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México: memorias de la huelga de la UNAM a 20 años
Era el 14 de abril de 1999 y la huelga más larga en la historia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), hasta hora, estaba comenzando. Para el día 20 de abril todas las Escuelas, Facultades e Institutos estaban tomadas por estudiantes. Después de la Huelga ya no fuimos las y los mismos.
Mónica Mexicano / Lunes 22 de abril de 2019
 

Bajé del auto de papá y a las apuradas corrí media cuadra hasta la entrada de la Prepa. “Mucha más gente de lo normal, debe ser tarde”, corrí y a los empujones me abrí paso. Levanté la mirada y no podía creer lo que veía. Boca abierta, manos sudorosas: una bandera rojinegra ondeaba en el mástil. La Preparatoria 2 estaba tomada.

Recuerdo esos momentos como una serie de fotografías. La Preparatoria 2 enardecida, las rejas de la entrada llenas de banderas y varios chavos y chavas encima de la caseta de vigilancia hablando por un megáfono. Mucha gente afuera, arremolinada, gritos, empujones, consignas, cantos. Adentro las y los “paristas” en su ir y venir de hormigas.

Al fondo una manta grande en letras rojinegras decía: “Cerramos la UNAM ahora para que permanezca abierta siempre”.

Lo que tanto había imaginado se estaba cumpliendo. El año anterior habíamos celebrado los 30 años del movimiento estudiantil del 68. Ese hito en la historia mundial que aún arde en la memoria de varias generaciones. Un boom de libros, artículos y actividades conmemoraron los 30 años del 68 mexicano. Un movimiento social en el que estudiantes de todo el país, campesinos, obreros, mujeres, se había unido en un solo clamor: “el alto a la represión”. El pliego petitorio abarcaba la disolución del cuerpo de granaderos; la derogación de las leyes que atentaban contra las libertades políticas y de expresión, entre otras. Este gran movimiento fue reprimido por el ejército mexicano en la conocida Masacre del 2 de octubre en Tlatelolco. Esos hechos dolorosos, aún están velados por la impunidad y por la injusticia. Al día de hoy no se sabe con certeza el número de asesinados y desaparecidos.

No recuerdo bien cómo fue que me enganché con esa historia del 68, sólo sé que me inundaba un sentimiento de exaltación al pensar cómo habrían sido esas movilizaciones estudiantiles. Las fotos y los testimonios gráficos dejaban ver a miles de personas en la calle levantando la mano con la V de la Victoria, de Venceremos. Y ahí estaba, un año después, en medio de chavas y chavos que me hacían recordar esas fotografías.

No era la primera vez que la UNAM se intentaba privatizar mediante el implemento de pago de cuotas. Una Huelga anterior, en el 86, había frenado ese primer avance; 13 años después Rectoría lo volvían a intentar.

Desde finales de los años ´80 comenzó en México la implementación de una serie de Reformas Estructurales orientadas a la liberalización del mercado, otrora nacional, las cuales fueron recrudeciendo con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la entrada a la OCDE en 1994, así como el ingreso a la OMC en 1995. Incluían la privatización de la educación, la salud, sector energético, cambios en la ley hacendaria, laboral, de seguridad, etc.

Las Reformas Educativas, entre ellas la modificación al Reglamento General de Pagos (RGP) de la UNAM, obedecía a estas políticas de desmantelamiento y privatización. Diversos organismos financieros internacionales y las cámaras empresariales mexicanas presionaban para la instauración de las cuotas y el fin de la gratuidad de la máxima casa de estudios.

En Marzo del 1999 el Consejo Universitario en una sesión irregular, fuera de su recinto habitual y en ausencia de más de 30 consejeros, decidió modificar el RGP, con el cual se terminaba con la gratuidad de la educación superior. Esto, junto con una serie de reformas a los estatutos académicos aprobadas en los años anteriores encaminaba a la UNAM hacia la total privatización. Estas modificaciones atentaban contra el artículo 3ero Constitucional que dice que toda educación impartida por el Estado deberá ser laica y gratuita.

Desde Rectoría se explicaba que quienes ya estábamos dentro de la UNAM no seriamos afectados por las cuotas, que no tendríamos que pagar nada. Apelaban al supuesto desinterés e individualismo de la mal llamada generación X.

Continuaban las asambleas en las escuelas, que se realizaban en las explanadas con cientos de estudiantes participando. Se explicaba y debatía porque la necesidad de la Huelga. Volaban argumentos. No se trataba de negarse a pagar los 20 centavos que dábamos como inscripción a la UNAM, sino de defender el derecho a la educación pública, laica, gratuita y de calidad.

“Que esto obedecía al avance del neoliberalismo!”, gritaban una chica de pelo corto y blusita oaxaqueña; “¿del qué?”, decían otros. “Sii!, del sistema que hace que todo funcione mal! que la gente sea explotada, que no haya salarios justos!, que haya inmensa pobreza mientras los de arriba”, -“¿Quiénes?” (se escuchaba al fondo)- se enriquecen cada día más”. Otro se levantaba, interrumpía: “es necesario hacer algo, es nuestro deber como jóvenes”, “Sisi, como decía Allende, no se puede ser joven sin ser revolucionario, o algo así dijo!” gritaba otro de pelo largo y morralito. Aplausos. Gritos “Sisi, vamos a la Huelga! Sii, por las generaciones que vienen!“

“Únete pueblo / hoy es tu día / dale en la madre a la burguesía /
chinga de noche / chinga de día / hay como chinga la burguesía”

Nuestra respuesta fue contundente. La Universidad Nacional Autónoma de México, una de las mejores del mundo, la más grande América Latina, con sus más de 7 millones de metros cuadrados de extensión total, voto irse a Huelga.

Fue un tiempo maravilloso, el despertar de miles de jóvenes que no veníamos de una tradición militante. Fue el momento más álgido de politización de varias generaciones (incluidas las madres y padres de familia) vacunadas contra el activismo. Los años de paternalismo, corrupción e impunidad del PRI habían hecho estrago en la conciencia de clase, la gente defendía sus derechos como trabajadores ni reivindicaba su derecho a protestar, mucho menos a hacer huelgas. Por el contrario se arraigaba la idea de “no meterse, dar gracias por el trabajo que se tiene y mejor no moverle”. Sin embargo, aunque la cosa parezca inamovible, siempre llega la chispa que incendia la pradera. Y esa chispa nos incendió. Vivimos la certeza, penetrante, de saber que las cosas debían de ser cambiadas, que podían ser cambiadas y que nosotros teníamos mucho por hacer.

Se conformó el Consejo General de Huelga (CGH), una asamblea donde participaban todas las escuelas y facultades de la UNAM. Mediante el voto directo se tomaban las decisiones. Se consensuó el Pliego Petitorio que constaba de 6 puntos:

  • Abrogación del Reglamento General de Pagos. Anulación de todo tipo de cobros en la UNAM.
  • Derogación de las Reformas de 1997. (Donde se había modificado las posibilidades del pase automático de los estudiantes de Bachillerato a la licenciatura y se había restringido el límite de permanencia)
  • Realización de un Congreso Universitario Democrático y Resolutivo. (Donde discutir en diálogo público y abierto el rumbo y las políticas de la UNAM)
  • Desvinculación del CENEVAL (que mide la calidad de la educación según estándares dictados por el FMI, el Banco Mundial y la OCDE, cuyas evaluaciones sólo servían para justificar los recortes a la educación).
  • Desistir de sanciones contra estudiantes y profesores.
  • Corrimiento del Calendario Escolar.

Al pasar de los días, el movimiento toma forma, se organizaron comisiones centrales: finanzas, enlace, prensa y propaganda, limpieza, entre otras. Todo era emoción, cantos, corridas, tomar autobuses, tomar las calles, salir a brigadear, dar información, volantear, hacer mítines relámpago en las esquinas, en los mercados, afuera de las escuelas, de las fábricas, en el metro. Correr porque viene la policía, los porros (patotas). Asistir a las Asambleas que podían durar días, dormir en las escuelas tomadas. Marchar, correr por las calles de la ciudad gritando Venceremos, éramos miles, miles de vidas avanzando bajo la lluvia, amándonos, sintiendo que todo era posible, que teníamos la razón.

“Si tu pasas por mi casa / Y tú ves a mi mamá / Tú no le dices que hoy no me espere / que este movimiento / no da un paso atrás / Movimiento que chido movimiento / subversión / Subversión / que chida subversión / Tu le dices que no pague un peso / la UNAM es gratuita / y así se va a quedar”

Pasaron los meses, y seguíamos aprendiendo. Vivíamos entre asambleas, talleres y brigadas. Politización tiempo completo. Fue la primera vez que leí un cuento del Sup. El encuentro con el mundo indígena rebelde, el zapatismo y sus palabras, las múltiples luchas de las comunidades indígenas en resistencia, no solo de Chiapas, también de Guerrero, Veracruz, Michoacán, de Oaxaca; la lucha magisterial de la CNTE, de las Escuelas Normales Rurales, la solidaridad de las luchas mineras y campesinas del norte del país. México ardía.

El trabajo cotidiano, barrer la explanada de la prepa, preparar comida, ir por material. Habitar las escuelas. Dormir mal, soñar. Compartir el despertar sexual, las películas, bailar hasta la madrugada con Manu Chao. Cantar a Silvio Rodríguez, los Cadillacs a los gritos o bailar ska en medio de los campos de fútbol vacíos con el pasto crecido que nos llegaba a la cintura. Pasarnos la maría. Mano a mano. Todos juntos. Vivir, luchar.

Nos veo claramente. Llegando a los mercados y la gente nos recibía con aplausos y comida “Sigan adelante chavos, por nuestros hijos, para que puedan ir a la Universidad” y nos regalaban naranjas y quesadillas. O en el metro, mujeres dándonos los últimos centavos que tenían, mismas palabras de aliento. O en los autobuses cuando encontrábamos a alguien que estaba en contra de la Huelga y se armaba lío y nos querían pegar o correr, la gente saltaba a defendernos. Recuerdo.

Más meses y comenzaban los hostigamientos, los asedios y feroces campañas mediáticas de desprestigio y persecución. Nuestra lucha se había extendido, ya no solo era por la Universidad Pública, íbamos contra las dos grandes televisoras que día a día ponían al pueblo en nuestra contra, que manipulaban la información y la conciencia de la gente. “Qué bronca!! Malditos mentirosos, si las cosas no fueron así!” Decíamos al ver un noticiero. Teníamos rabia. La digna rabia de los que luchan.

“TZ azteca / Televisa / y Rectoría / son la misma porquería”
“Prensa vendida / cuéntanos bien / no somos uno / no somos cien”

Un viernes de octubre marchamos sobre Periférico, una de las arterias más importantes y transitadas del DF, donde están los estudios de grabación de ambas televisoras, para protestar por semejante campaña de desprestigio. La represión no se hizo esperar, hubo muchos estudiantes golpeados, pero las imágenes de los hermanos Pineda ensangrentados y siendo pateados en el piso por granaderos quedaron profundamente grabados en la memoria.

La conciencia de la realidad del Terrorismo de Estado, de la represión, de las secuelas del miedo y la persecución empezaron a ser los temas de discusión. El cuidado colectivo y los chequeos constantes de seguridad entre nosotros se volvieron una constante.

Fueron varios intentos de diálogo con las autoridades, encuentros fallidos, que solo servían de justificación para calificar a los estudiantes de intransigentes.

Fueron más de 9 meses de Huelga, pasaron muchas cosas en medio: desgaste, clases extramuros, cambio de Rector, sabotajes, traiciones, corrupción, infiltración, inexperiencia política, manipulación, más represión, tristezas.

El CGH se aferró a que los 6 puntos del Pliego Petitorio debían ser cumplidos en su totalidad. Eso dificulto la posibilidad de abrir otras salidas al diálogo, a la negociación y a darle término a la Huelga, que para fin de año agonizaba.

Así llegó febrero del 2000. Finalmente rectoría realizó un plebiscito amañado con el que justificó la represión para terminar con la Huelga. El 3 de febrero se realizaron las primeras detenciones en la preparatoria 3. Y el 6 de febrero miles de elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP) una recién estrenada policía militarizada, violó la Autonomía Universitaria entrando a las instalaciones de Ciudad Universitaria, irrumpiendo la Asamblea que se llevaba a cabo y deteniendo a más de mil estudiantes, profesores y familiares.

Ese mismo día una multitudinaria marcha, como hace muchos meses no se veía, salió a la calle por la libertad de las y los presos políticos. Después de mucha presión nacional e internacional todos fueron liberados en las semanas siguientes.

Recuerdo que la post-huelga fue difícil, teníamos el estigma de haber participado del movimiento. Amores y odios se entrecruzaron y nos fuimos rehaciendo como pudimos. De a poco los colectivos políticos y de arte se fueron multiplicando. Finalmente eso que vivimos seguía estando presente.

20 años de lucha: memoria viva

Hoy, a 20 años de la Huelga, puedo decir que el movimiento logró su cometido: conservar a la UNAM pública y gratuita. Si bien el avance privatizador va a cuenta gotas, la UNAM sigue siendo para el pueblo, no para la elite. Demostró que el movimiento estudiantil fue capaz, no solo de paralizar a la Universidad más grande de México, sino de detener la ola privatizadora que parecía no tener límite. Sobre todo quedó como un ejemplo contundente de resistencia para otros movimientos sociales y un ejemplo para las futuras generaciones.

La Huelga es parte ya de un gran entramado de movimientos y luchas que se siguen dando por la defensa de la educación pública. Así como retomó en su seno el espíritu combativo del 68 y de las luchas estudiantiles y magisteriales anteriores, así su experiencia tuvo ecos en las luchas por la defensa de la Normales Rurales (donde podemos ubicar todo el caso de Ayotzinapa), la lucha de los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), en la lucha de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) por cancelar la reforma educativa del ex presidente Peña Nieto y en la actual lucha de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Algo importante a resaltar fue la claridad política que tuvo desde un inicio al plantearse como un movimiento anti neoliberal. Eso nos permitió identificar un enemigo claro y con el que seguir luchando a largo plazo.

Y el mayor logro de todos: la Huelga fue un gran semillero. Donde miles de jóvenes quedamos marcadas y marcados a fuego por esas experiencias; las decisiones que hemos tomado, lo que hemos podido construir, está lleno de esos andares de lucha.

En lo personal elegí el compromiso con los DDHH, me hice Psicóloga y me especialicé en la atención a sobrevivientes de tortura y violencia política. Así acompañé los casos de Atenco y de Oaxaca. Y continúo mi formación aprendiendo de la experiencia argentina. Vivo en Buenos Aires desde hace 7 años; junto con otras mexicanas y mexicanos, construimos la Asamblea de Mexicanos en Argentina un espacio de difusión que busca romper el cerco mediático y denunciar la situación actual que se vive en México, un genocidio silencioso que lleva a cabo el estado mexicano, el narcoestado más bien, que en los últimos 13 años ha dejado más de 200 mil asesinados/as y más de 30 mil desaparecidos/as (cifras oficiales).

Se han hecho pocos análisis críticos y autocríticos de la Huelga. A veces es necesario que pasen los años para poder discutir y dar sentido a esos hechos que ya son parte de la historia del país. Quizá la vorágine de la violencia de los últimos años nos ha impedido sentarnos a pensar, a recordar. Quedan muchos análisis por hacerse de ese movimiento, de los aciertos y los errores, queda mucha memoria que tejer y muchos sentidos que construir.

Hoy celebro la rebeldía de esa generación. Y sé que los que transitamos por la Huelga vivimos con la necesidad imperante de la construcción de poder popular y con la certeza del bello derecho de los pueblos a luchar, a defenderse. Desde Buenos Aires, un abrazo combativo a quienes que hace 20 años pusimos el cuerpo y que hoy seguimos luchando. Celebremos.

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