Opinión
¿Qué está pasando en Cali?
En una ciudad dominada por el patriarcado de una élite económica-política que desde hace más de veinte años se enlazó con el narcotráfico, la violencia es cosa diaria. La cultura traqueta, porque aquí abundan los traquetos, permeó a todos los grupos sociales. Eso se aprecia en la distorsión de la Ley, en el atropello de acuerdo con la capacidad económica que se tenga o con el tamaño de la camioneta.
/ Viernes 14 de mayo de 2021
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En el programa por youtube de María Jimena Duzán el martes 11 de mayo, se alcanzaron a tocar algunos aspectos que llaman a una reflexión serena. Me permito hacer el siguiente complemento.
La Cali de hoy tiene un sello antiguo: la exclusión, el clasismo exacerbado, el racismo, y un disimulado machismo. Al fin y al cabo, en Cali quienes conformaron la clase criolla dominante fueron los hacendados esclavistas que al finalizar el siglo XIX se volvieron industriales. Y después vino la repartición, entre ellos, de los cargos públicos, junto con el refuerzo de lazos familiares mediante matrimonios endógamos. Que Cali es una ciudad “chévere”, es una etiqueta banal con la que comerciantes y gobernantes pretenden, cada que le conviene a sus negocios, mostrar que aquí toda la gente vive feliz y se la pasa rumbeando. Sí es cierto que a caleñas y caleños les gusta la música, son excelentes bailarinas y bailarines, ríen mucho, no les falta “el traguito”, pero para una buena parte de la población la vida transcurre entre saltos y angustias.
En una ciudad dominada por el patriarcado de una élite económica-política que desde hace más de veinte años se enlazó con el narcotráfico, la violencia es cosa diaria. La cultura traqueta, porque aquí abundan los traquetos, permeó a todos los grupos sociales. Eso se aprecia en la distorsión de la Ley, en el atropello de acuerdo con la capacidad económica que se tenga o con el tamaño de la camioneta. Aquí está el mejor ejemplo del término que creo acuñó Renán Vega Cantor: la lumpenburguesía.
Aún antes de la pandemia, Cali y su satélite Palmira, eran ciudades muy violentas, muy inseguras en el lenguaje de los medios de comunicación. Principalmente en barrios populosos había tiroteos, el gobierno municipal decía que entre pandillas, y ni qué hablar del día de la madre, o cuando había partidos de fútbol. En el resto de la ciudad también había violencia, pero sin tanta intensidad ni continuidad.
Hay un aspecto planteado en el Programa que es necesario profundizar. Parece que Cali es la capital, o por lo menos es primordial, para el narcotráfico, el cual tiene enclaves en la costa pacífica de Valle, Cauca y Nariño, en el bajo Putumayo, en un sector del macizo nariñense, y que desea establecer uno en el alto Cauca, pretendiendo que las comunidades indígenas pasen a ser mano de obra esclava. He allí la explicación de la desaforada violencia contra esas comunidades. Por ejemplo, para llegar al nodo inicial de la ruta cocalera del Naya-Pacífico, basta recorrer una hora desde Cali, por una carretera en buenas condiciones. ¡Y este corto trayecto, está en proceso de urbanización!
Es necesario pensar en la juventud caleña de barrios populosos, también de estratos un poco más altos, que es nacida aquí pero que incluye a muchas personas de otras partes del suroccidente, cuando siendo niños llegaron con sus padres desplazados por la violencia, desplazados por la falta de trabajo, o engañados con la falsa ilusión que la ciudad es el paraíso. Narremos solo un detalle de un pasado reciente. Un hermoso colegio creado para niños de bajos recursos, fue cerrado para vender el terreno, y allí se construyó un exclusivo y costoso centro médico. Los estudiantes fueron reubicados en un colegio público, el cual, por problemas financieros, cerró. Algunos llegaron a un colegio semipúblico, que también cerró por cuestiones financieras. Según algunas cuentas, de un curso de 32 estudiantes de Grado X, terminaron la secundaria 23, uno entró al ejército y solo 4 ingresaron a la Universidad. Este último colegio era del Sector de Siloé.
La juventud está siendo atacada con la estigmatización de “las autoridades” y de los medios de comunicación masiva, con la brutalidad de la policía, con las balas de los traquetos, y con la indiferencia de quienes, mal o bien, pueden surtir su mesa sin mucha dificultad. Esto tiene décadas: recordemos que en diciembre de 1985, en Siloé el estado ejecutó una operación militar para “barrer a Cali”, antesala de lo ocurrido años después en la Comuna 13 de Medellín, y que se reeditó el 3 de Mayo pasado, otra vez en Siloé.
A la lumpenburguesía le molesta sobremanera que, de unos años para acá, la juventud se rebele contra la pirámide de poder, en cuya cima está el patriarca, el capo o el patrón, según el caso. Mucha juventud ya no quiere saber de guerras, de tener como único destino el engrosar las filas de un grupo armado, ya sea legal o ilegal, o de soportar en todo momento el acoso de la delincuencia. Este grito que lanza una gran parte de la juventud, pues aún no está toda, es el inicio de la búsqueda de libertad para escoger su destino.
Están avanzando incipientes procesos sociales, que exasperan tanto a los barones políticos como a los jefes mafiosos acostumbrados a mandar, pues el pueblo se está dando cuenta que no hay nada mejor que tomar decisiones en conjunto. ¿Por qué violentan a las ollas comunitarias? Porque es en ellas, acompañados por mujeres y hombres adultos, donde todos ponen y todos comen. Y las muchachas, ¿por qué son atropelladas, violadas y masacradas? Porque ellas no quieren ser Barbis para ser usadas y abusadas por parte de los amos. Ellas quieren una vida digna y libre.
¡Son a la vez tan asquerosos como ridículos los señalamientos que hacen el innombrable Matarife y sus adictos pretendiendo encasillar al actual movimiento popular dentro de un determinado partido o corriente política, cuando en realidad apenas empieza un proceso de politización, no necesariamente partidista, al interior de este!
Respecto al programa, fue muy acertada la presencia de Cuestión Pública, y muy pertinentes sus planteamientos y el cuestionamiento que le hizo a Jorge Iván Ospina. Este señor ya no representa a nadie, y lo más triste, olvidó completamente sus orígenes.
Es prioritario que se recuperen los desaparecidos y los retenidos por la policía. Es inconcebible que se piense en cosas materiales, así sean importantes, por encima de la vida de las personas. Parando la agresión policial, puede hacerse un diálogo, para que paralelamente se vayan retirando los bloqueos, pero que las personas vuelvan a sus hogares, a sus familias y a sus amigos. Es de resaltar la labor que la Arquidiócesis ha adelantado, dirigida por Monseñor Darío Monsalve, persona justa, ecuánime y conocedora cual más, de la situación. Solamente la justicia, sin las trapisondas que los órganos de control aplican para favorecer a sus patrones, podrá conducir a un camino de paz duradera.