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“Bogotá 24 horas”, la abolición de la noche como última frontera para el liberalismo
André-Noël Roth / Domingo 6 de mayo de 2018
 

La noche es una de las últimas fronteras a vencer para el capitalismo liberal y así instaurar el dominio total de la razón instrumental. Se trata de domesticar la noche, racionalizarla para esperar suprimir la posibilidad de la contingencia. Borrar la diferencia entre la noche y el día, extendiendo el dominio de la vigilancia sobre la letargia.

La propuesta de extender las horas de “actividad comercial, cultural, cívica y la prestación de servicios gubernamentales y sociales” las 24 horas es, sin duda, un avance del proceso de desencantamiento del mundo, sinónimo de mayor burocratización de las relaciones sociales. Aceptarlo a nombre de la eficiencia capitalista, significa reducir la calidad de vida a un acto de consumo. Es claramente un retroceso de la condición humana entendida como la búsqueda de una vida plena y digna. Después de haber abolido las fronteras nacionales y el tiempo para las mercancías y las transacciones, el capitalismo liberal quiere ahora abolir la noche.

Hace pocos días el Concejo distrital de Bogotá autorizó a la administración “diseñar e implementar la estrategia Bogotá productiva Bogotá 24h”1. Esta iniciativa, apoyada por la Alianza Verde, el Partido Conservador y el Polo Democrático, pretende así mejorar la competitividad de la ciudad, fomentar la actividad comercial, cultural, cívica y la prestación de servicios gubernamentales y sociales en jornada nocturna, nos informa la nota de prensa. Los impulsores de esta iniciativa de extensión horaria de las actividades en la ciudad argumentan que esto permitirá generar empleo y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Esta iniciativa es, sin duda, una muestra característica del despliegue infinito de la racionalidad instrumental de nuestra civilización occidental moderna. La lógica capitalista implementada por los gobiernos mediante políticas neoliberales (más precisamente, neoinstitucionales) se pone al servicio de una búsqueda sin fin, y ahora sin descanso, de la mayor eficiencia en el uso de recursos humanos. Corresponde a este proceso de desencantamiento del mundo de la vida por medio de su invasión o colonización por el cálculo, que fue observada y pronosticada por Max Weber hace ya un siglo. La estrategia “Bogotá 24h” constituye un ejemplo claro de la expansión del cálculo, por someter al afán irresistible de la eficiencia los últimos espacios que resisten aún a la avidez racionalizadora: la noche. Después de haber abolido las fronteras nacionales y el tiempo para las mercancías y las transacciones, abolir la noche es tal vez una de las últimas fronteras que le queda al capitalismo.

El progreso técnico ya ha hecho retroceder los misterios de la noche. La veladora, la lámpara a petróleo y la electricidad fueron etapas técnicas importantes para permitir la colonización de las tinieblas por la racionalidad instrumental, y para vencerlas, quizás definitivamente, en un futuro próximo. Desde los inicios de la bien denominada Ilustración, se articula una lucha a muerte entre la luz y la oscuridad, entre el día y la noche. Shakespeare, en su famosa obra Hamlet, puso en escena este combate entre las fuerzas nocturnas (el espíritu, el fantasma) y las fuerzas diurnas. La modernidad no es más que un incesante combate para esclarecer el mundo y liberarlo de las incertidumbres y de las contingencias de la oscuridad. La luz se asocia a la verdad y la noche a las fuerzas maléficas y a la mentira. El bien es diáfano y el mal se complace en la oscuridad. En el imaginario colectivo los complotistas de todo tipo se reúnen en lugares oscuros. Santo Tomás considerará que la vista, sentido que necesita la luz para ejercer todo su potencial, es determinante para facilitar creer en Dios: ver para creer (pero también creer para ver). Las catedrales góticas se elevarán para dejar entrar la luz y así esclarecer la obra de Dios. La Mariana de la revolución francesa esclarecerá el mundo mediante la antorcha símbolo de la razón, diosa secular, justificando así la colonización con el fin de aportar las luces de la razón, sinónimas de civilización racional versus la barbarie reinante fuera de Europa. El sentido humano privilegiado por la modernidad será la vista, menospreciando los otros sentidos como el olfato, la audición, el gusto y el tacto, sesgando así las formas de percepciones y mutilando las capacidades humanas. Mientras la vista es considerada prueba irrefutable de verdad, los otros sentidos nos pueden engañar. Una imagen vale más que mil palabras. En la actualidad, las pantallas han invadido todos los espacios. No basta oír: es necesario ver. La exposición oral sin soporte de PowerPoint es ineficiente. La verdad entra por los ojos, es imagen antes que imaginario.

Pero la noche es también el refugio de los poetas, de los artistas y de los enamorados, de los marginales y ladrones, de todos los marginados por el sistema capitalista, que pueden reapropiarse los espacios abandonados por un momento, a favor de la oscuridad. La noche obliga a hacer uso de otros sentidos y desarrollarlos para permitir otras percepciones del mundo, recrear otros mundos. De noche, todos los gatos son pardos. Necesitamos otros sentidos para percibir diferencias, la realidad nocturna es otra. La noche nos abre a un mundo diferente. La noche es un mundo de sentidos alternativo al mundo dominante obsesionado por el cálculo, el orden y la luz. El mundo nocturno se resiste a la dominación de la racionalidad y la eficiencia; de noche las jerarquías sociales que tienen curso de día, pueden hasta invertirse: la noche pertenece a otros. La fiesta, actividad nocturna por excelencia, constituye una escapatoria al cálculo racional. Durante la noche, la visión se altera, nos engaña, y se agudizan otras percepciones sensoriales. La noche es otra manera de ver. La noche nos hace humanos. La alternación natural del día y de la noche ha permitido a la especie humana un desarrollo sensorial diverso y complejo. Igualmente, esta alternación regula momentos de actividad, de vigilia, o mejor de vigilancia, con otros de letargia. Sin embargo, como ciudadano moderno, se privilegia la vigilancia, estamos concitados a purgar de nuestra vida los momentos de letargia, entendidos como tiempos muertos, perdidos, inútiles, improductivos2. Se quiere igualar la noche al día. Esclarecer o disipar la noche, para realizar las mismas cosas que durante el día. Como le expresaba Simón Bolívar: si la naturaleza se opone, la venceremos. La razón instrumental quiere ahora vencer la existencia de la noche, igualar día y noche. Pero ¿puede existir el día sin su opuesto la noche?

Suprimir la posibilidad de letargia significa la ampliación del tiempo productivo, “para mejorar la competitividad”, instrumento de medida de la guerra económica incesante entre naciones, pueblos e individuos. Se quiere una sociedad vigilante, siempre despierta, alerta, lo que nos inscribe en un proceso de guerra permanente. Hoy, más que nunca, la competitividad se mide en una multitud de ranking (que afecta ya todas las actividades humanas) que nos obliga a mantenernos en un estado de vigilia permanente, so pena de muerte. El liberalismo necesita soldados, no ciudadanos. La noche es así una de las últimas fronteras a vencer para el capitalismo liberal y así instaurar el dominio total de la razón instrumental. Se trata de domesticar la noche, racionalizarla para esperar suprimir la posibilidad de la contingencia. Borrar la diferencia entre la noche y el día, extendiendo el dominio de la vigilancia sobre la letargia.

Es particularmente significativo que la iniciativa bogotana tenga el apoyo de todo el espectro político, de derecha a izquierda. Muestra el nivel de sometimiento, interiorización e incorporación de la cultura moderna capitalista de la guerra incesante (liberalismo y socialismo, son, a fin de cuentas, dos versiones del capitalismo: se trata de suprimir el tiempo “muerto”). En lo ideal se sueña con transformar la ciudad en un cajero automático 24/24 y 7/7, con sus respectivas cámaras de vigilancia. Sin tiempos muertos, ni ociosos.

Durante mucho tiempo, la religión ha frenado la expansión de este frenesí vigilante, particularmente en América Latina. Impuso días festivos y actividades donde se celebraba la verdad religiosa mediante la estimulación de otros sentidos que la vista, así como percepciones extrasensoriales. La pasión, la fe y la emoción eran consideradas como métodos que permitían acceder al conocimiento, a la verdad sagrada. La práctica religiosa atestiguaba de la existencia de un mundo espiritual. La iglesia como un portal para comunicarse con el más allá, y también más allá de la lógica del cálculo egoísta. En América Latina, la religión católica, mediante la estimulación emotiva de los sentidos, representó una expresión, si no de oposición al liberalismo y a la razón instrumental, por lo menos de resistencia conservadora a su expansión. Una cultura barroca contradictoria que, aunque reconociendo la victoria de la razón instrumental y del capitalismo, se resistía a aceptarla. Hoy, en vez de iglesia, se edifican centros comerciales como nuevos templos modernos, abiertos las 24 horas para satisfacer nuestra religión centrada en el consumo egoísta, para sentirse en sintonía y partícipe de la cultura capitalista.

Constatamos que incluso el partido conservador apoya la lógica del liberalismo sin oponerle ni siquiera resistencia simbólica. ¿Y qué decir de la izquierda? Llegada al poder político, terminó adoptando los modos de construir políticas en base a la estimulación del interés o del cálculo individual y egoísta del homo economicus. Las políticas de carácter neoliberal o neoinstitucionalistas (teoría de la elección racional), instrumentadas por las tecnocracias de derechas como de izquierdas a partir de las instituciones gubernamentales, y en donde el interés individual está operando como modo comportamental legítimo y natural, han terminado por borrar las diferencias ideológicas al mismo tiempo que distanciaron las élites del pueblo.

El retorno del populismo – forma de movilizar la ciudadanía apelando más a la emoción que a la razón –, que puede ser de signo conservador o progresista, es una expresión de resistencia a la dominación de la razón instrumental defendida por las élites tradicionales de la derecha como de la izquierda, que se autodenominan como “responsables”. La expresión populista logra una reconexión emotiva que genera identidad y comunión, para expresar un “nosotros”, frente a la infinita soledad en la cual el individuo liberal moderno está proyectado y cuya conexión con la sociedad se hace mediante la competición consumista. Querer extender esta competición por la noche, significa reforzar sin duda, sin límite, la guerra incesante de todos contra todos. Representa el triunfo de la muerte. ¿Es eso calidad de vida?