiento obrero local comenzó casi un año atrás, cuando operarios de la Fábrica de Hilados y Tejidos de Cartagena habían amenazado con ir a la huelga si no se satisfacían las peticiones de un aumento salarial de cuatro centavos por yarda de tela producida que fue negado y, que luego precedió una huelga de braceros de las empresas de los ferrocarriles de La Dorada y La Sabana que, con el acompañamiento de Acción Social Católica, una institución regentada por la Compañía de Jesús que basada en los preceptos de la encíclica ‘De Conditione Opificum’ expedida en 1891 por el papa obrero León XIII promovía reivindicaciones sociales bajo la proclama “el salario debe ser suficiente para permitir subsistir al obrero sobrio y honrado” y que sí consiguió sus propósitos.

Transición

La organización social de la ciudad se encontraba entonces en la transición del modelo artesano al obrero, en el esbozo incipiente de la sociedad industrial que había precipitado la denominada Revolución Industrial y que apenas daba sus primeros pasos, hasta el punto que su representación la llevaba la Sociedad de Artesanos y Obreros de Cartagena, una activa institución dirigida por un grupo de aguerridos trabajadores que dirigían Justiniano Romero, Ventura Morales, Alejandro Castillo, Estuardo Herrera E., Manuel Marín Z., Casimiro I. Marimón, Juan Bogallo J., Nicolás Licero F. Abel B. Suárez, Cristóbal López, Manuel T. Ríos a., Simón Ríos Q., Eugenio L. Martínez P., Eustorgio O. Mouthon Vélez, Luis Pedroza M., Emilio Morales v., Ildefonso Cogollo, Bartolomé Duque, Pedro Periñán y su recién designado presidente Marcial Polo, que un año atrás había conseguido que la Asamblea de Bolívar a través de la Ordenanza 21 de 28 de marzo de 1917 reconociera como festivo el 1 de mayo que por primera vez se celebró con gran pompa citadina.

“Tras algunos discursos de carácter partidista de seguidores de las dos tendencias políticas que en ese entonces se disputaban la Presidencia de la República y que trataron de aprovechar la protesta para sus causas, al finalizar la tarde del 8 de enero se suscribió un acuerdo laboral que acogía las peticiones de los artesanos y obreros” advierte el presidente del Comando Unitario de Bolívar.

Olor a conejo

“Sin embargo, indica Falcón Prasca, por la ciudad empezó a circular la especie de que algunos industriales y empresarios no estaban dispuestos a cumplir el acuerdo, que incluía rebaja de la jornada laboral de 10 y 12 horas a las 8 que hoy disfrutamos; aumento salarial; descanso dominical pleno y remunerado; auxilio médico y otros, por lo que esa noche se citó a una reunión urgente de la Sociedad de Artesanos y Obreros de Cartagena para tratar el tema”.

Las sospechas de incumplimiento del acuerdo se comprobaron en la mañana del 9 de enero, según el dirigente sindical, “cuando en vez de sonar a las 7 de la mañana el silbato de entrada a laborar en el Muelle de la Machina por la disminución de la jornada laboral pactada, lo hizo a las mismas seis de antes, lo que enardeció los ánimos y bien pronto la Plaza de la Proclamación se llenó nuevamente de obreros y artesanos que altivamente pedían el cumplimiento del pacto”.

Enardecimiento popular

“Ante el caldeamiento de los ánimos por la contundencia del incumplimiento del acuerdo, prosigue Gil Falcón, el gobernador Arrázola ratificó verbalmente su validez a tiempo que exigía a los manifestantes que disolvieran la protesta, cada vez más airada y, en persona, se dirigió al Regimiento Sucre del ejército a solicitar su colaboración para tal propósito, lo que al no conseguir y usando su prerrogativa de jefe militar y civil prestó 50 fusiles marca Gauss con sus respectivos yataganes para calarlos en sus boquillas y utilizarlos a través de la Policía Departamental inicialmente como puyas en contra de la multitud y tres mil cartuchos para los mismos que finalmente fueron utilizados casi en su totalidad”.

La Policía Departamental, un cuerpo entonces y hasta pasada la mitad del siglo pasado dependiente y afecto al poder político y de los gamonales de turno a cargo del capitán Jaramillo pronto entró en acción con un pelotón al mando de un teniente de apellido Henríquez que los periódicos de la época no identifican plenamente y, por la fuerza y a punta de culatazos y puyazos de bayoneta se dedicaron a desalojar la Plaza de la Proclamación” señala.

La suerte estaba echada, explica el señor Falcón Prasca: “la multitud presionada por la brutal arremetida policial empezó a retroceder y en su retirada por la Calle Román se produjeron algunos disturbios que concluyeron con el saqueo de varios comercios. Tras ser arrojados fuera del recinto amurallado, muchos heridos por la acción policial, se fueron hasta los almacenes y armerías del Mercado de Getsemaní que funcionaba en dónde hoy está el Centro de Convenciones y los saquearon aprovisionándose de machetes, picos y algunas escopetas de fisto con los que se hizo frente a la agresión policial en contra de los manifestantes, lo que produjo el repliegue de esta hasta la Plaza de los Coches en donde finalmente se produjo la refriega final que se saldó con tres obreros y un policía muerto”.

Falcón Prasca advierte: “de un recibo de devolución al ejército de los fusiles y de la munición sobrante después de la acción policial de ese luctuoso 9 de enero de 1918 se deduce que contra el pueblo y en un espacio cerrado como la Plaza de los Coches, la policía disparó durante pocos minutos 2.400 proyectiles, ya que solo fueron devueltos 600 de los 3.000 inicialmente prestados”.

Para concluir, indica el dirigente social, “por eso hoy [12 de enero], la petición a los cartageneros y bolivarenses es a que asistan esta noche a partir de las 7:00 a la representación teatral de esos hechos que pondrá en escena el grupo de teatro de director Iván González, como el reconocimiento a la entrega de los obreros que hace 100 años pagaron con su vida la defensa de derechos sociales y laborales inalienables que hoy hacen parte de nuestra cotidianidad como el derecho a la salud y las ocho horas de jornada laboral”.