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Lenguaje críptico
Carlos A. Lozano Guillén / Miércoles 27 de mayo de 2009
 

El presidente Álvaro Uribe Vélez, casi que creyéndose de “inteligencia superior”, como lo dijo alguna vez José Obdulio Gaviria, tiene un lenguaje peculiar, casi críptico, para explicar algunos hechos de la historia, que de alguna manera marcan el conflicto interno, el mismo cuya existencia niega de forma sistemática.

Para Uribe Vélez el genocidio de la Unión Patriótica nunca existió, porque a sus dirigentes y militantes los asesinaron por “combinar las formas de lucha”, como si a Jaime Pardo Leal, a Bernardo Jaramillo, a José Antequera, a Manuel Cepeda, a Teófilo Forero, a José Miller Chacón y un largo etcétera, no los hubieran acribillado inermes y en plena actividad política democrática. Quien no conozca la historia bien puede pensar que a los cinco mil integrantes de la Unión Patriótica, los “dieron de baja” en combate con el Ejército, como si se tratara de cualquier “falso positivo” de la época uribista.

A los “falsos positivos” los califica de “falsas denuncias” de la oposición y de las ONG para enlodar a las instituciones militares, “pilares de la seguridad democrática”. Y a los acusados de la “parapolítica” los llama “muchachos bien”, atacados por fiscales, jueces y magistrados que proceden con “sesgo ideológico”.

Y aunque ha guardado silencio sobre los negociados de sus dos vástagos, quizás el Presidente explicaría el delicado asunto, ético y jurídico, con el cuento de que los hijos del Ejecutivo tienen derecho a hacer sus negocios y a ser prósperos empresarios, sin resaltar, para nada, que no deben hacerlo a expensas de las gabelas que les da el poder.

Uribe Vélez es de tanta “inteligencia superior”, que tiene hasta su propio lenguaje críptico. El paramilitarismo, peor expresión de la degradación del conflicto y criatura del estado dominante, lo explica como consecuencia del “terrorismo guerrillero”. Los capos son para Uribe “víctimas” de la violencia guerrillera. “A esos muchachos no les quedó otro camino”, dijo alguna vez, en el afán de explicar lo inexplicable: el diálogo de Santa Fe de Ralito con zona de despeje incorporada.

Con semejante argumento, el inquilino de la “Casa de Nari” quiso justificar el ”severo castigo” de ocho años de cárcel (convertidos en tres con descuentos y beneficios) y el fracasado intento de reconocerles el delito político por todos los horrendos crímenes que cometieron.

Al final fue víctima de su propio invento. Pues cuando los capos comenzaron a hablar y a confesar crímenes y a señalar cómplices en el ámbito de la política, siempre sus amigos más cercanos, fueron extraditados y silenciados. ¿Qué dirá ahora, después de que Mancuso reconoció en confesión escalofriante que los jefes de las “AUC” construyeron hornos crematorios para no dejar ninguna señal de sus víctimas? A lo mejor dirá que todo es responsabilidad de la guerrilla.