Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Kick boxing y memoria para combatir las violencias de género
María Fernanda Padilla Quevedo, Semanario Voz / Lunes 31 de diciembre de 2018
 

Dotadas con vendas rojas, pesas de 10 kilogramos, guantes de boxeo negros y con una ambientación a cargo del grupo de música militante valenciano Mafalda, cerca de 40 mujeres entrenan kick boxing, un deporte de combate que mezcla puños y patadas, para fortalecerse física y emocionalmente y hacerle frente de manera colectiva a las violencias basadas en género, desde lo que ellas llaman la autodefensa feminista.

“Es una apuesta política que va más allá de la defensa personal, que no se enfoca en lo individual sino que es una práctica colectiva para defendernos de la violencia machista, construir espacios seguros para nosotras pero sobre todo para reflexionar sobre las causas estructurales de las violencias basadas en género y cómo contrarrestarlas”, explica Sybil Sanabria, una de las integrantes de la Escuela de Kick Boxing Rosa Elvira Cely.

Cada entrenamiento está vinculado a un espacio de reflexión, catarsis y sanación sorora de esas vivencias, desde el autocuidado y el co-cuidado como otros pilares de su apuesta política.

La escuela ha ayudado a “afrontar el miedo no solo a su agresor, sino a otros que se tienen día a día, al miedo a ser juzgada, a hablar, a sentirme sola, porque es un espacio de apoyo y fraternidad que me llena de alegría y a mi hija también”, afirma Alejandra Guateque, integrante de la colectiva.

Para Sybil, “la autodefensa y el autocuidado feminista van de la mano porque la primera es la legitimación de la defensa de nuestros cuerpos como primer territorio. El auto cuidado y el co-cuidado se refieren a cómo entre nosotras nos queremos y generamos prácticas afectivas, emocionales y físicas internas pero también con otras mujeres para fortalecer esa defensa”.

Mujeres fuertes, territorios libres de violencias

Al inicio, el Parque Nacional fue el lugar donde los abdominales, las sentadillas, los puños jab, cross o rectos, las patadas horizontales y circulares se combinaron para empezar a materializar el sueño de diversas mujeres de La Liga de las Mujeres. Ese espacio fue escogido principalmente por el feminicidio de Rosa Elvira Cely, el 24 de mayo del 2012, y por las dificultades que implica transitar por él.

Desde entonces, una de las consignas de la escuela ha sido “mujeres fuertes, territorios libres de violencias”, como una apuesta de fortalecimiento de las capacidades de cada una y como colectivo femenino, en aras de apropiarse, resignificar y transformar los espacios públicos donde se han excluido a las mujeres o que representa algún riesgo para ellas.

Asimismo, honrar el nombre de Rosa Elvira Cely es “una apuesta de visibilización y respuesta frente a las violencias que sufrimos las mujeres, pero también para reivindicar los espacios públicos que habitamos, en los que nos sentimos inseguras, en este caso particular el Parque Nacional”, agrega Lucía Barbieri, otra de las integrantes de la escuela cuya nacionalidad es argentina.

Con base en esa consigna, la escuela ha adquirido un carácter nómada para construir en territorios periféricos o con mujeres que no tendrían acceso a ese tipo de prácticas deportivas y políticas. Es así como la Rosa Elvira ha trabajado junto a las comunidades de los barrios San Martín y Mariscal Sucre en la localidad de Chapinero, Casas de Igualdad de Oportunidades (CIO), universidades, municipios de Cundinamarca y Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR).

“Con las mujeres pudimos reconocer los espacios comunitarios de riesgo y desde la organización entre adultas y niñas los resignificamos para transformar su barrio en un territorio digno para todos y todas. Al tiempo que desnaturalizaron acciones como insultos, golpes y amenazas de los hombres hacia ellas”, indica Alejandra Orozco, una de las integrantes de la escuela.

Siemprevivas, un grito de defensa contra el olvido

Sobre una tela blanca que tiene marcado el rostro de alguna de las mujeres víctimas de feminicidio, las integrantes de la escuela hacen puntadas para reconstruir la memoria de esos casos que han marcado los territorios y las vidas de sus familias. Esta ha sido la iniciativa para encontrarse en otros espacios fuera de los entrenamientos y seguir construyendo la autodefensa, el autocuidado y el co-cuidado feminista.

“Hacer procesos de memoria y reconocer las violencias implica también saber cómo defenderse de ellas y enseñar a otras mujeres. En el diáalogo con las familias, identificar cuáles son los arquetipos que llevan a una persona a morir en manos de su pareja, por ejemplo”, afirma Lizz Jaramillo, integrante de la escuela. “Al tejer juntas también generamos redes de amistad y la oportunidad para hablar si hemos tenido experiencias parecidas a los feminicidios”, añadió.

Cada uno de los tejidos donde ha quedado inmortalizado el rostro de distintas mujeres, ha sido entregado a las familias en un intercambio de palabra para conocer quiénes eran ellas, reflexionar sobre las violencias alrededor de los hechos, sanar conjuntamente y hacer memoria para que esos casos no queden en la impunidad. El bordado se convierte en una forma de acompañar el proceso y crear redes de apoyo.

“Para nuestra familia ha significado una forma de rendir homenaje a mi hermana, honrar su memoria y hacerla vivir de manera simbólica en nuestra vida. El hecho de que manos de mujeres hayan bordado su rostro implica que cada puntada es un acto de reivindicación y denuncia frente a este tipo de actos, para que este tipo de casos no sigan sucediendo y entendamos que el feminicidio no es un problema del ámbito privado sino de la sociedad en su conjunto”, detalla Ana María Plazas, hermana de Jennifer Andrea víctima de feminicidio.

La utopía del gimnasio popular

Tener un gimnasio popular propio para entrenar, donde las mujeres puedan encontrarse desde la autodefensa feminista, al auto y co-cuidado, el antifascismo, antirracismo y sin las barreras de la heteronormatividad, ha sido una de las utopías de la escuela. En últimas, un espacio donde las mujeres se sientan seguras, en confianza y puedan ser libres.

Pero sus sueños no se limitan a un espacio así como colectivo, sino que se pueda replicar en otros lugares. “Ayudar a que en cada barrio, en cada parche, haya un espacio de autodefensa feminista creado por mujeres, para mujeres y que responda a las condiciones de donde están”, dice Sybil.

Esto, añade Alejandra, responde a la utopía colectiva de “construir territorios- cuerpos y territorios-espacios libres de violencias, donde las mujeres y niñas puedan convivir, así como reconstruir el tejido social entre nosotras y reconocer lo que somos y los aportes valiosos que tenemos para la transformación social”.