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Opinión
Fanatismo y violencia en la campaña presidencial
A partir del insulto, pero sobre todo de la falsa información y de la tergiversación de la historia, muchos en Colombia aceptaron convivir con la muerte y callar frente a las injusticias que sucedían frente a sus ojos.
Juan Sebastián Barragán Castellanos / Jueves 8 de febrero de 2018
 

En Ciudad Bolívar, sur de Bogotá, fue presentado Timochenko como candidato de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.

Ese día Rodrigo Londoño anunció que recorrería calles y carreteras para dialogar con la gente de a pie y presentarle la propuesta de reconciliación que trae su partido.

Después se supo que su correría empezaría en el Eje Cafetero. El candidato presidencial visitaría la tierra que lo vio crecer, un aliciente para emprender una tarea jamás realizada por la antigua guerrilla.

En Armenia empezó todo. De los aplausos y algarabía que se vieron en Ciudad Bolívar se pasó al bullicio y la grosería de unos energúmenos contra Londoño. Parecían fieras a las que el amo les suelta un poco su correa para amedrentar a la presa.

La cosa no pasó a mayores, sin embargo las camionetas de la campaña fueron atacadas.

Al día siguiente, Timo y su comitiva se dirigieron a La Tebaida, donde sucedió todo lo contrario.

No muy lejos de allí, la FARC volvería a ser presa del fanatismo de unos pocos. A través de Whatsapp se dijo que Timochenko visitaría Pereira. La noticia se divulgó rápidamente y a la sede de Coeducar fueron llegando fanáticos que, como zombis, buscaban saciar su sed de sangre. Casi seis horas tuvieron que esperar los miembros de la FARC dentro de la sede para que la masa enceguecida se calmara y se diera cuenta de que Timochenko no se encontraba en el lugar.

El lunes se conoció un audio en el que Herbin Hoyos dialoga con otro sujeto sobre esas acciones. Afirmó con desparpajo que lo sucedido en Armenia y Pereira había sido más bien “espontáneo y callejero”, pero que en adelante el sabotaje sería mejor planeado.

Muchos respondieron a las declaraciones de Hoyos. Las consideraron ofensivas e instigadoras. Y con razón, pues así inició el genocidio contra la Unión Patriótica. A partir del insulto, pero sobre todo de la falsa información y de la tergiversación de la historia, muchos en Colombia aceptaron convivir con la muerte y callar frente a las injusticias que sucedían frente a sus ojos.

Hoy se sabe que Hoyos no chicaneaba. En Cali y Yumbo, ciudades a las que arribó Rodrigo Londoño para dialogar con trabajadores, líderes comunitarios y gente del pueblo, también fueron realizados actos de sabotaje.

En Yumbo, los violentos no solo atacaron con palos y piedras al esquema de seguridad del candidato, sino a miembros de la FARC y de organizaciones sociales, y a periodistas que cubrían el evento, quienes tuvieron que salir del sitio en una tanqueta de la Policía.

El país ya conoce de qué son capaces quienes desde la violencia quieren acabar con la participación de quienes dejaron las armas y ahora defienden su causa con la palabra.

Para las FARC siempre estuvo claro que la cosa no sería fácil, pero que la principal ganancia de la paz era la participación política con garantías para todos los colombianos.

Ahora hasta ese logro está en riesgo. Está en las manos de la FARC reconstruir la historia y revelar la verdad sobre todo aquello que le endilga la ultraderecha, y que hace que idiotas útiles caigan en su engaño. No solo se trata de hacer política electoral, se trata de hacer política en la cotidianidad para que se conozca la verdad.