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Análisis
¿Cuál es el lugar de los otros subalternos en el contexto de la Línea Negra de la Sierra Nevada?
¿Hasta qué punto el reconocimiento de la Línea Negra puede convertirse en una ventaja o desventaja para las demandas territoriales de los otros pueblos y comunidades que allí viven distintas a los cuatro pueblos de herencia Tayrona?
Felicia Bracho Oñate / Martes 18 de febrero de 2020
 

Los pueblos indígenas Kággaba (Kogui), Ika (Arhuaco), Wiwa y Kankuamo, que reivindican el legado del complejo cultural conocido como Tayrona y pobladores ancestrales, junto a otros sujetos subalternos, de la Sierra Nevada de Santa Marta, a partir de su cosmovisión fundamentada principalmente en la “Ley de Origen” han demarcado un territorio considerado digno de protección y conservación en la perspectiva de propiciar el equilibrio y la armonía del orden territorial de este macizo serrano.

Dicho territorio, denominado Línea Negra (Jaba Séshizha), entendido como un espacio sagrado que configura un entramado de interconexiones que conserva los códigos ancestrales de la “Ley de Origen”, describe un sofisticado sistema de conectividades y funciones para cada sitio de pagamento y de retribución, que promueven la complementariedad de las áreas marinas, la tierra, el suelo, el subsuelo, las aguas y hasta el espacio aéreo delimitados bajo esta figura territorial.

Hay que precisar desde el principio que la demanda de reconocimiento de la Línea Negra por parte de los pueblos indígenas herederos del legado Tayrona, la cual ha sido secundada por significativos sectores de la academia y varias organizaciones ambientalistas y ecologistas, reviste una enorme trascendencia y encarna un profundo sentido político en la medida en que plantea una clara estrategia territorial encaminada a construir un dique que a la vez que salvaguarde la sostenibilidad de los pueblos y culturas y de los ecosistemas estratégicos en los que habitan, genera condiciones que favorecen la consolidación de alternativas al desarrollo y al extractivismo.

Con la expedición por parte del gobierno nacional del Decreto No. 1500 de 6 de agosto de 2018, mediante el cual se redefine el territorio ancestral de los pueblos indígenas herederos del legado Tayrona, se desató una polémica de varias aristas en las que sectores gremiales y autoridades territoriales elevaron ruidosas y mediáticas críticas, muchas de ellas ciertamente sin mayor fundamento, que infortunadamente impidieron que las voces de los otros sujetos subalternos que también habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, fueran escuchadas, lo cual es imprescindible si se tiene en cuenta que en el territorio comprendido dentro de la Línea Negra se encuentran los pueblos indígenas Ette Ennaka (Chimila), Wayúu y Taganga, éste último recientemente reconocido a través de la Resolución No. 010 de 5 de febrero de 2020 expedida por el Ministerio del Interior, así como una pléyade heterogénea de comunidades afrodescendientes y campesinas.

La narrativa que se ha construido alrededor de la Línea Negra, tal vez sin proponérselo, ha terminado siendo incompleta e imprecisa, puesto que ha desconocido que en el macizo serrano confluyen otras territorialidades, algunas de las cuales ya tienen reconocimiento jurídico, tales como los resguardos Wayúu de la Baja y Media Guajira; en tanto que otros hacen parte de las proyecciones que recogen las demandas territoriales de los otros sujetos subalternos: resguardos Ette Ennaka en Santa Marta, Valledupar y El Copey; Wayúu sobre el litoral Caribe entre Riohacha y Dibulla; Taganga sobre el territorio ubicado en el entorno de la bahía homónima; así como Tierras Colectivas de Comunidades Negras (TCCN) y Zonas de Reserva Campesina (ZRC) en los asentamientos afrodescendientes y campesinos del Cesar, La Guajira y Magdalena que constituyen un cinturón alrededor de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Sobre el particular cabe anotar que las comunidades Wayúu situadas en la cuenca del río Ranchería han compartido esta fuente hídrica con comunidades Wiwa y Kággaba y las que se hallan sobre el litoral Caribe han permitido las conexiones entre el mar y los picos nevados con materiales recogidos y tratados por ellas mismas. De la misma manera en el trazo de la Línea Negra han quedado incorporadas, aunque sin reconocerlas, distintas comunidades afrodescendientes que, a partir de la construcción de rochelas y palenques, tienen una presencia de larga data en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Un ejemplo palpable de la yuxtaposición de territorialidades afrodescendientes con la Línea Negra se advierte con dos comunidades, Guacoche y Guacochito ubicadas al norte de Valledupar, caracterizadas por poseer una larga tradición alfarera, a las que en el referido Decreto No. 1500 de 2018 se las menciona taxativamente y se les asignan funciones dentro del orden territorial en el hito periférico No. 8, así: “Madre de las tinajas y del barro […] lugar que desde el Origen tiene la función para sacar y manejar el barro. Donde se paga a la tierra y se previenen y curan las enfermedades de la tierra. Acá se encuentran los materiales y animales necesarios para realizar las danzas tradicionales en los espacios de gobierno”, hito que se corresponde al de “Karakui […] puerta de las enfermedades de la izquierda”.

De otro lado, y en una situación similar a la de las comunidades afrodescendientes, se hallan los campesinos, que remontan su presencia en la Sierra Nevada de Santa Marta a partir de variados procesos de colonización dirigida y espontánea que comenzó en el tránsito del siglo XIX al XX y que se consolidó a partir de los años cincuenta, hasta el punto de pasar a constituir parte de su paisaje sociocultural.

Es claro que con la Línea Negra lo que se busca es delimitar un territorio estratégico, tanto cultural como ambientalmente, en clave de salvaguarda, de protección, de conservación y de sostenibilidad, de manera tal que la Sierra Nevada de Santa Marta quede a salvo del extractivismo y de los modelos de desarrollo depredadores que erosionan las culturas tradicionales y las bases materiales que las sustentan. Así las cosas, en los actuales tiempos en los que confluyen crisis ambientales y sociales, una propuesta como la de la Línea Negra resulta imprescindible y con seguridad se sintonizará fácilmente también con las demandas de los otros sujetos subalternos, siempre y cuando las figuras territoriales presentes y futuras que expresan sus concepciones y prácticas territoriales se las incorpore adecuadamente, de manera tal pasen a hacer parte constitutiva de toda su arquitectura.

En este orden de ideas, y tomando distancia frente a la mordacidad con que el varias veces mencionado Decreto No. 1500 de 2018 ha venido siendo atacado desde distintas orillas, especialmente desde sectores gremiales y políticos, se hace necesario que las autoridades y dignatarios de los otros sujetos subalternos que coexisten en el territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta, analicen colectivamente las implicaciones que para sus demandas territoriales específicas comporta el reconocimiento de la Línea Negra. La inquietud anterior surge por varios factores, y dentro de ellos, el hecho de que existen ventajas normativas que ubican privilegiadamente a los territorios indígenas y entre ellos los resguardos, respecto de las Tierras Colectivas de Comunidades Negras (TCCN) y de las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) —para no hablar de las protuberantes desigualdades existentes entre los cabildos indígenas, los consejos comunitarios de comunidades negras y las juntas de acción comunal de los campesinos— como entes territoriales que cuentan con importantes niveles de autonomía política y administrativa, suscitando interrogantes que deberían ser decantados en espacios propositivos de diálogos interculturales entre todos los pueblos y comunidades que habitan el territorio demarcado por la Línea Negra, en la perspectiva de unificar criterios y construir alianzas.

Para que se establezcan relaciones armónicas y horizontales entre los distintos sujetos subalternos de la Sierra Nevada de Santa Marta, se debe procurar dar respuestas a varios interrogantes que se plantean con el ánimo de convocar reflexiones que contribuyan a la construcción de consensos y de narrativas inclusivas que no acrediten exclusivamente la que han venido construyendo los cuatro pueblos indígenas que reivindican el legado Tayrona y en los que aparecen como los únicos guardianes del macizo serrano. De manera indicativa, a continuación se exponen algunas de las preguntas sobre las que se debe reflexionar en una perspectiva intercultural: ¿Hasta qué punto el reconocimiento de la Línea Negra puede convertirse en una ventaja o desventaja para las demandas territoriales de los otros pueblos y comunidades que allí viven?, ¿otras figuras territoriales, tales como las Tierras Colectivas de Comunidades Negras (TCCN), las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) o los resguardos de pueblos indígenas distintos a los cuatro de herencia Tayrona son compatibles o excluyentes con el reconocimiento de la Línea Negra?, ¿someter a estos cuatro pueblos indígenas la decisión sobre la creación o no de Tierras Colectivas de Comunidades Negras (TCCN) o de Zonas de Reserva Campesina (ZRC) o de resguardos Ette Ennaka, Wayúu o Taganga no se terminaría lesionando gravemente la autonomía y los derechos territoriales de quienes también son habitantes del macizo serrano?

El tiempo transcurre vertiginosamente y aún no se ha precisado una ruta para implementar lo propuesto en el Decreto No. 1500 de 2018, cimentándose grandes inquietudes que eventualmente podrían llegar a ser el epicentro de posibles conflictos socio-territoriales en la región. Hasta este momento, a pesar de la importante bibliografía que se ha producido respecto del concepto y significación de la Línea Negra, al no ser conocida en profundidad por las autoridades y dignatarios de los otros sujetos subalternos del macizo serrano, sigue estando ausente de la discusión y reflexión en los ámbitos propios, lo cual es sumamente preocupante habida cuenta que éste es un asunto que trasciende a los pueblos Kággaba, Ika, Wiwa y Kankuamo y concierne también, y vaya de qué manera, a los pueblos Ette Ennaka, Wayúu y Taganga y, por su puesto a las comunidades afrodescendientes y campesinas que, conforme se haga el abordaje de la cuestión, podría ser un efectivo catalizador o un obstáculo para sus reivindicaciones y proyecciones territoriales.

En otrora, con el mismo ímpetu con que se interpelaron las visiones homogeneizadoras consideradas como retrógradas y excluyentes, se fueron surtiendo movimientos étnico-territoriales y socio-territoriales que reclamaron el derecho al reconocimiento de la diversidad étnica y cultural del Estado-Nación, hasta alcanzar la legitimación social y la conformidad legislativa de los derechos de los pueblos indígenas y derivaciones normativas que amparan también las demandas de las comunidades afrodescendientes, aunque ciertamente invisibilizando a las comunidades campesinas. La interpretación del discurso multiculturalista se fue forjando, nuevamente desde una visión excluyente, que posiciona a las demandas de unos pueblos sobre las de los otros. En ese contexto, las políticas neoliberales reivindicativas del Estado han sido diseñadas estratégicamente para poner a cada sujeto de frente a su lucha, sin importar las consecuencias adversas que esta pueda traer en los otros y, por ende, ocasionando pugnas entre los pueblos que hacen exigencia de sus derechos históricamente vulnerados, lo que no garantiza un ejercicio efectivo e inclusivo de vindicación.

Es importante hacer un abordaje de Línea Negra, no únicamente desde la visión de la “Ley de Origen”, sino también desde los imaginarios y las prácticas de los otros pueblos y comunidades que han construido sus historias de vidas colectivas en la Sierra Nevada de Santa Marta, ya que es muy cierto que cada pueblo y comunidad que la habita asume la territorialidad de una forma particular, y por ello es pertinente abrir un espacio que dé cuenta de la pluriculturalidad que aquí se presenta. De esta manera, por ejemplo, sin menoscabar la autonomía del Consejo Territorial de Cabildos de la Sierra Nevada de Santa Marta (CTC) como la actual instancia existente de planeación, ordenamiento y defensa del territorio, necesariamente y fruto de los diálogos interculturales que se lleven a cabo, tendría que redefinirse y ampliarse para viabilizar la inmersión, sin relaciones hegemónicas, de delegados de las comunidades negras, de los campesinos y de los pueblos Ette Ennaka, Wayúu y Taganga.

Al respecto se pueden definir acciones conjuntas que incluyan los conocimientos y saberes, las epistemologías propias, de todos los pueblos y comunidades en favor de la construcción de una estrategia de defensa del territorio que pivote alrededor del reconocimiento de la Línea Negra, de manera tal que el despliegue de figuras territoriales de naturaleza colectiva y de conservación para cubrir todo el territorio demarcado por la Línea Negra, pueda hacerse no solamente a partir de la ampliación de los resguardos Arhuaco de la Sierra, Businchama y Kogui-Malayo-Arhuaco, sino también a partir de la ampliación y creación de resguardos Wayúu, la constitución de resguardos Ette Ennaka y Taganga, la delimitación de Tierras Colectivas de Comunidades Negras (TCCN) y el establecimiento de Zonas de Reserva Campesina (ZRC), siempre pensando en que en la Sierra Nevada de Santa Marta hay lugar para todos los pueblos y culturas que la habitan.