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Un recorrido por las arterias del corazón del mundo, y el pueblo kogui
Mónica Orjuela / Miércoles 2 de junio de 2010
 

"Todos han quedado impresionados con lo que han aprendido sobre estos indios. La cultura Kogui ha ganado la admiración y el respeto de mucha gente que ve en ella una opción valida, una filosofía trascendental e importante para nuestra época" [1] Gerardo Reichel Dolmatoff

Muchas son las historias, relatos e investigaciones que podemos encontrar sobre los indígenas koguis de las Sierra Nevada de Santa Marta, pero nada se compara con lo que denominan estar allí, recorrer los caminos de una sociedad que por siglos ha sido la protectora y defensora de un lugar que para ellos significa el corazón del mundo, donde se mantiene el equilibrio del planeta, tan golpeado y herido por nuestra “desarrollada” sociedad de consumo capitalista.

Esta es una de esas historias contadas desde la experiencia del recorrer los caminos; en busca de respuestas frente a nuestro quehacer en el mundo, de nuestra condición humana y nuestra responsabilidad en la conservación y construcción de senderos que nos lleven hacia un mundo en donde todos los seres que vivimos en él existamos en equilibrio con el entorno, donde la concepción de igualdad y vida digna para todos y todas no sea un mito ni una utopía.

Tal vez la respuesta esté en conocer otras formas de vida diferentes a la de Occidente, de aprender a estar en la existencia humana; no como una cadena de consumo perpetuado a través de las necesidades generadas por las corporaciones, sino adentrándonos por caminos que tienen otras miradas, otros vértices, que para muchos parecen “simples” en comparación a nuestra “evolucionada” sociedad, pero que son profundas y complejas, y que han cimentado otros tipos de relación con el mundo menos autodestructiva.

Este es, entonces, un reencuentro con sociedades que han construido desde miles de años una manera de vivir y entender que no sólo ha resistido la sangrienta conquista española, la expropiación de sus territorios, la evangelización y el conflicto social y armado, sino también y gracias a esta resistencia han mantenido a la Sierra Nevada de Santa Marta como un lugar sagrado, donde todavía existe la selva montañosa, fuentes de agua, acompañado de una gran diversidad de especies animales y vegetales.

La Sierra y los koguis como dadores de vida que mantienen latente el corazón de mundo.

De Babilonia al Paraíso

Para llegar a la Sierra por el costado Norte es necesario pasar antes por Santa Marta, la calurosa ciudad y capital del Magdalena en la región Caribe de Colombia. A nuestra llegada decidimos quedarnos en un famoso pueblito a 20 minutos de la ciudad llamado Taganga, rodeado por montañas, con vegetación cactácea y pequeños arbustos, famosa por su tradición de pescadores expertos navegantes del azulado mar Atlántico.

Taganga, aunque en apariencia sea un paraíso de mojitos, playa, brisa y mar, esconde un lado oscuro que va acompañado de lo que muchos llaman el narcoturismo. Cada año miles de turistas, principalmente de Europa, Sudamérica e Israel, van a encontrar cocaína a precios muy bajos en comparación a los de sus lugares de origen, mujeres latinas “exóticas” que venden sus servicios de damas de compañía; sexo, drogas y contoneo de cadera. El lugar que una vez fue un sitio sagrado de pagamento para los taironas y luego un pueblito de pescadores descendientes de los esclavos de África, es hoy un santuario del turismo extremo.

Salimos de Taganga después de un encuentro con Siloguey, un joven de 28 años, de madre argentina y padre colombiano, hoy consumidor de bazuco; de piel blanca curtida por el sol y las calles de Taganga. Nos contó su historia, cuando una vez después de bajar de la Sierra se fue para Taganga y nunca mas volvió, amarrado a las drogas y pidiendo plata para consumir, su vida transcurre entre el rechazo y la indiferencia de las personas y la ilusión de conseguir unas monedas para calmar la ansiedad.

Nos dirigimos rumbo a Palomino, el primer corregimiento del departamento de La Guajira, un pequeño pueblito con mar y montaña, donde nos encontramos con los jipi-koguis que nos subirían la Sierra Nevada por este sector. Los jipi-koguis que en los años 70, en pleno boom de hipismo decidieron abandonar sus vidas citadinas para encontrarse y convivir con la naturaleza y una vida espiritual y fundar arriba en la Sierra comunas jipis.

Los Mamos, principales autoridades espirituales de los koguis, aunque no los admitieron en un principio, terminaron por aceptarlos en sus territorios y compartir con ellos algunos de sus conocimientos, con ciertas restricciones de incorporación a la sociedad kogui. Los jipi-koguis aun continúan viviendo en la Sierra; sin embargo, muchos de ellos fueron desplazados a causa de la violencia y conflicto armado, desde los inicios del Gobierno de Álvaro Uribe Vélez cuando el paramilitarismo afincó su poder en la sociedad colombiana. Aunque los jipi-koguis nunca podrán ser koguis, su desapego por la vida occidental, el bullicio de la ciudad, el consumismo arrollador, las comodidades de una vida “civilizada”, resulta inspiradora.

Así pues, comenzaríamos nuestro recorrido y nuestro andar por la Sierra, saliendo desde Palomino y adentrándonos en las montañas selváticas de un lugar que nos enseñaría muchas cosas, y con la actitud de aprender de los caminos que nos conducirían a las venas del corazón.

Recorrido por las venas del corazón del mundo

La comunidad kogui esta ubicada en la vertiente norte y sur de la Sierra Nevada de Santa Marta, en los departamentos de La Guajira, Cesar y Magdalena. 

Salimos un sábado caluroso de mañana, provistos de alimentos y mulas, con rumbo al primer pueblito Kogui llamado Kasakumaque, a seis horas caminado por la selva, entre subidas y bajadas de la montaña y ríos que calmaron la dura caminata, íbamos encontrando indígenas hombres, mujeres y niños, que saludaban a los jipi-koguis sin cruzar mirada alguna con nosotros los forasteros.

Los koguis nos llaman a los occidentales los hermanos menores. Aunque en principio podría sonar etnocéntrico, la antropóloga Alicia Dussán explica esta concepción:

“Los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en especial los koguis se consideran los hermanos mayores de la humanidad e hijos de la madre universal y por ello se sienten comprometidos en velar por el equilibrio entre las fuerzas del universo, la vida y la sustentabilidad humana. Al asumir como ellos piensan la responsabilidad de vigilar la estabilidad, estos indígenas, así como sus vecinos los (Ika) Aruhakos y los Wiwa (Sanká) reiteran la importancia de tener una conciencia ambiental y comunitaria que permiten validar prácticas que conservan la biodiversidad y la calidad de vida” [2]

Antes de la Conquista existían en estos territorios varios grupos étnicos incluyendo los reconocidos taironas; después de la llegada de los españoles, algunos indígenas huyeron hacia la Sierra, se reagruparon adaptándose a las montañas. Los picos nevados son para este pueblo el centro y el corazón del mundo; subrayando que los primeros hombres nacieron en los picos nevados de donde son procedentes los “hermanos mayores” koguis, la Sierra es para ellos una representación del cuerpo, donde los picos nevados son la cabeza, por eso los hermanos mayores son el pensamiento que cuida la naturaleza y sostiene el equilibrio del corazón del planeta; el agua y las lagunas de los picos son el corazón, los ríos representan las venas, los árboles el cabello y la tierra los músculos.

Por eso nosotros somos los hermanos menores, pues ellos se encargan de cuidar todo el cuerpo geográfico de la Sierra, en cuyo lugar sagrado se sostiene la vida.

Sacerdotes y filósofos

Después de otra dura jornada llegamos a Umandita, un pueblito donde se encontraban reunidos para las jornadas de vacunación que se llevan a cabo periódicamente. Allí compartiríamos con los koguis un poco de sus conocimientos y cosmovisión.

Los koguis utilizan la planta sagrada llamada jayo (los occidentales la conocen como la hoja de la coca). Con ella realizan el mambeo, o mambear una actividad que tiene connotaciones cosmogónicas. La hoja del jayo se cultiva en los pueblos y en las fincas, es recolectada por las mujeres quienes se encargan de la preparación del jayo, después de recoger la hoja en la gamá o mochila elaborada en fique, las mujeres se disponen a tostar la hoja calentando una piedra e introduciéndola en la mochila. De esta manera la hoja se va tostando quedando lista para ser usada.

Los hombres con el poporo, que es elaborado con una semilla, introducen la raspadura de cal extraída de las conchas de mar, con un palo sacan la cal de la semilla, lo llevan a la boca del lado donde están masticando las hojas de coca. Esta combinación del poporo y el mambeo es decir; al encajar el palo en la semilla acompañado de la coca; significa la creación universal, a partir de la unión entre lo femenino y lo masculino; el poporo o semilla donde está la cal representa el útero, lo femenino, el palo con el que se extrae la cal para luego combinarla con la coca representa lo masculino, el falo; y la semilla y la coca es la planta sagrada que permite la conexión con la fuerza creadora. A los hombres se les entrega el poporo sólo cuando van a tener relaciones sexuales con una mujer, después de esto llevará el poporo para toda la vida.

Mambear es un ritual de suma importancia para los koguis. En la Casa María o Nujuein, que es el lugar sagrado donde los hombres Mamos y koguis se reúnen a sostener desde el pensamiento y la palabra, el corazón del mundo denominado Aluna. La palabra de los Mamos es la máxima autoridad social, ellos son los intermediarios entre los seres espirituales o celestiales; que a su vez permiten el conocimiento para mantener el equilibrio, todo ello realizado a través del mambeo como canal de comunicación.

A partir de su cosmovisión, los koguis establecen la visión del planeta como un solo ser viviente, una unidad, siendo su trabajo sostener la vida de la Gran Madre como principio de la creación, la Haba ser femenino y madre de todo cuanto existe. Donde los Mamos regulan las relaciones del pueblo kogui con la Haba, los hermanos menores, cuyo fin es mantener la Sierra Nevada de Santa Marta en equilibrio.

“La naturaleza es un gran telón sobre el cual ellos proyectan su cultura, su sociedad y su personalidad . El universo, la tierra, los astros, los fenómenos atmosféricos, los animales, las plantas o los minerales forman todos una inmensa familia de seres animados y emparentados entre sí, cuyo origen común es la madre universal, personificación de la fuerza creadora” [3]

La búsqueda del equilibrio es igual a un acuerdo, el camino está trazado por la ecuanimidad y la beatitud; el equilibrio entre las posiciones dicotómicas universales; entre el sol representado por el Mama y la Saxa (luna) la mujer y la abuela. El ser humano y la sociedad tiene que vivir de acuerdo con las normas culturales, las que llevan a que el universo siga su curso, el invierno seguirá al verano, el día a la noche y la lluvia al sol.

Los koguis sienten una profunda preocupación por el fin del mundo, no solamente como posible catástrofe para el pueblo kogui, sino para la humanidad. Los koguis “celebran ritos en favor de los franceses, hacen ofrendas para que los caimanes no se coman a los negros y para que ningún mal suceda a los colombianos”. El peligro está en la desintegración de su sociedad y de la perdida de control sobre la naturaleza, pues ella tiene manifestaciones que se vuelven imprevisibles.

“(…)La tierra es la novena hija de la Madre, la Tierra Negra. Antes vivían en ella sólo indios, sólo hermanos. Pero entonces vinieron los blancos y persiguieron a los indios con enfermedades y maldades. Ellos vinieron de otra tierra, de una de las tierras de abajo. Por eso son malos.” Dolmatoff (1985). Para los Koguis existen nueve mundos, el quinto mundo es el nuestro, en los cuatro mundos de abajo están las entidades malignas y oscuras, y en los cuatro mundos de arriba están los buenos espíritus y de luz.

Los Mamos son aquellos miembros de la comunidad que deben ocuparse que las normas culturales se cumplan con el fin de perpetuar la vida de la sociedad, pues si ésta desapareciera, significaría la desaparición del mundo y de la Madre.

El derecho de los koguis a permanecer

Además de los Mamos como autoridad, existen los comisarios encargados de velar por el cumplimiento de las normas sociales y de ser mensajeros de las decisiones del Mamo y de los miembros de la comunidad. Existe el Cabildo Gobernador, quien representa a la sociedad kogui ante los hermanos menores, cuya organización es Gonawindua Tairona.

Los koguis, como la mayoría de los pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinos y población marginada, tienen una organización política, en este caso Gonawindua Tairona, que es la organización que se encarga de velar por los derechos de los pueblos de la Sierra desde los mandatos espirituales de su tradición, e interlocutar con los hermanos mayores frente a la conservación de las tradiciones y la identidad, en la cual manifiestan:

“La Sierra Nevada es el Corazón del Mundo (Madre). Nuestros padres espirituales en sus hombros sostienen el equilibro del universo. El 21 de enero de 1987 se estructuró y formalizó la Organización Indígena Gonawindúa Tayrona, organización conformada por los pueblos Kogui, Arhuaco y Wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta. La Organización Gonawindúa Tayrona es el único órgano y vocero de los pueblos Arhuaco (Wintukwa), Kogi (Kagaba) y Wiwa (Arzario) ubicados en su jurisdicción. Su representante legal es el Cabildo Gobernador Juan Mamatacan.

El objeto de instituir una instancia de representación hacia el mundo exterior, algo novedoso para la cultura, fue definida por las autoridades espirituales (los Mamos) conscientes de la necesidad de entrar en relaciones formales y de mutuo respeto con el mundo exterior para mejor defender el territorio ancestral y salvaguardar la identidad cultural. Los Mamos que sembraron espiritualmente y trazaron el camino de la Organización Gonawindúa Tayrona fueron: Mama Jacinto Zarabata, Mamo Santo Moscote Alberto, Mamo Filiberto Moscote, Mamo Bernardo Mamatacan, el líder Adalberto Villafañe, y Mamo Ramón Gil Barros [4].

Por muchos años y a pesar de la arrolladora introducción de nuestra sociedad en las comunidades indígenas, los koguis han resistido en su territorio la llegada de la sociedad occidental, siguen conservando sus tradiciones, todos hablan lengua kogui, incluso son muy pocos los que hablan español, manteniendo su estructura familiar, social y cosmogónica milenaria.

Sin embargo, desde ya hace varios años se han venido incorporando muchos elementos de Occidente, como productos de la canasta familiar industriales como el aceite, las harinas, algunos granos, radios, baterías, jabones, utensilios de cocina, hilos para la fabricación de la ropa, entre otras; sumado los mercados que llegan de Acción Social. Los indígenas ahora son vacunados contra la malaria, el polio, tétano, entre otras vacunas para niños y adultos. Estos fenómenos han transformado el entorno de la Sierra. Ahora se encuentran plásticos en los pueblos, muchas familias dependen ahora de los mercados que entrega Acción Social, vinculando a las comunidades indígenas a las filas del asistencialismo del Estado, así como también los involucran en el conflicto social y armado que se vive en Colombia y que ha afectado notoriamente a los pueblos indígenas.

Según la Organización Nacional Indígena ONIC:

El conflicto armado interno que vive Colombia desde hace más de 50 años ha convertido en “víctimas desproporcionadas” a los indígenas. Desde 2002, más de 1.400 indígenas han sido asesinados, y se estima que 74 mil han sido expulsados forzosamente de sus hogares.

Un “modelo de desarrollo económico” que ignora los derechos de los pueblos indígenas a dar su consentimiento libre, previo e informado y les deja “más amenazados que nunca, dado el apetito del mundo desarrollado por los recursos naturales y las materias primas”. Las mayores amenazas que se citan son el petróleo, las presas hidroeléctricas y las plantaciones de aceite de palma.

“Pobreza, abandono institucional y discriminación estructural”. El informe determina que los indígenas de Colombia son los habitantes más pobres del país, y que carecen de acceso a cuidados sanitarios adecuados, a la educación y a servicios básicos. (…) El informe de la ONIC concluye con una serie de recomendaciones a las autoridades colombianas e internacionales y con dos mapas en los que se ubica a los 64 pueblos indígenas amenazados de extinción. Entre los que se encuentran los arhuaco, los kogui, los embera-katio, los awá, los kofán, los u’wa, los huitoto y los cuiba. [5]

Estos pueblos indígenas viven hoy en lugares llenos de riqueza en biodiversidad, lo que ahora significa un problema, pues los blancos como nos llaman y el capitalismo apunta sus intereses en regiones donde existen estos recursos naturales y biodiversidad; generando desplazamientos causados por la violencia política y económica, que buscan apropiarse de estos santuarios de vida.

“Al defender el derecho de los koguis a vivir y a gozar de su propia cultura, defendemos también nuestro derecho de vivir la nuestra y desafiar aquellas niveladoras del espíritu con que nos amenazan las grandes potencias del mundo moderno [6].

Es el derecho de los pueblos indígenas a continuar existiendo como cultura y nuestro deber protegerla.

Caminos que nos enseñan

Desde la incesante música de la selva que acompaña cada paso, hasta la exuberancia de los árboles de tamaños que al subir la mirada parecen hombres gigantes. Cada paso es diferente al anterior, cada montaña es un reto, el agua transparente de los ríos y los pozos paradisíacos que se forman; refrescan el espíritu y el cuerpo, las montañas de lejos se visten siempre de blanco con los vestidos de la nubes formadas por el agua de los picos nevados, el aire es húmedo y denso en los senderos, y en las mañanas, después de las noches de fuego en la Sajachi o casa de la Luna es fresco y ligero.

Cada camino y esfuerzo para llegar a un lugar se convierte en un placer, reencontrarnos con las raíces se transforma en un encuentro con uno mismo, una reflexión sobre la responsabilidad de nuestras acciones en el mundo. Y el andar nos señala que nada en la existencia es estático, y cada cosa que hagamos en él tiene un efecto y las causas son nuestras propias intenciones.

Siempre nos han enseñado que nuestros pasos están determinados por la búsqueda incesante de la “felicidad”, y que la felicidad se encuentra cuando tenemos “éxito”, y el éxito se encuentra cuando podemos consumir, comprar, generarnos cada días más necesidades que pueden ser consumidas y compradas a partir de la infelicidad y la explotación de otros que no son exitosos pero lo que quieren ser, una sociedad que parece un perro detrás de su propia cola.

El reto es encontrar en la vida misma, en las cosas más “simples”, desde nuestras raíces ancestrales, el verdadero pueblo, allí esta la auténtica felicidad. Buscamos la libertad que justamente nos quitan cuando buscamos el “éxito”, el reto es tener claro que la libertad no se doblega, no se aprisiona y el compromiso es construir libertad.
Libertad es poder conocer y caminar por lugares y sociedades que son poseedoras de un profundo conocimiento; darnos la oportunidad de romper con concepciones y esquemas construidos desde la orientación del consumo desbordado y narcisista.

Conocer a los koguis es una forma de conocer nuestras propias raíces culturales, de reevaluar nuestro quehacer en el mundo, nos muestra que hay otros caminos diferentes que aún construyen y mantienen la vida, desde el corazón del mundo hasta nuestros propios corazones.

[1Reichel-Dolmatoff, Gerardo. 1885. Los Koguis, una tribu de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia. Tomo I. Editorial: Procultura S.A. Pág. 15.

[2Dussan de Reichel Dolmatoff Alicia. 1999. Sierra Nevada de Santa Marta, Tierra de Hermanos Mayores. Editorial: Colina Travesías.

[3Dussan de Reichel Dolmatoff Alicia. 1999. Sierra Nevada de Santa Marta, Tierra de Hermanos Mayores. Editorial: Colina Travesías. Pág. 223.

[66. Ibid. Pag. 18