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Karl Marx: internacionalismo “desde abajo”, anticapitalismo y ética-política de la rebelión
Mariano Pacheco / Jueves 14 de marzo de 2019
 

Cuando Mark Fisher, recuperando los espectros de Marx puestos en escena por Jaques Derrida, planteó hace muy poco tiempo que no debíamos dejar ir al fantasma (del comunismo), porque ese gesto nos permitiría «no acomodarnos», nos convida a la vez un problema y un programa. Por un lado, nos muestra el rostro descarnado de la actualidad: el único fantasma de comunismo en el Nuevo Orden Mundial es el de su ausencia; por otro lado, nos incita a no dejar de recuperar y reactualizar el concepto de comunismo, y rastrear sus huellas «en el movimiento real».

Hoy me interesa rescatar de la figura de Marx la posibilidad que él encuentra en el periodismo de vincular filosofía con economía y política, con historia social y actualidad.

También la escritura periodística vinculó a Marx (junto a Federico Engels) con la militancia obrera de aquellos años. No está de más recordar que el emblemático «texto fundacional» del Manifiesto Comunista fue escrito a pedido y en nombre de la Liga Comunista, una organización política de la época, luego de un intenso vínculo que Marx y Engels sostuvieron con el activismo obrero europeo durante el período 1845-1847, período que hoy puede -además de leerse, “verse” en el film El joven Marx, de Raoul Peck-.

Por otra parte, más allá de que Marx se dedicó durante períodos extensos a componer su «obra científica» (movimiento que va de la elaboración de Los Grundrisse en 1857 a El capital, cuyo primer tomo se publica en 1867 pero que no agota el trabajo que Marx continúa hasta su muerte, en 1883), también dedicó años de su vida al activismo; un activismo que también comprendía la elaboración y la escritura como un momento de la pelea («La lucha ideológica forma parte orgánica de la lucha de clases», supo afirmar Louis Althusser, en clara sintonía con el planteo leninista, que sostenía que el ideológico era uno de los tres frentes de batalla en la lucha de clases, junto con el económico y el político).

Así, Marx se dedicó a leer, resumir y tomar apuntes de numerosos libros, a pensar y elaborar conceptos, pero también a dar conferencias («Salario, precio y ganancia» es una pieza fundamental de la oratoria marxista), y a escribir textos fundamentales de una experiencia primordial a la hora de trazar genealogías insurgentes, como fue la apuesta de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), la «Primera Internacional» donde durante casi una década (1864-1872) confluyeron comunistas, socialistas, anarquistas y otras corrientes del movimiento obrero europeo.

Más allá del abismo que existe entre ese momento embrionario del desarrollo del capitalismo visto por Marx desde Europa, y capitalismo globalizado que hoy vivimos y habitamos nosotros desde Latinoamérica, hay una serie de cuestiones del legado marxista que no nos dejan de interpelar: no sólo el estudio de un trabajo de investigación rigurosa como lo es El capital, sino también una serie de problemáticas políticas que están presentes en el recorrido que Marx realiza en un movimiento de ejercicio crítico del pensamiento que va de El Manifiesto a La Comuna de París; ciclo que se complementa con una lectura de la correspondencia que mantiene con la revolucionaria rusa Vera Zasulich a propósito de la importancia de la comuna rural rusa en una vía heterodoxa hacia el socialismo; rigurosidad del pensamiento que se expresa en la disposición a defender con argumentos sus planteos, pero también a ejercer la crítica de sus adversarios sostenida en una lectura profunda de aquellos a quienes combate (la «Crítica del Programa de Gotha» es emblemático en ese sentido).

Para finalizar este breve recordatorio de Marx, quisiera rescatar un par de cuestiones que aparecen en la «obra política» de Marx que se nos presentan hoy como potentes insumos para afrontar los debates actuales:

1) La importancia del internacionalismo proletario (o “desde abajo y a la izquierda”, para decirlo con un lenguaje más Latinoamericano) más allá de que en cada país la clase trabajadora deba emprender su lucha contra las burguesías locales; internacionalismo que va más allá de la «mera fraternidad» entre pueblos, como señala Marx en la Crítica del programa de Gotha, porque entiende que lo común es la lucha contra el capitalismo, «negocio burgués» que se sostiene por la existencia del mercado mundial (carácter cosmopolita de la producción ya señalada en El Manifiesto).

2) El anticapitalismo que da cuenta de que el trabajo asalariado es la condición de existencia del capital (antagonismo irresoluble en la sociedad burguesa).

3) La necesidad de pensar los cambios profundos en términos de transiciones: importancia de que el proletariado se constituya en partido para darse una estrategia de conquista del poder político en El Manifiesto, tema que será problematizado luego por el propio Marx a la luz de experiencias históricas como la Comuna de 1871; idea que vuelve a aparecer en el Programa de Gotha al esbozar la teoría de la «dictadura revolucionaria del proletariado» como «período político de transición» que media entre la sociedad capitalista y la comunista.

4) Reivindicación de lo comunal como «forma política» más afín a la búsqueda democrática de conjurar la escisión entre gobernantes y gobernados (como señala en La guerra civil en Francia); asimetría que, tal como ya había visualizado en sus escritos juveniles (Los Manuscritos económico-filosóficos de 1844) se asienta sobre la división entre trabajo intelectual y trabajo manual, y la primacía del primero sobre el segundo, así como la necesidad de desandar las estructuras duras de la representación y la represión (disolución del Ejército en el París insurgente de 1871 así como deconstrucción de las instituciones que consagran a funcionarios con sueldos altamente diferenciados del de quienes producen los bienes fundamentales para la existencia); y ni que hablar de la necesidad de separar a la Iglesia de las formas de organización política de una sociedad.

5) Por último, la ética de la rebelión, que pone el foco de la mirada histórica en la lucha de clases; que prioriza una lectura de la actualidad desde el punto de vista del antagonismo entre la clase-que-vive-del-trabajo y el capital; que pretende intervenir en el mundo desde una mirada que no esté opacada por la superstición; que promueva la liberación como camino para la desalienación de la humanidad frente a los fetiches de todo tipo. En fin, una ética que es una política que sostiene, como se hizo en las barricadas parisinas de la Comuna, que «simples trabajadores» pueden cuando se lo proponen «transgredir el privilegio gubernamental».