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La fuerza de las obras
Jorge Montenegro / Jueves 1ro de noviembre de 2007
 

La fuerza de las obras es más poderosa que cualquier diatriba y que innumerables discursos. En la propia casa lo comprobamos, pues no es con gritos y con castigos como nuestros hijos aprenden y ponen en práctica las normas. De nada sirven los consejos y los rezos si éstos no van acompañados del ejemplo. Nos sucede como al niño que sale a la puerta para ver quién golpea y luego regresa para decirle a su madre que es un señor que arregla licuadoras. La mamá escucha al hijo y luego le dice: “Papito, dile al señor que no estoy, que vuelva más tarde”. El niño, con la inocencia de todo infante, va y le dice al hombre: “Mi mamá le manda decir que no está, que vuelva más tarde”. Y seguramente el niño ha oído muchos sermones de la madre inculcándole la necesidad de andar siempre con la verdad. Hay muchos casos parecidos a éste que nos suceden a diario en el hogar.

Pero este caso citado sirve para ilustrar una situación que pasó en días anteriores en la jornada electoral. Quienes pensamos diferente de los oligarcas de este país notamos la forma indecente e inconstitucional de hacer política del presidente de la República. Al estilo de una mamá o de un curita de pueblo, hizo unos consabidos discursos desprestigiando a un candidato de la oposición. Y lo peor es que siempre ha dicho que es un defensor de los buenos modales, de la democracia auténtica y demás valores afines. Como dicen en los campos boyacenses: “Un burro hablando de orejas”. ¡Qué poca argucia política! Faltó que dijera que por no votar por ese candidato no se recibiría el perdón de los pecados.

Pero ante la impotencia de las palabras y las calumnias, rebosa el poder de las obras. No valieron los ruegos de abuelo antioqueño, pues las obras ejecutadas en la actual administración del Distrito hablan por sí mismas. “Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”. Los bogotanos dimos buena cuenta de nuestra elección, siguiendo lo que se ve, lo que se puede tocar, no las meras argumentaciones falaces e indecentes, típicas de un politiquero que hace las veces de títere de los que mandan en el país.

La lección es clara y ojalá la aprendan los falaces y embaucadores que saben hacer politiquería sucia. Y ojalá a los electores también nos quede clara la consigna: “Obras son amores y no buenas razones”. Cuando los hechos hablan no hay argumentación que valga para contrariarlos. Como en el caso del niño, los argumentos sobre valores y demás virtudes que se deben tener para vivir en la sociedad quedan por el piso, no sirven de nada, pues lo que se aprende y se vive es lo que se ve y se siente. Al niño se le pueden proyectar los mejores videos sobre valores y se le puede indicar todas las consecuencias de no decir la verdad, pero mientras no vea que sus padres cumplen lo que dicen, todo será letra muerta.