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Elecciones y lecciones
Jairo Estrada / Sábado 5 de noviembre de 2011
 

El reciente proceso electoral invita a una reflexión que trascienda la estadística de los resultados. Si la mirada se enfoca hacia las trasescena, son varios los aspectos que se podrían destacar:

1. Las configuraciones criminales y mafiosas del régimen político colombiano están lejos de superarse, pese a la campaña mediática desplegada con el fin de debilitarlas. El mapa político muestra con claridad que la organización del territorio con fundamento en el ejercicio de la violencia paramilitar –en connivencia con fuerzas estatales y sectores del empresariado privado– ha tenido, entre otros, el efecto de la institucionalización de poderes locales, que ahora –legalizados– se reproducen mediante el procedimiento electoral. De ello dan cuenta los resultados electorales en varios departamentos y en un sinnúmero de municipios a lo largo y ancho del territorio nacional.

2. La institucionalización de poderes criminales y mafiosos no ha sido posible o es mucho menos notoria en los grandes centros urbanos. Allí la dinámica electoral parece tener sus especificidades. La conformación de una variable “democracia de opinión”, en la que las fabricaciones mediáticas ocupan un lugar central, parece ser una de ellas. Se trata de corrientes de opinión expresivas de la constitución de ciudadanías urbanas pasteurizadas, cuya percepción fluctuante deviene en fundamento de la alternancia electoral y de la gobernabilidad democrática. Un cierto progresismo y una ética de capas medias son algunos de sus rasgos distintivos.

3. El sistema político, en la forma de sistema de partidos, continúa caracterizándose por su fragilidad y precariedad, lo cual pone en duda los alcances mismos del ejercicio democrático liberal por la vía electoral. No sólo es notoria la ausencia de organización partidaria formal, sino ante todo la inexistencia de propuestas programáticas –salvo excepciones– que apunten al debate público y ciudadano. En realidad, lo que se activa en forma consuetudinaria son maquinarias electorales, organizadas en algunos casos como empresas capitalistas cuya tasa de ganancia depende de los resultados. Si se gana, la inversión realizada será recuperada a través de la captura de rentas del Estado. Por ello, la corrupción es inherente a la forma de organización del sistema político y de partidos, y deviene en forma importante de acumulación capitalista.

4. Las ausencias programáticas son compensadas con la activación de los variados y creativos dispositivos del marketing electoral. Como ocurre en toda relación de mercado, se trata de realizar una mercancía, con un valor de uso determinado. El discurso político y la propuesta programática devienen en simulación organizada, concebida a la medida de una demanda potencial, previamente estudiada. La competencia electoral se constituye en empresa por el control del mercado y por la captura de nichos de indecisos. Se trata de una organización capitalista del ejercicio democrático, caracterizada por una creciente extensión e intensificación de la lógica mercantil. Todo ello dificulta aún más la identificación de los fundamentos teóricos e ideológicos de los proyectos políticos.

5. La escenificación del ejercicio democrático en la forma de mercado electoral explica la constitución recurrente de “nuevos” proyectos políticos. Muchos de ellos se hacen en el proceso electoral mismo, se van prefigurando al ritmo de las encuestas. La historia política reciente es prolífica en el surgimiento de “partidos” o “movimientos”, que se anuncian incluso como alternativas. Los ejemplos del Partido de la U, del Partido Verde y, ahora, de Progresistas –anunciado como el proyecto político del siglo XXI–, son suficientemente ilustrativos. En la mayoría de los casos, tales proyectos se configuran en torno a la figura de un líder carismático, cuya mayor o menor aceptación depende del tratamiento mediático.

Si la mirada se orienta a un examen de los resultados, se podría afirmar:

1. El gobierno de Santos avanzó en su empresa de lavado de fachada ensangrentada y de posicionar la idea de una transición de ruptura con las prácticas del régimen de la “seguridad democrática”. Sin que se haya producido un cambio definitivo en la correlación de fuerzas en el bloque de poder, es evidente que el uribismo –pese a mantener y considerar algunos poderes regionales y locales– salió debilitado. Lo que sigue serán seguramente realinderamientos en el Partido de la U y disputas por su control. La demanda por la dirección formal de Uribe no es mera casualidad.

2. El Partido Liberal es uno de los beneficiados. Su recuperación con relación a las elecciones parlamentarias y presidenciales es notoria. Tras el marchitamiento de la última década, su adhesión a la Unidad Nacional parece estar rindiendo frutos. En el Partido Conservador, por el contrario, se pudo evidenciar lo que estaba oculto por su seguimiento irrestricto a las políticas del anterior gobierno: una debilidad estructural y una carencia de proyecto político y de cuadros.

3. El Partido Verde aunque tuvo resultados favorables en algunas (pocas) regiones del país, terminó de perder la imagen de probable opción política ciudadana que había logrado capturar en las elecciones presidenciales. Demostró ser una fuerza política que en nada se diferencia de las prácticas que anunciaba combatir al primar el pragmatismo y el oportunismo político. Se perfiló definitivamente como una fuerza del centro a la derecha política.

4. La proliferación de coaliciones regionales y el triunfo de personerías más que de partidos o movimientos políticos es un indicador preocupante de los resultados electorales que desdice, como ya se dijo, de la calidad del sistema político. El espectro político de tales coaliciones y personerías es muy amplio e incluye a la llamada parapolítica.

5. El Polo Democrático Alternativo sufrió una derrota contundente, independientemente de algunos resultados locales favorables, como el de Cali, que podrían destacarse. Tal derrota tiene múltiples explicaciones. Sin duda actuaron en su contra la campaña mediática, el deslinde tardío de las prácticas corruptas del gobierno de Samuel Moreno en Bogotá y su debilidad organizativa. No obstante, el problema parece ser más de fondo: se trata de la naturaleza del proyecto político. Todo pareciera indicar que tal proyecto devino en proyecto meramente electoral, con una desconexión fuerte con las luchas sociales y populares, con una dosis fuerte de cretinismo parlamentario y sometido a la democracia de opinión, justamente por ello. La opinión simplemente mudó hacia nuevas ofertas.

Lo de Progresistas es por lo pronto un fenómeno de opinión, que puede tener múltiples lecturas que escapan al propósito de esta nota editorial. Sería prematuro decretar el surgimiento de una nueva fuerza política, dada la inexistencia de organicidad y de definiciones programáticas como se entienden éstas en el campo de la ciencia política. Si el proyecto se juzga por el discurso político, se podría afirmar que éste es ecléctico y no se inscribe, en sentido estricto, dentro de una tradición que siquiera pudiera caracterizarse como socialdemócrata. Se trata de un discurso, eso sí, que recoge algunos de los temas que están el centro de los debates teóricos y políticos actuales.

Los resultados electorales deben llamar a una profunda reflexión a los proyectos políticos de izquierda que han hecho sus apuestas y encauzan la mayor parte de sus esfuerzos hacia los ejercicios electorales. Tal reflexión arranca por la valoración de la forma de funcionamiento de la democracia liberal y de las posibilidades transformadoras y de construcción de la política que de allí se pueden derivar. Asimismo, por indagar por el movimiento real, por el lugar natural de todo proyecto político de izquierda: las luchas sociales y populares, sus resistencias, su cotidianidad, sus variadas formas de construcción de poder. No perder el pulso al movimiento se constituye en tarea fundamental, más aún cuando la tendencia de la acumulación capitalista anuncia –y viene mostrando– una dinámica de la conflictividad social y de clase, que puede devenir en proyecto con posibilidad contrahegemónica si están presentes esfuerzos de organicidad y politización necesarios. No se trata del falso dilema entre las formas de lucha. Es más un asunto de lectura del momento histórico.

* Editorial de la revista Izquierda, No.17. Noviembre de 2011. pp. 68 – 70.