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Debate
Los mitos y los ritos
Alfredo Valdivieso / Martes 21 de agosto de 2012
 

El régimen capitalista (modo de producción capitalista; superestructura capitalista) como todo en la naturaleza, de acuerdo con las tesis dialécticas y la comprobada evolución general de la vida y la sociedad, es un sistema cambiante, que no permanece estático, como no lo permanecen sus contradicciones internas, sus variantes, perspectivas y nuevas formas de desarrollo.

El marxismo (que según el estudio de Henri Lefebvre no debería llamarse así, sino más bien algo como ‘societología’ o sociología científica) nos indica que el devenir, es decir el movimiento con su entraña, hace que nada permanezca igual en la naturaleza. Y en esto juegan las formaciones sociales: el capitalismo y su fase ‘superior’, el imperialismo, para hablar de las existentes y quizá más estudiadas.

Cuando el conde Claude-Henry de Saint Simon, especialmente en sus ‘Cartas Ginebrinas’, diseccionó la Gran Revolución Francesa y puso al descubierto que fue el resultado de una “lucha de clases”, nos puso al corriente de que en toda sociedad unos intereses, que chocan contra otros, pueden llevar a reverberaciones que generen una revolución. (“descubrimiento genial”, lo llamó F. Engels). Es que la naciente y emergente burguesía aún no dueña del poder político (que sí del económico) en su lucha por sacar del poder a la nobleza se apoya en los proletos, en los sans culottes, pero en su mismo devenir, la burguesía desde el poder no duda en dar inicio a la más cruel persecución contra la clase desposeída en que se apoyó, el proletariado, diseñando desde la Asamblea Nacional, entre otras medidas, a la llamada ley Le’Chapelier, que criminaliza la organización y la acción de los trabajadores, entre otras la huelga, consagrando desde azotes, cárcel, hasta la pena de muerte contra los ‘instigadores’. El conde de Saint Simon no alcanza a comprender a profundidad actos de resistencia y lucha como la ‘Conspiración de los Iguales’, encabezada por Babeuf, y lo que deja como ejemplo y legado.

El marxismo ha descubierto la realidad natural, histórica y lógica de las contradicciones, y puso de manifiesto que entonces, partiendo del modelo típico de la Gran Revolución Burguesa de Francia (1789-1799) la burguesía es una clase totalmente diferente del proletariado y se apoya en éste para acceder al poder, para conservarlo, o para defenderlo; pero que jamás lo compartirá con él, salvo que el proletariado sea completamente instrumental y dócil a sus intereses y actúe como peón de brega, sin aspiración a desbancar del poder a su clase oponente.

El proletariado, entonces, en su lucha por el poder conoce altibajos; debe llegar a alianzas aun con parte de su clase adversaria, y debe priorizar eventos y elementos, puesto que la búsqueda del poder es un proceso. Es en estos eventos cuando surge, o puede surgir –no es inevitable– una parte de la burguesía como ‘burguesía nacional’, que coincide con el proletariado en cosas como la defensa de la soberanía –en todos o alguno de sus aspectos– o en la defensa de libertades públicas. Por lo general ese sector de la burguesía, ‘burguesía nacional’, es compañero temporal y no definitivo de las luchas de los trabajadores.

Cuando ejemplos como el de China: la alianza de proletarios y campesinos con una ‘burguesía nacional’ en la lucha contra la invasión y ocupación japonesa, se pretenden copiar mecánicamente, sin tener en cuenta las condiciones particulares, se cae en El Mito. El marxismo –gustaba decir Lenin– es “el análisis concreto de la situación concreta”; y si una persona o una agrupación, en especial si es un partido, pretenden aplicar el método marxista, no deberían enarbolar el mito como su brújula.

En casos como el de Colombia la llamada ‘burguesía nacional’ no tiene unas delimitaciones para considerársele ‘progresiva’, pues su lucha contra las consecuencias, no contra las causas de sus males, tiene más la connotación de una lucha ‘estomacal’ y defensa exclusiva de su faltriquera; pero en su accionar no duda en hacer alianza de conveniencia (que es uno los ‘principios’ de la burguesía) y por eso los narcotraficantes combatidos con la ‘guerra contra las drogas’, sufrieron y han sufrido del embate mancomunado del imperialismo (por razones no morales sino económicas: salida del flujo de sus divisas) y de la burguesía, incluyendo la ‘nacional’, por dos razones esenciales: su intento de disputarle el poder a esa misma burguesía, y su método aplicado con el tiempo y tras ver las traiciones, de no irrigar parte de sus ganancias fabulosas con esos sectores de la burguesía que al comienzo los usufructuaron pródigamente. Porque aquí es donde juega eso de la alianza de conveniencia: la burguesía ahora en guerra contra los narcos, fue la misma que acudió a dichos señores, en especial desde los años 80 del siglo XX, para obtener de su ‘generosidad’ el salvamento de empresas, la adquisición a precios exorbitados de sus bienes y tierras, etcétera.

Y esa misma burguesía hoy es aliada de los latifundistas y terratenientes, creadores y aupadores del paramilitarismo, entroncado con el narcotráfico, que se fundó como instrumento no para combatir a las guerrillas (como ha quedado demostrado hasta la saciedad) sino para defender los intereses de sus creadores –y de grandes burgueses, en especial agroindustriales– que en esa ‘defensa’ masacraron –y lo siguen haciendo– al movimiento obrero, al campesino, y a todo el movimiento social que se oponga a sus designios y a sus intereses. Las masacres, desplazamientos, confiscaciones que han generado a lo largo y ancho del país los protegidos de latifundistas y grandes burgueses, tienen como norte esencial la acumulación capitalista, y solo en segundo término un componente de contrarrevolución preventiva. Es un principio de la burguesía en general, la búsqueda de alianzas, acuerdos y coaliciones con quién sea, siempre y cuando le represente llenar su bolsa. Al respecto el mismo Lenin nos advertía que “la burguesía está dispuesta a hacer fila a codazos para vendernos el lazo con que la vamos a ahorcar”; aunque pareciera que los que hacen fila hoy, son unos sectores que se reclaman del proletariado y de su vanguardia, que no van a vender sino a comprar el lazo.

Por eso el mito de la burguesía nacional debería ser estudiado a lo marxista, con la recomendación de Lenin, “el análisis concreto…”, para no caer en el Mito. Porque junto a todo este panorama, cuando la falta de análisis del mito se convierte en una especie de diseño táctico y hasta estratégico para el logro de las metas, fácilmente se cae en el Rito de privilegiar alianzas, acuerdos y compromisos con el mito, sin consideraciones de principio.

El Mito entronizado en capilla para su respectivo Rito ha llevado inexorablemente a que los sectores que lo idolatran, aun llamándose proletarios, privilegien acuerdos con los sectores de esa ‘burguesía nacional’ –su mito– y en contra de obreros, como los cañeros más recientemente; pero también a que se vea que expresiones que encarnan a los campesinos (enemigos de los latifundistas y terratenientes, a su vez aliados del mito) como es la Marcha Patriótica, les pueda impedir fortalecer su alianza, o más bien genuflexión a su mito. Una especie de advocación es la que se ha producido, en esa línea, por los principales defensores del mito, en la reunión del CEN del PDA del 9 de agosto, en que usando de un baremo falso, se excluye a quienes hacen otra lectura sobre el mito de la burguesía nacional en la Colombia de hoy.