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Vallvidrera
César Jerez / Sábado 27 de octubre de 2007
 

Fundador y redactor de la Agencia Prensa Rural. Geólogo de la Academia Estatal Azerbaijana de Petróleos (exURSS). En Bakú obtuvo una maestría en geología industrial de petróleo y gas. Es profesor y traductor de idioma ruso. Realizó estudios de gestión y planificacion del desarrollo urbano y regional en la Escuela Superior de Administración Pública -ESAP de Bogotá. Desde 1998 es miembro de la ACVC. Actualmente coordina el equipo nacional dinamizador de Anzorc. Investiga y escribe para diversos medios de comunicación alternativa.

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Marzo, 2003. Manuel Vázquez Montalbán en su casa de Vallvidrera (Barcelona).

450 metros sobre el nivel del Mediterráneo. Aquí, al lado de la antena de Foster, dentro del parque natural de Collserola, se encuentra la localidad de Vallvidrera. El santuario del Tibidabo corona los cerros. Entre estas montañas y el mar azul al fondo se encuentran, abajo, 1.650.000 catalanes de diferente origen, en la ciudad de Barcelona.

El panorama me recuerda a Todo sobre mi madre, sólo que ahora es mediodía. En esa película, la música senegalesa de Ismael Lo con su Tajabone y las luces de Barcelona hacen estremecer la piel a cualquiera que haya aprendido a querer esta ciudad. Pienso en Almodóvar y digo: “¡Qué marica!”.

Vallvidrera, casa número 63, rompo el silencio con un timbrazo. Mientras espero, observo a mis acompañantes que se acercan y trato de definirlas en breves palabras. Alexia: turrón y volcán. Irati: río vasco y montaña. Cuatro pueblos en sus sangres, con todo lo que eso implica para mi felicidad o para mi salud.

Abre la puerta una mujer de unos 60 años, de mirada buena. Me observa con el asombro de ver a alguien a quien no conoce.

- “¿Es la casa de Manuel Vázquez Montalbán?”, pregunto.

- “Sí, soy su mujer”, responde.

Desde hace mucho tiempo tenía curiosidad de conocer la casa donde escribió Montalbán. Hace cuatro años, un 17 de octubre del 2003, el camarada moría lejos de esta casa, víctima de un ataque conjunto de colesterol, alta presión y bienestar, en el aeropuerto de Bangkok. El paro cardiaco lo cogió mientras esperaba en Tailandia un avión que lo llevaría a Madrid. Venía de Australia. Al final “los retos de la fontanería cardiaca”, como él mismo definió su enfermedad, le ganaron la partida.

Montalbán fue uno de los escritores catalanes más universales, había nacido en Barcelona el 27 de julio de 1939. Se definió a sí mismo como: “periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé (hincha del Barcelona) y prolífico en general”. En realidad sus obras son una mezcla afortunada y bien hecha de todo lo anterior. Fue un ilustrado crítico del capitalismo, del franquismo, de la transición a la democracia en España, de la derecha. Su último libro lo dedicó a una persona que representa de manera perversa todo lo que Montalbán denunció durante su vida, lo tituló La Aznaridad.

Fue comunista, miembro del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Su libro Asesinato en el comité central, en el que Carvalho, su personaje autobiográfico, se dedica a investigar el asesinato del secretario general del Partido Comunista Español, con la ayuda de la buena mesa, el buen vino, el buen sexo, los vapores del orujo y su experiencia de ex militante, sin duda representa una de las mejores radiografías literarias que sobre los comunistas se haya escrito.

A su mujer le hizo gracia saber que hombres queridos de medios alternativos como David Moreno y Jorge Ardila, fueron los iniciadores de mi tardía admiración por su esposo. De ella supe que se mudaron a Vallvidrera desde 1978, que antes vivieron cerca del campo del Barcelona Fútbol Club, que dos años antes de morir él, visitaron Colombia y que quedaron gratamente impresionados con nuestro país.

Le conté muchas cosas en un rato breve, quedamos de vernos luego. Al despedirnos sólo pudo decir que le hacía muy feliz que nuevas generaciones de escritores y periodistas en Colombia leyeran a Manolo. Mientras nos estrechábamos las manos la nostalgia humedecía sus ojos esclarecidos por un sol sahariano.