Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño
:: Antioquia, Colombia ::
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Prólogo del libro Nordeste antioqueño: Territorio en disputa. Entre la acumulación de capital y la alternativa campesina
Freddy Ordóñez / Viernes 5 de agosto de 2011
 

Jairo Estrada Álvarez*.

El libro Nordeste antiqueño: Territorio en disputa. Entre la acumulación del capital y la alternativa campesina [1], representa un muy importante aporte a las investigaciones que se han venido realizando en el país con el propósito de identificar y caracterizar las configuraciones asumidas por el proceso de neoliberalización en nuestro país, y de avanzar hacia un mayor entendimiento de los rasgos adoptados por la formación socioeconómica capitalista durante las últimas décadas. Se trata de manera específica, en este caso, del nordeste antioqueño: un territorio que condensa de manera ejemplar, tanto la tendencia histórica de la acumulación capitalista, basada en el ejercicio abierto de la violencia, como formas de resistencia y de construcción local de alternativas y de poder popular, que tienen como soporte los acumulados de la organización obrera y del movimiento campesino de la región.

De ello da cuenta precisamente CAHUCOPANA, una organización popular que ha logrado, en medio de la más intensa guerra contrainsurgente, no sólo sobrevivir y resistir, sino ante todo, elaborar y proyectar la idea de que aún en las condiciones más adversas, cuando se tiene la firmeza, la voluntad y la decisión política, es posible trabajar creativamente desde la cotidianidad para contribuir a superar las estructuras que pretende imponer la organización social y espacial capitalista y, al mismo tiempo, para atender las preocupaciones, las limitaciones y las carencias del día a día, con fundamento en el potencial dispuesto y desplegado por la organización, la cooperación y la solidaridad de los sectores populares. Se trata de una auténtica experiencia de poder localizado, que enaltece la historia del movimiento campesino y resalta el indiscutible lugar que éste tiene cuando se quiere pensar con seriedad la historia colombiana de las últimas décadas, bien sea a nivel nacional, o en el ámbito local.

Justamente ahí se encuentra el valor académico y político de este libro. Nos encontramos frente al relato, la voz y las propuestas analíticas y de teorización, formulados desde el campo de las clases subalternas. En ese cometido debe reconocerse la comprometida y juiciosa labor del joven investigador Freddy Ordóñez.

Los alcances del libro pueden dilucidarse con mayor fuerza, cuando hacemos un acercamiento a algunos de los tópicos de las transformaciones del capitalismo colombiano durante las últimas décadas. Por las características del trabajo preparado por CAHUCOPANA, quiero hacer énfasis en la reorganización geográfica del proceso de acumulación, apoyándome en algunas reflexiones de mi libro Derechos del capital. Dispositivos de protección e incentivos a la acumulación en Colombia, publicado en el año de 2010. Allí constaté que durante las últimas tres décadas el país ha vivido un incesante proceso de cambio y reconfiguración de su formación socioeconómica, en el que se ha interrelacionado la intensificación con la expansión geográfica de la relación social capitalista, y que tal proceso se encuentra inmerso y, es parte a la vez, de nuevas dinámicas de la acumulación que trascienden (y hacen estallar) la frontera nacional para adquirir dimensiones regionales y transnacionales.

La conjunción entre la lógica capitalista y la lógica territorial transcurre a través de una doble vía, interrelacionada y en diferente escala, en la que se encuentran las dinámicas externas con las dinámicas internas de la acumulación. No se trata simplemente de la imposición de una exterioridad (aunque también lo es). En sentido estricto, es un mismo proceso —complejo, contradictorio, conflictivo, desigual y diferenciado— que da cuenta, por una parte, de nuevas formas de constitución y de reproducción de la relación social capitalista, de una especie de racionalización forzada, arbitraria, del modo de producción. Por la otra, de la renovada estructuración del proyecto hegemónico, de la (re)conformación específica del poder clase.

La imposición de una nueva lógica territorial de la acumulación ha traído consigo el surgimiento y el despliegue, no concluido, de una nueva espacialidad capitalista. Tal espacialidad se fundamenta, por una parte, en la extensión de la relación social capitalista a territorios anteriormente no sometidos en forma directa o abierta a las dinámicas de la acumulación; por la otra, en la redefinición del papel de territorios ya vinculados a ellas. Ambos procesos se encuentran interrelacionados contradictoriamente, y articulados, en forma desigual y diferenciada a los circuitos transnacionales de la acumulación capitalista. La producción de nuevas dinámicas regionales, no sólo ha transformado el proceso de acumulación en su conjunto, sino la forma como éste se inserta en el proceso general de transnacionalización y desnacionalización. En Colombia, se está asistiendo a una transformación profunda del paisaje social regional, en diferentes escalas, incluyendo los paisajes urbanos.

Dado que la tendencia de la acumulación se encuentra vinculada con el abandono del proyecto político-económico de la industrialización dirigida por el Estado, y que la propia dinámica de este proyecto entró en crisis y no pudo responder a las demandas por nuevas formas de acumulación, la producción de una nueva espacialidad se encuentra asociada con la reorganización geográfica de los circuitos de la acumulación. En efecto, mientras que en la fase capitalista anterior el eje de la reproducción se encontraba en la región andina, en el triángulo Bogotá, Cali y Medellín, con salidas a los mercados internacionales por Barranquilla y Buenaventura, en la fase actual se observa un desplazamiento hacia nuevos lugares del territorio nacional, hacia la Amazonia, la Orinoquia, el Pacífico y el Atlántico, así como un ensanchamiento de la región andina a esa nueva dinámica de la acumulación. Esa transformación del paisaje ha producido (y continúa) produciendo una nueva economía [2], que ha socavado y prácticamente liquidado el viejo aparato productivo y de prestación de servicios, para provocar la emergencia de algo distinto que ya no se fundamenta en la producción nacional y mucho menos en la organización nacional estatal de la actividad económica. Se ha tratado de la muerte del proyecto político-económico del capitalismo productivo y del mercado interno.

Las bases de esa nueva economía descansan sobre la inserción plena y sin condiciones en las dinámicas transnacionales actuales de la acumulación capitalista. Esas dinámicas vienen produciendo, entre otros, una demanda creciente por energía y por materias primas de origen natural, presiones para el acceso a fuentes de agua y recursos de biodiversidad, exigencias para la generación de oxígeno, nuevos requerimientos a la disposición de la producción agrícola dado el cambio climático, y nuevas articulaciones con las empresas transnacionales criminales. Asimismo, exigen una organización distinta de los procesos de producción (industriales) y de prestación de servicios. Así como una creciente disposición hacia la lógica especulativa que impone el capitalismo financiarizado.

En consideración a lo anterior, lo que se ha venido observando durante las últimas décadas es un alistamiento del territorio, organizado, en gran medida, en función de esas dinámicas transnacionales, que vienen produciendo un reordenamiento territorial a escala planetaria, imponiendo una nueva división internacional capitalista del trabajo, con fundamento en los dispositivos de poder y de dominación activados por lo que bien ha sido caracterizado por Samir Amín como el imperialismo colectivo.

Para tal alistamiento se ha conjugado, en el caso colombiano, el diseño de las políticas de neoliberalización, con la preparación del marco jurídico-institucional correspondiente, y el ejercicio de la violencia. Nueva economía, alistamiento del territorio y acumulación violenta han ido de la mano.

Todo indica que la nueva economía, la que está emergiendo de las dinámicas territoriales de la acumulación, posee en lo esencial los rasgos de una economía de enclave, es decir, de una economía cuya disposición responde más a la nueva organización del capitalismo transnacional que a su articulación de acuerdo con una lógica de reproducción nacional.

Múltiples son los pilares de esa nueva economía en el caso colombiano: a) Energía (hidrocarburos, hidroenergía, agrocombustibles); b) recursos minerales; c) fuentes de agua, recursos de biodiversidad y vuelo forestal; d) agronegocios; e) producción de cocaína; f) plataformas para la exportación de bienes y servicios; g) economías de aglomeración en centros urbanos de alta densidad [3]. Esa nueva economía despliega sobre el colchón de la sobreexplotación y la precarización de las condiciones de vida y de trabajo de la población, el deterioro de la economía campesina y del trabajo rural, y la expropiación de bienes comunes al conjunto de la sociedad. Todo ello, inmerso en la tendencia financiarizadora de la acumulación capitalista.

La constitución específica de los pilares de la nueva economía se ha venido llevando a cabo a partir de múltiples dinámicas de la acumulación. Si tales dinámicas se examinasen por separado, pareciera ser que responden a un principio de desenvolvimiento autónomo y conducen a una nueva organización social local de la reproducción capitalista. Aunque esa perspectiva resulta útil para comprender algunos de los rasgos de la historicidad reciente de la acumulación capitalista, es insuficiente para una comprensión más compleja del proceso que se encuentra en curso. En realidad, las dinámicas regionales son las piezas del nuevo rompecabezas del proceso de acumulación transnacional que se viene llevando a cabo durante las últimas décadas en nuestro país. Es cierto, eso sí, que al tratar de dilucidar el lugar de esas piezas dentro de la tendencia general de la acumulación, resulta más fácil develar su articulación con procesos específicos de alcance transnacional, que la interrelación entre ellas mismas.

En el corazón de la acumulación regional se ha encontrado la lucha por la tierra. Su fundamento ha sido una redefinición sustancial de las relaciones de propiedad en el campo, basada en la expropiación (y el desplazamiento forzado) de millones de campesinos, de comunidades negras y de pueblos y comunidades indígenas [4]. Tal expropiación ha desnudado, cuando menos, la candidez de posturas intelectuales y políticas que de tiempo atrás, aduciendo mayores niveles alcanzados del desarrollo capitalista, desdecían de la cuestión agraria y de la existencia de movimientos asociados con ella. Evidentemente, las dinámicas de la acumulación transnacional, al tiempo que han redefinido la cuestión agraria, han puesto la tierra y el territorio en un lugar central. En los territorios en disputa y objeto de expropiación se encuentran justamente las fuentes de la nueva economía que se está constituyendo. Ello explica, en gran medida, el papel del paramilitarismo en la historia reciente colombiana y, en general, la tendencia del conflicto social y armado.

La nueva geografía del capital, la que ha emergido de la mano de las nuevas dinámicas regionales de la acumulación, ha demandado la ocupación de nuevos territorios, así como la desocupación o la reocupación de otros. La conformación de esa geografía, la necesidad de transformar radicalmente el paisaje social a fin de dar respuesta a la dinámica expansiva del capital, de dar cuenta de su lógica territorial, explica, en buena medida, el núcleo duro de la fase actual de la violencia capitalista. Desde allí, se explican también la imbricación del ejército estatal con grupos narcotraficantes y fuerzas paramilitares, de éstas con empresas transnacionales, la intervención imperialista a través del Plan Colombia y la instalación de bases militares estadounidenses en el territorio nacional; asimismo, algunos desarrollos legislativos, para darle un cauce institucional al proceso. El ciclo de violencia de los últimos treinta años, además de producir una mayor concentración de la propiedad sobre la tierra, ha provocado más de cuatro millones de desplazados forzosamente y decenas de miles de víctimas. En general, ha se tratado, sin duda, de genuinos procesos de acumulación por despojo.

Aún faltan elementos para una reconstrucción de la verdad histórica sobre las dinámicas regionales de la acumulación y el ejercicio de la violencia que las ha acompañado. No obstante, la evidencia existente permite afirmar que ésta se fundamentó en acuerdos políticos y alianzas entre el Estado, el paraestado, el capital transnacional, y el paraguas de la ayuda estadounidense. Tales acuerdos y alianzas se llevaron a cabo a través de diversos mecanismos, con sus especificidades propias, de acuerdo con las particularidades económicas, políticas, sociales y culturales de las respectivas regiones.

En la producción y activación de una maquinaria del terror, de la muerte y del exterminio físico y moral, es decir, en el disciplinamiento y el control social basado en la violencia, se encuentra una de las claves del cambio en el balance de poder clase y de la tendencia de la acumulación capitalista en Colombia.

El alistamiento y la nueva disposición del territorio han demandado, igualmente, una nueva geografía de la infraestructura. La reducción del tiempo de circulación, es decir, la tendencia a la anulación del espacio por el tiempo, se ha convertido en la actualidad en una de las claves de las nuevas posibilidades de la valorización capitalista. La infraestructura producida históricamente por el capitalismo colombiano estuvo concebida, en lo fundamental, en función de una organización del proceso de producción-reproducción basada en el mercado interno, aunque con salidas a los mercados internacionales. Tal disposición cumplió una función histórica; pero se agotó. Uno de los principales límites de la actual valorización capitalista se ha encontrado precisamente en la insuficiencia de la infraestructura existente.

La dinámica actual de la acumulación que, como se ha visto, articula la escala regional con el nivel transnacional, demanda corredores infraestructurales que garanticen circulación de las mercancías y, sobre todo, que aceleren la velocidad de rotación del capital. Pese a que hay un retraso evidente en el desarrollo de tal infraestructura y ello genera malestar en algunas facciones capitalistas, lo cierto es que, en materia de infraestructura, se encuentra en curso una transformación sin precedentes. Ese sector se ha convertido en uno de los espacios de salida a la sobreacumulación de capital.

Si se juzga por los planes gubernamentales y los diseños preparados por diferentes instituciones, en ellos se aprecia un despliegue infraestructural encaminado a darle salida a la producción al exterior, más que a la búsqueda del mejoramiento de la comunicación interna. Las nuevas carreteras, los ejes multimodales, las líneas de ferrocarril, los oleoductos, los gasoductos, los puertos (secos, fluviales y marítimos), los nuevos aeropuertos, están concebidos en gran medida en ese sentido. La expansión y modernización de la infraestructura se ha convertido en otro de los escenarios de los procesos de privatización, dado que la modalidad contractual predominante para la financiación de los proyectos son los contratos de concesión.

Por otra parte, es importante resaltar que algunos de los megaproyectos infraestructurales se encuentran incorporados dentro de una estrategia más compleja, de alcance suramericano, con la que el capital transnacional busca un mejoramiento de las comunicaciones entre los mercados de la región y la conexión del Atlántico con el Pacífico. Desde esa perspectiva, la estrategia de desarrollo infraestructural de la actual fase capitalista en nuestro país, también debe ser comprendida como parte de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Suramericana, IIRSA.

Durante los últimos lustros, se ha asistido igualmente al ensanchamiento de la infraestructura energética, con miras a evitar situaciones como la presentada al inicio de la década de 1990, que condujo a la racionalización de energía y afectó en forma sensible las condiciones de la reproducción capitalista. De acuerdo con los proyectos de inversión en curso, el capital también se ha dispuesto para cubrir la creciente demanda de energía. La actividad energética se encuentra conectada con los circuitos regionales (latinoamericanos) de transmisión de energía. Estos circuitos, como la generación misma de energía, tienden a ser controlados por empresas transnacionales con presencia en la región. El país también se ha erigido como un exportador de energía generada.

Las demandas por la modernización de la infraestructura también se han extendido al sector de las telecomunicaciones. En este caso, las transformaciones ocurridas durante las últimas décadas en el país son igualmente significativas. Del monopolio estatal se transitó a un negocio mayoritariamente en poder del capital transnacional. En el mismo sentido deben interpretarse los impactos que las dinámicas regionales de acumulación han generado sobre el negocio financiero. Las demandas por una creciente financiarización en el nivel regional son evidentes.

En suma, como se ha visto, la tendencia de la acumulación capitalista ha tenido en los escenarios regionales unas expresiones inusitadas. Ello se explica, en buena medida, porque es en una nueva geografía en donde se encuentran las fuentes de la acumulación transnacional y las nuevas posibilidades de la valorización capitalista. Esa nueva geografía, unida a los desarrollos infraestructurales y de abastecimiento de energía, al ensanchamiento de las telecomunicaciones y el negocio financiero, han producido una profunda transformación del espacio social. Se trata de procesos en pleno proceso de desenvolvimiento, no concluidos.

En este punto, es conveniente señalar que la producción de una nueva espacialidad no se ha circunscrito a los espacios rurales. También las ciudades vienen siendo sometidas a una nueva hechura. Para eso se concibieron justamente los planes de ordenamiento territorial. Las redefiniciones del espacio urbano vienen operando con la lógica que aquí se ha expuesto. Un buen número de nuestras ciudades ha estado o está actualmente en obra negra. El capital ha desplegado y continúa desplegando su potencial de inversión. Los espacios urbanos también contribuyen a resolver problemas de sobreacumulación.

En igual sentido deben considerarse las zonas especiales de comercio exterior, especialmente las zonas francas. Ellas son una expresión radical de cómo el capital viene reorganizando el espacio rural y urbano. En este caso, resulta novedosa la imposición de un concepto de espacios deslocalizados, pero crecientemente transnacionalizados.

Después de la normalización impuesta por la violencia capitalista a las dinámicas de la acumulación regional, está por verse cómo se configurarán y desatarán los nuevos conflictos sociales y de clase. En muchos de esos territorios que hoy conforman la nueva espacialidad del capital apenas se está en el alba de las nuevas conflictividades.

Las dinámicas aquí expuestas, me llevan a aseverar que resulta insuficiente la caracterización de la tendencia de la acumulación capitalista en términos de un proceso de reprimarización de la economía. Aunque, a primera vista, pareciera ser así, dado precisamente al carácter histórico de la acumulación, no hay retorno a formas de la organización capitalista de la producción y del trabajo existentes en otra época. A lo que hoy se asiste es al surgimiento y consolidación de una nueva división capitalista del trabajo, basada en una también nueva organización trasnacional del proceso capitalista de producción-reproducción. Tal organización le imprime su propia especificidad a la dinámica de la acumulación de capital.

Las configuraciones que asume la formación socioeconómica no pueden ser explicadas de manera exclusiva considerando la lógica capitalista que se ha expuesto hasta aquí. Al mismo tiempo, resulta imperativo tener en cuenta la tendencia de las luchas sociales y populares, la manera como las clases subalternas se organizan y, a través de diversas formas, resisten y confrontan el proyecto del capital, y propugnan por la construcción de alternativas. La acumulación capitalista, para ser comprendida, tiene que ser estudiada al fragor de la lucha de clases.

El libro Nordeste antiqueño: Territorio en disputa. Entre la acumulación del capital y la alternativa campesina, es precisamente una breve historia de la sangrienta acumulación de capital a escala regional y, de manera simultánea, el testimonio fundamentado de la resistencia y el poder popular, ilustrados especialmente a través del movimiento campesino. El libro permite entender, a partir de un caso específico, cómo se constituyen y consolidan proyectos de dominación de clase a escala regional y, en oposición a ello, cómo se organiza y despliega el proyecto de las clases subalternas. En este último aspecto, se trata de una investigación que aborda en forma sistemática la experiencia de construcción de una territorialidad campesina en el nordeste antioqueño para oponerla a la territorialidad capitalista. Esa territorialidad campesina se ha enmarcado dentro de aquellas construidas en la región del Magdalena Medio y, a su vez, dentro de las que se dan en el Valle del río Cimitarra. Se trata también del encuentro de experiencias propias y compartidas al mismo tiempo. Me refiero a las experiencias de la Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra, ACVC y de la Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño, CAHUCOPANA, en sus luchas por la zona de reserva campesina.

Para los estudiosos de proyectos alternativos y de la constitución del poder de clase, la experiencia examinada en este libro es muy ilustrativa. Aquí se da cuenta, a escala local, de la posibilidad real de procesos de construcción de poder popular, de lo que representa el despliegue de la potencia del poder de resistencia y de transformación inmerso en las clases subalternas, en este caso, en el movimiento campesino.

* Profesor asociado del Departamento de Ciencias Políticas de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia y Director del Instituto Latinoamericano para una Sociedad y un Derecho Alternativos, ILSA.

[1Ordóñez Gómez, Freddy. Nordeste antioqueño: Territorio en disputa. Entre la acumulación de capital y la alternativa campesina. Bogotá: Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño – CAHUCOPANA, julio de 2011. 152 pág.

[2La expresión nueva economía no se usa en consideración a que se estuviese asistiendo a un tipo de organización de la producción-reproducción basada en el cambio científico-técnico. Simplemente, lo que se busca es registrar una ruptura frente al tipo de economía de la fase capitalista anterior.

[3En el caso de las fuentes de agua, los recursos de diversidad y el vuelo forestal, aún están por desatarse con toda fuerza las dinámicas de acumulación. En el caso de los otros pilares, pese a sus trayectorias históricas distintas, es evidente que ya se han erigido como tales y que se encuentran en procesos expansivos.

[4De esa forma se ha incrementado dramáticamente el ejército industrial de reserva en las ciudades receptoras de los continuos flujos de desplazamiento forzado, generando una presión adicional sobre las ya precarias condiciones del mercado de trabajo.