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Barranquilla
Un encuentro casual con ’Cristo’
Wilfrido Jiménez Díaz / Jueves 9 de abril de 2020
 

Esta nota tiene como protagonista a Cristo, pero aclararé para evitar especulaciones y no le vayan a pedir al Santo Padre, que me excomulgue, de la manera más perversa (como suele ocurrir a veces), cuando uno habla verdades que para otros son blasfemias.

Hace unos días, a primeras horas de la mañana saludé en la calle al amigo y vecino Cristóbal Morales, a quien los vecinos, cariñosamente le llamamos “Cristo”, en quien se personaliza aquello de que “Cristo está en todas partes”, sencillamente porque él es un orgulloso vendedor de “pescao” y desde bien temprano sale con su carretilla a ofrecer los más bonitos y sabrosos peces que el mundo conozca, por todas las calles del sector.

Luego que lo despedí, no dejé de pensar que sería de él y su familia, con la entrada en vigencia de las nuevas normas de comportamiento para contrarrestar la propagación del COVID 19, porque su sustento diario, depende de su “negocito” y al tener que cumplir con el aislamiento o confinamiento obligatorio, ¿cómo se las arreglarían para subsistir?

Todo el día, esa idea me revoloteó en el pensamiento, pero luego que escuché la alocución presidencial por televisión, lastimosamente comprendí que lo que comerían en su hogar, durante toda esta temporada, sería “lo que lleva el barco atrás”; no me pregunten qué es, porque eso era lo que respondía mi abuelo Tomás María Díaz, cuando le preguntábamos que comeríamos cuando no veíamos nada en el fogón y los perros se revolcaban en las cenizas del mismo.

Ya en horas avanzadas de la tarde, me topé con el combo de los pelaos del barrio, ese numeroso grupo de muchachos, que algunos terminaron su bachillerato y no les alcanzó para estudiar en una universidad, pero que tampoco han encontrado la oportunidad de trabajar y sin más que hacer se reúnen por la tarde en los bordillos de la esquina, para hablar de todo, quizás lo que escuchan en los Noticieros de RCN y Caracol. Todas las tardes organizan sus “líneas” para “echar la patiadita” estimulados por una apuesta de sendos bolis o algo así. Cuando llegué, ya estaban jugando y me quedé un rato viéndolos, porque me gusta, no tanto sus habilidades futbolísticas, sino en los términos como se tratan, lástima que aquí no pueda describir ese lenguaje, propio de su amor y su cariño a sus amigos. Pero de repente me acordé que eso de reunirse de esa forma estaba prohibido como medida preventiva para evitar la propagación del Coronavirus; aproveché que la bola salió y los invité a que se acercaran donde estaba yo y me escucharan. Así fue, como extrañados y temerosos se acercaron y les hablé de la mejor manera explicándoles que esto de la Pandemia no era un juego y que el peligro de contagio dependía mucho de las medidas preventivas que cada uno de nosotros debía implementar y evitar las aglomeraciones que no eran aconsejables. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que les expresé. Muchos, quizás la mayoría, se me acercaron, me chocaron la mano y la frase en coro fue: “Así es Profe, usted tiene la razón, gracias”. Pararon el juego, pero logré escuchan de los que estaban más lejos, entre balbuceos bajo el brazo: “Pa´jodé al viejo hijueputa ese”, “Cule´sapo”. Pero no me inmuté, me sorprendí sí, cuando uno de ellos, con ademanes así de maloso, se me acercó y me dijo: “sabes qué cole, esa mondá aquí no se va a da, porque estamos protegidos con la sangre de Cristo”. Quedé perplejo, no me salieron palabras, duré un rato anonadado, pero luego me bajó el nudo en la garganta y se me vino a la mente la tétrica situación de mi amigo Cristóbal Morales, que tras que quedaba sin la posibilidad de ganarse el día a día, cómo haría ahora, para proteger con su sangre a esta partida de irresponsables.