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La rebeldía campesina, indígena y afro: Derecho legítimo de los caucanos
Eliecer Morales / Lunes 24 de septiembre de 2012
 

La población del departamento del Cauca es mayoritariamente rural (63%); de igual manera es un territorio intercultural. Las tierras de esos pobladores rurales son pequeños microfundíos, en los mejores casos, ubicados principalmente en las laderas de las montañas y presionados poco a poco a ampliar la frontera agrícola especialmente en las zonas paramunas y el altiplano pacifico, porque las tierras planas y fértiles son de terratenientes y cañeros.

El país está en deuda con el Cauca; históricamente la dirigencia caucana se ha caracterizado por ser una clase sociopolítica cimentada en modelos feudales, aristocráticos y conservadores.

Mientras otras regiones del país evolucionaban a modelos capitalistas parcelarios, nuestro departamento quedó anquilosado fruto de esa mentalidad precapitalista de quienes se adueñaron del poder económico y político. La hacienda, el terraje, el peonazgo, campeó hasta los albores del presente siglo; aun campean en zonas donde el gobierno nunca quiso redistribuir la tierra, mucho menos sus dueños. La aparcería y el peonazgo es el factor común, hoy en día.

Sin embargo, es necesario resaltar la fuerza indomable que históricamente demostraron muchos hombres y mujeres explotadas y excluidas, que no admitieron el yugo extranjero, ni el látigo esclavista, el inhumano pago del jornal del terrateniente, la discriminación social y étnica del autollamado linaje payanés, ni el monopolio político de ciertas familias. Negros, indios y campesinos dignos de un espacio en la historia de las luchas, se levantaron y se levantan para decir ¡no más¡. Regresan a la memoria nombres como Ciro Trujillo, Sinencio Mina, Quintín Lame, Avelino Ull, entre otros, que entregaron su vida por transformar la realidad y reclamar los derechos negados para negros, indios y campesinos en el Cauca.

Muchos de estos oprimidos entendieron, que así habitáramos otros territorios, perteneciéramos a otra organización, habláramos otro idioma, la piel fuera más oscura, el determinador de sus desgracias era el mismo. Para sus victimarios, esas diferencias se subordinaban al momento de enquistarse en el poder y mantener sus privilegios.

Pero la dirigencia política Caucana no es una isla, hace parte de la estructura de poder oficial de Colombia, en ella se nutre y respalda. Su debilidad e ilegitimidad se ampara en los poderes nacionales que a fuerza de fusil ha dictaminado el destino trágico de esta hermosa región.

De otro lado, el gobierno tratando de diezmar esas luchas populares, utiliza perversamente tácticas divisionistas para quienes resisten y se legitiman como sujetos políticos propositivos. El dinero (como siempre) vuelve y juega su papel histórico negociador y de cambio. Privilegios entre iguales rompen el tejido, destrenzan lo trenzado desprevenidamente.

Aparentemente ganan los privilegiados, algunos de estos se embrabuconan especialmente con sus compañeros, los mismos de abajo. La hegemonización se vuelve la regla, la interculturalidad se acepta pero bajo el abrigo extendido por el privilegiado. La horizontalidad se desconoce, se acepta al otro como tutorado; a eso le llaman unidad.

Entonces, surgen naturalmente las tensiones, los conflictos, los enfrentamientos entre semejantes, brota la sangre. Triunfa el gobierno, pierden los negros, los indios, los campesinos: la tierra no se redistribuye, el desarrollo rural para los de abajo se ignora nuevamente, los gobernantes y legisladores de siempre se imponen, las decisiones se vuelven bilaterales en territorios interculturales, se incentiva el odio y rabia entre los de abajo.

Que hacer para corregir el camino?

Ante todo sabiduría, dirigentes virtuosos, que el interés general prime sobre el interés particular, dialogar desde nosotros, aceptar que son más las similitudes reales que las diferencias, subordinar los caudillismos a las decisiones colectivas, sembrar relaciones horizontales y sinceras, respetar las posiciones organizativas y políticas como organizaciones populares, respetar las formas de defender el territorio, respetar el derecho a la autodeterminación como individuos y comunidad, identificar claramente nuestros aliados, evitar repetir los errores históricos y experiencias nefastas de luchas entre semejantes, evitar el etnocentrismo, acoger la interculturalidad como una riqueza entre marginados y explotados, pensarnos políticamente y jurídicamente territorios interculturales.

Mientras avanzamos en esa dirección es nuestra responsabilidad estudiar y diagnosticar los problemas para solucionarlos desde nuestras posiciones como sector social organizado. Argumentos racionales, objetivos, históricos y voluntades libres de quienes cohabitamos este territorio caucano, nos servirán para el dialogo y la argumentación.

Así como la mayoría de los colombianos anhelamos la paz con justicia social, nosotros los caucanos también debemos repensarnos la convivencia de todos y todas, que esas tensiones y conflictos no sea la herencia para nuestras futuras generaciones de negros, indígenas y campesinos; al contrario, debe ser una de las justificaciones más fuertes para exigir y construir la paz con justicia social en la región y toda Colombia.