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Marcha Patriótica: ¿De dónde salió tanta gente?
Y así los vimos pasar, de ida y vuelta a los buses, a campesinos que no estamos acostumbrados a ver. Como salidos del pasado, con sus manos gastadas, la piel arada por el sol, abrigos improvisados sobre ropa de tierra caliente
Julieta Lemaitre / Lunes 30 de abril de 2012
 

Circulan todo tipo de cifras entre 18 mil y 50 mil- no se sabe a ciencia cierta cuántas estuvieron en Bogotá en la marcha patriótica. Y es difícil hacer el cálculo, que usualmente parte del hecho/rumor que la Plaza de Bolívar se llena con 20 mil. Como la fila llegaba por la séptima hasta el Terraza Pasteur de la 26, calculemos 30 mil marchantes; muchos eran campesinos venidos en buses que formaron luego descomunal trancón al intentar retornar a las agrestes fronteras del país.

Y así los vimos pasar, de ida y vuelta a los buses, a campesinos que no estamos acostumbrados a ver. Como salidos del pasado, con sus manos gastadas, la piel arada por el sol, abrigos improvisados sobre ropa de tierra caliente. Eran hombres y mujeres sin niños, porque bien duro que era ya salir en la noche a Bogotá 10 o 12 o 16 horas para llegar a marchar, y luego agarrar el mismo bus de regreso, parando apenas en alguna tienda a ir al baño y tomarse uno o dos tintos, durmiendo con el peso contra la ventana empañada o contra el vecino tibio.

Lo que le preocupó a la prensa en Bogotá es que estas personas fueran o no animadas, empujadas o lideradas por las FARC; no de qué mundos vienen, quienes son, cómo se llaman, qué quieren.

Hace poco estuve en uno de esos lugares. Como fui por trabajo, tomé el avión de Satena que lo lleva a uno a Villa Garzón en el Putumayo, luego de sobrevolar en su esplendor la frontera agrícola del piedemonte amazónico. Desde la ventana se ve el surco de los ríos, las cicatrices de la tala, los campos despejados, la montañas improvisadas de troncos, las casitas con el fuego encendido, los claros con vacas, y la imponente selva. Se aterriza al lado de una estación antinarcóticos que es un bunker comido por el moho y la humedad, de donde salen y aterrizan en intensos espasmos gavillas de helicópteros artillados. El vuelo estaba lleno de funcionarios públicos y funcionarios de la petroleras, algunos con pinta de ingenieros, otros con pinta de antropólogos (haciendo “consulta previa” con los indígenas y negros que viven en los muchos “polígonos” (así le dicen) de exploración…) También llegué con la familia de un oficial de alto rango, que la venía a recibir lleno de escoltas, usando el uniforme del batallón de la selva, que anuncia en cada extremidad el tipo de sangre del soldado que lo usa.

Subí en un taxi por un carretera serpenteante 45 minutos a Mocoa. Atrás quedaba el valle y sus polígonos, algunos con inmensas velas humeantes donde queman el gas, y Villa Garzón con su intimidante pasado de dominio rampante de los paramilitares que, al decir de un pasajero de las petroleras, tenían hasta retén en la plaza del pueblo.

En Mocoa mis estudiantes, que vienen trabajando con organizaciones de población desplazada en Mocoa, me tenían preparadas unas reuniones y unas entrevistas. Una de las entrevistas no se pudo dar porque la señora, abogada indígena, que venía de trabajar con la Defensoría del Pueblo, le tocó salir corriendo a Ecuador por amenazas de las Águilas Negras. Allá está en Quito vendiendo cosméticos de puerta a puerta. Otra entrevista quedó para el siguiente viaje, pero la señora, trabajadora social de una ONG que hacía talleres en colegios en todo el Putumayo, le tocó salir volada porque la amenazaron las FARC. Otro contacto posible, Eladio Yascual, lo mataron también por esa época, sin que se sepa mucho por qué fuera de que le acababa de mandar a la Silla Vacía unos documentos denunciando irregularidades del alcalde.

En unas de las entrevistas que sí logré hacer la señora me mostró la casa que logró con subsidios y apoyos a los desplazados. Es una casa de dos cuartos, con techo de zinc y piso de cemento pulido pintado de rojo, donde todo estaba limpio y en su sitio, menos la moto vieja parqueada en la sala junto a las cómodas sillas rimax que son el mobiliario. Me mostró su patio donde se maduraba el plátano y unas piñas, estaba el fogón grande (de leña) y las gallinas del vecino picoteando alegremente. Usted nos ve así como muy bien, me dijo, pero abre la despensa y no hay nada de comer (la pobreza es el dato agobiante que confirman las encuestas a desplazados de todo el país).

La señora había llegado a Mocoa hace diez años, del sur, después de participar en las marchas cocaleras de los noventa, y justo cuando el embate paramilitar dejó por cuentas muy conservadoras unos dos mil civiles asesinados en unos pocos años. Otra persona entrevistada por el equipo le dijo a la estudiante, qué tal toda la atención por la masacre de El Tigre (26 muertos,) si como esa hubo muchas que ni salieron en la prensa.

A estos desplazados- cerca de la mitad de la población de Mocoa son desplazados de todos los puntos cardinales- les tocó la bonanza de DMG con los que muchos perdieron lo poco que tenían y muchos ganaron siquiera para una moto. La pérdida se la achacaron no a los de DMG tan generosos, sino al gobierno de Uribe que sólo para eso pensó en ellos. Ah, y para fumigarlos cuando estaban sembrando coca en el sur del Putumayo, viviendo más tranquilos o por lo menos con más comida, y hasta plata, que ahora. Pero eso fue hace rato y el dinero hoy es escaso- incluso en físico, como se ve por los pocos billetes gastados que circulan en un lugar donde nadie, que supiéramos, recibe por pago algo distinto al efectivo.

La señora con la que hablé sueña con una reparación que le permita comprar sus propios pollos en lugar de andar espantando los del vecino de su patio. Además, está preocupada por la desbancada que se viene por vía de la ley de víctimas de las organizaciones ya establecidas de desplazados, incluyendo la de su barrio donde ella, por épocas, ha sido líder. Más que todo por esa preocupación fue que tomó el bus las 12 horas de Mocoa a Bogotá, caminó de la plaza de toros a la Plaza de Bolívar, y de vuelta al bus, y de regreso a casa otras 12 horas más. Quizá vino también por el paseo, porque es escéptica frente a una plata que no sabe por dónde es que les va a llegar a la gente. Y escéptica con razón si consideramos que desde 1994 todos los gobernadores de elección popular del Putumayo han tenido investigaciones de por medio, así como los últimos tres de Mocoa.

Supongamos que algunas de estas personas vinieron porque las FARC las animó u obligó a ello o porque son parte de la base social de quien ha mandado por tantos años en la selva. ¿Por qué es este el dato esencial sobre los campesinos que vinieron? ¿No hay acaso cosas más importantes de qué hablar con ellos?