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Opinión
Ahora entiendo por qué odian a la JEP
La conmemoración de varios caídos en el desangre que aún no termina en nuestro país, pone a pensar si todos están de acuerdo en su no repetición y el repudio total
Gabriel Ángel / Sábado 2 de marzo de 2019
 

La noche del miércoles asistí a un acto particular. Me invitaron a pronunciar unas palabras en homenaje a Mariana Páez, mujer revolucionaria y militante de las Farc que cayó bajo las balas del Ejército en el páramo de Sumapaz, exactamente diez años atrás. Desde luego que di mi aceptación, conocí y quise muchísimo a Mariana.

Pero es que además, en la misma fecha y acto, se conmemoraría un aniversario más del asesinato del dirigente comunista Teófilo Forero, ocurrido 30 años atrás. Ese día también cayeron bajo las balas su esposa, Leonilde Mora, el conductor del vehículo, José Antonio Toscano, y el dirigente popular de Córdoba, Antonio Sotelo.

Había más. También la familia de Julio Alfonso Poveda, dirigente de la Unión Patriótica y antiguo luchador por la tierra en el Sumapaz, acudía al evento para recordar su asesinato, producido el 17 de febrero de 1989. El Partido Comunista también quería rendir homenaje a la memoria de Gilberto Viera, muerto de forma natural el 25 de febrero de 2000.

Este último dedicó su vida a denunciar crímenes como los mencionados, habiendo logrado sobrevivir a todos los planes para asesinarlo. En eventos así se escuchan y sienten muchas cosas. La hija de Teófilo expresó que ese tipo de conmemoraciones eran mejor así, por fuera de los cementerios, en lugares donde la alegría y el espíritu de cambio palpitaran pese a todo.

Sin derramar una sola lágrima, más bien respirando entusiasmo por todos los poros, Anita Castellanos, la anciana madre de Mariana Páez, resumió lo que había sido la vida de su hija. Cuando ella la llevaba en el vientre, con 5 meses de embarazo, recibieron juntas la primera andanada violenta de la Policía, por la ocupación de lo que sería el barrio Policarpa en Bogotá.

¿Qué tiene de extraño entonces que aquella niña que vino al mundo el siguiente 29 de junio, hubiera tomado el camino de la lucha armada años después? Mariana sobrevivió a la masacre de Mondoñedo, cuando la Policía de Bogotá asesinó e incineró a cuatro jóvenes compañeros de lucha, con el objeto de escarmentar a la juventud rebelde de la ciudad.

Una serena y sencilla muchacha de escasos 20 años, nieta de Julio Alfonso Poveda, recordó la lucha de su abuelo por la paz, la misma por la que habían caído bajo las balas del odio miles de colombianos. Los herederos, los sobrevivientes de aquel desangre que aún no termina en nuestro país, no podían menos que defender los Acuerdos de La Habana y luchar por su implementación.

Era el mejor homenaje que podía hacérseles a todos aquellos seres excepcionales. Claro que todos lo fueron, extraordinarios. Como igualmente cruel y salvaje fue la determinación de aniquilarlos uno a uno o en grupo, por defender unas ideas que no resultaban del agrado de cierta gente en el poder. La cadena de muertes se sucedía de un dirigente a otro, de un simpatizante a otro.

Viendo reseñas de la prensa, un día después del asesinato de Teófilo Forero y sus acompañantes en Bogotá, se conmemora en Barrancabermeja la masacre en 1999 de ocho personas acribilladas en distintos barrios de la ciudad por grupos paramilitares. Los mismos que el 16 de mayo del año anterior había secuestrado, asesinado y desaparecido a 32 habitantes del nororiente.

La lista de conmemoraciones es demasiado extensa, sin contar que muchas de las víctimas ni siquiera cuentan con un acto que los recuerde. Simplemente se trata de cifras, de números que dan cuenta de la ola de terror que invadió a Colombia durante los largos años del conflicto, y que muchos intereses prefieren se sepulte para siempre en el olvido o se repita.

Conmueve verdaderamente el sentimiento que flota en este tipo de conmemoraciones. Las víctimas traen de vuelta a sus seres queridos en sus relatos, como si lograran revivirlos y hacer sentir a los demás su bella condición humana truncada. El dolor se remplaza de repente por el respeto y la fraternidad. Allí nadie respira odio ni resentimiento, solo se sueña con la justicia.

Se tiene claro por qué ofrendaron su vida todos aquellos hermosos seres. Por la utopía de la felicidad humana, de la igualdad, del amor. Entonces el sentimiento no puede ser contrario. Hay unos victimarios, claro, unos responsables, claro. Pero no se trata de tenerlos entre las manos para hacerlos papilla. Se trata de que se pueda conocer la verdad, quiénes y por qué los mataron.

Que se ponga en evidencia pública aquello, que lo conozcan todos. Para que tomen después sus propias decisiones. Si están de acuerdo con que se repitan ese tipo de hechos, o los repudian por completo y se proponen impedirlos nuevamente. Entiendo que algo así fue lo que se pactó finalmente en La Habana con la Comisión de la Verdad y la JEP. Entiendo por qué las odian.