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Análisis
Pandemia, crisis y campesinos
"No hubo institucionalidad antes del coronavirus, mucho menos ahora"
Agencia Prensa Rural, René Ayala / Lunes 6 de abril de 2020
 
III Festival cultural y campesino del valle del río Cimitarra

En medio de la crisis sanitaria producto de la pandemia del COVID 19, que obligó al Gobierno Nacional a decretar la cuarentena y confinamiento general en todo el país, se han visibilizado más que nunca las gigantescas brechas sociales y económicas que cohabitan en todo el territorio nacional, en América Latina y en el mundo.

Millones de personas sin protección de sistemas de salud que han sido privatizados, adultos mayores en abandono muriendo en la soledad y el olvido, migrantes condenados a la xenofobia y la exclusión, son la constante en la vieja Europa y los EEUU. Aquí, en Latinoamérica el panorama es desolador, Ecuador es el ejemplo más evidente del modelo que privilegió el negocio, a la salud universal y financiada por el Estado. Moreno primero expulsó a los médicos cubanos que garantizaban un sistema de salud preventiva y de inmensa cobertura y luego redujo presupuestos y concesionó la salud pública, hoy vemos los espantosos resultados en el sombrío escenario de muertos abandonados en las calles y casas de su ciudad más activa económicamente, Guayaquil.

En Brasil, la primera economía del continente, el gobierno del neofascista Bolsonaro no se queda atrás, el negacionismo frente a la pandemia ha desatado una crisis sanitaria sin antecedentes, decisiones unilaterales de gobernadores de distintos estados han garantizado la aplicación de medidas de contención, rechazadas por el propio mandatario, que entre otras cosas tiene divergencias hasta con su ministro de salud. Un ejemplo de la soberbia y el totalitarismo que puede generar gravísimas consecuencias. Además, Bolsonaro ha desatado su furia contra el gobierno venezolano y agitado consignas de intolerancia contra los migrantes, el campesinado y las comunidades indígenas, persiguiendo sus organizaciones y permitiendo que se desate una ola de violencia promovida por los terratenientes contra ellos. Que otra cosa se podría esperar de este oscuro personaje que se burla del cambio climático y promueve la desforestación del pulmón del mundo.

Colombia no se queda atrás, las consecuencias el modelo de salud impuesto por la Ley 100, revelan la fragilidad del sistema de salud, que puede colapsar en cualquier momento si se disparan los contagios, de no aplanarse la curva epidemiológica tal como señalan los modelos diseñados por los expertos. Millones de personas, mas del 50% de la población económicamente activa, viven en la informalidad, es decir del diario, del rebusque y súbitamente sus ingresos han caído a cero. Hoy estas personas están abocadas a la desesperación y el hambre, y las medidas paliativas definidas por el Estado, no tienen la cobertura para garantizar el sostenimiento de estas personas en el marco de la cuarentena, sus programas débiles y sectorizados, mediados muchas veces por la politiquería como familias en acción, son un paño de agua tibia en un mar de necesidades. En todas las ciudades es pan de cada día la expulsión de familias enteras de sus lugares de habitación por no tener lo del arriendo y millares echados a las patadas de los “paga diarios”, debelando la infamia de esta realidad escondida en las grandes metrópolis. En Bogota, donde la alcaldesa de centro habla de medidas y programas de atención, indígenas, prostitutas, recicladores y migrantes, duermen a la intemperie, después de haber sido desalojados de estos inquilinatos y se lanzan en tropel a recibir la caridad que llega de la iglesia o alguna ONG, rompiendo cualquier medida sanitaria del “distanciamiento social”.

La denominada “clase media”, está encerrada en sus casas, racionando su alacena menguada, porque muchos se quedaron sin contrato de trabajo y otros fueron obligados a asumir las licencias no remuneradas, otros tantos son propietarios de negocios, que están en arriendo en locales de restaurantes, talleres, consultorios, cacharrerías, bares, galerías y toda suerte de “emprendimientos”, que al final se mueven a partir de ingresos diarios y no tienen mayor capacidad de ahorro para aguantar un cierre prolongado. El mito de la clase media se derrumba, en realidad son sectores endeudados hasta el tuétano con el sistema financiero y asfixiados en el pago de tributos cada día más onerosos.

Pero mientras el Gobierno, en cadena nacional todos los días, pretende mostrarse como diligente frente a la emergencia, cuando permitió que el foco de entrada del virus, el Aeropuerto El Dorado en Bogotá, permaneciera abierto más de una semana después de haberse identificado el primer caso de coronavirus, orienta disposiciones y habla de garantizar el abastecimiento y la seguridad alimentaria para todo el país, el campesinado que provee mas del 70% de la comida que llega a la mesa de los colombianos que tiene como adquirirla, esta casi que a su suerte en medio de esta crisis.

La interlocución del gobierno se centra en los gremios, en los grandes productores, pareciera que el vocero del campesinado fuera la SAS, la gran sociedad de latifundistas agroindustriales, ya que es la única que sale en medios televisivos y radiales. Las organizaciones históricas de la ruralidad invisibilizadas y sus dramas también.

En el territorio la economía campesina esta duramente golpeada, restricciones de todo tipo en movilidad se suman al secular abandono del campo, sin infraestructura de vías y mercados para la comercialización de sus productos, el acaparamiento en las centrales de abastos y los intermediarios han generado la perdida de cosechas de frutas y hortalizas ya que existe sobreoferta, porque todo lo acumularon en bodegas para encarecerlo. El campesinado se ve abocado a desechar sus productos o a no cultivar, ya que no existen incentivos, ni programas, ni créditos. Las declaraciones de Gobierno se quedan en intenciones discursivas o simplemente en apoyos y subsidios para los grandes productores, que valga decir también se han quejado por la falta de apoyo del Estado al sector.

Mientras se refuerzan las medidas de confinamiento, en las regiones de la periferia, donde la crisis del agro ha llevado a miles de familias a la alternativa de los cultivos de uso ilícito, en vez de implementar los acuerdos de paz y garantizar la sustitución voluntaria de cultivos con programas como el PNIS, desfinanciado y debilitado, se desarrollan bastos operativos militares de erradicación violenta que agreden a las poblaciones y ponen en riesgo de contagio a las comunidades. En el Catatumbo se aplica esta estrategia reeditada de la guerra antidrogas impuesta por Trump, sin atender los reclamos del campesinado y dejando el doloroso saldo del asesinato a manos de efectivos del ejercito del joven campesino Alejandro Carvajal, el 26 de marzo en el municipio de Sardinata.

Entre tanto los asesinatos a líderes sociales continúan en la absoluta impunidad, la barbarie cabalga por todas las regiones del país, mas de 70 líderes y 21 excombatientes de FARC han sido asesinados durante el 2020 y en cuarentena los sicarios contratados por los enemigos de la paz no han dado tregua. El asesinato del líder agrario Hamilton Gasca junto a sus pequeños hijos y la desaparición de su compañera, en Piamonte, Cauca, es una arista de la infamia que se cierne contra las y los luchadores sociales, agudizándose en el campo.

El presidente Duque llama a atender responsablemente el confinamiento, y desde los grandes medios se ha impulsado toda una campaña que hace el llamado a quedarse en casa, la que millares carecen. Pero en las regiones como el Sur del departamento de Bolívar continúan operaciones militares, a pesar de que el ELN hizo la declaratoria de cese unilateral, que ha sido desestimada por el Gobierno Nacional, estas operaciones que mueven grandes contingentes del Ejército, que además infringen el DIH ya que pernoctan en centros poblados, ponen en grave riesgo a la población, como lo denuncia Francisco Gonzales, coordinador seccional de la ACVC, Asociación campesina del valle del rio cimitarra,

-“El despliegue del ejército en la región, la aglomeración de tropa en las veredas y los relevos, donde no existe claridad si se tiene protocolos de control, ponen en riesgo a la comunidad de la elevada probabilidad de contagio”.

Francisco además anota la crisis real que viven las comunidades campesinas en medio de esta situación, –“…estamos preocupados frente a las ayudas, beneficios que habla el gobierno, aquí en San Pablo (Bolívar), no se ven por ningún lado, en la ruralidad, ni en lo alimentario, ni en lo alimenticio, ni en lo productivo, ni en la comercialización. No hubo institucionalidad antes del coronavirus, mucho menos ahora” aseguró.

Esa es la cotidiana realidad del campesinado, ni en medio de la emergencia amaina la presencia militar, no como apoyo a la emergencia, sino como unidades de combate generando temor en la población, siguen las lógicas de la erradicación que han probado su ineficacia y nefastos resultados frente a la posibilidad de implementar la sustitución voluntaria para vencer ese flagelo, y no hay presencia del estado, con créditos, capacidad técnica, y líneas de comercialización, dejando a la deriva al campesinado pobre y por lo tanto poniendo en grave riesgo las economías campesinas.

La pandemia ha abierto una reflexión en el mundo, el modelo neoliberal evidencia su crisis y hasta los mas radicales defensores del dogma privatizador hoy vuelven a los causes del liberalismo estatal como tabla salvadora de su sistema inequitativo y depredador. Es momento de que en Colombia el discurso que hoy resuena en las disertaciones de académicos y políticos, de cerrar la brecha entre ricos y pobres, de la salud como un derecho que hay que fortalecer, de cuidar el ambiente; no sea la misma demagogia de siempre y vuelva los ojos a nuestros campesinos. La única manera de resolver estos grandes retos del Estado y la deuda social histórica, es garantizando la reforma agraria integral o por lo menos fortalecer las zonas de reserva campesina, generar crédito y tecnología para el campesinado, todo ello esta consignando en los Acuerdos de Paz, que es menester implementar. Como medida de emergencia, que el estado compre las cosechas a precios justos y de igual manera garantice su distribución, y que por sobre todo pare la guerra, escuche el clamor de las comunidades, de las organizaciones sociales, de la iglesia, de los políticos honestos, de la ciudadanía y responda con un gesto de paz en este terrible momento que vive la humanidad.

Es insensato e infame tener el foco en la agresión a Venezuela acompañando la aventura perversa de Trump y es ruin con el futuro de nuestra patria, tolerar los asesinatos de líderes sociales y no tener la grandeza de en este momento implementar los acuerdos de paz, la pandemia no es el enemigo, el enemigo es la falta de humanidad.